[dropcap]M[/dropcap]iedo me da que nuestros políticos se relajen. Y más que miedo, terror.
Y no es que los quiera tensos y desasosegados, en un perpetuo sinvivir, pero tampoco instalados en la indiferencia y el cómodo laissez faire.
Cómodos estaban cuando en aquella primavera del 15M, una parte de nuestra sociedad, bastante incómoda y desesperada, salió a la calle, puso pie en pared y dijo: «hasta aquí podíamos llegar», denunciando que los políticos que les habían transferido -gratis y sin preguntar- la factura de la estafa, crisis, o liquidación de beneficios que periódicamente ejecutan los mangantes, no les representaban. Obvio.
Pero esa parte de la sociedad, que junto a la que protagonizó las posteriores mareas, es la parte más sana y consciente de ella, no constituye desgraciadamente una mayoría incontestable. Y esto aún hoy es un hecho que describe nuestra realidad, nos define como país, y que no se puede negar.
No se malinterprete mi concepto de salubridad civil. No soy para nada eugenésico. Con ciudadanía saludable me refiero a aquella parte del conjunto (con independencia de colores) que da a la ética y decencia política un lugar prioritario.
Hay quien no. Hay quien prefiere una corrupción «una, grande, e indisoluble».
El PP, el partido de la corrupción (seguido de cerca en esa triste competición de casos por el PSOE), fue en las últimas elecciones el partido más votado, sin que esto signifique en democracia que represente la orientación política preferida por la mayoría de los ciudadanos (existe una combinatoria igualmente legítima en democracia), pero sí que la corrupción política y económica en nuestro país, apenas pasa factura en las urnas.
Aunque ya llevamos unas cuantas décadas votando, y se nos supone por tanto una mayoría de edad y cierta destreza en ejercicio tan saludable y útil, nuestras urnas son así: inconfundibles y con sello propio.
Es decir, bastante inútiles hasta ahora -y ya ha llovido- para acabar con la corrupción y la deriva disolvente que conlleva. Deriva disolvente que casi siempre acaba en anarquía, que no debe andar muy lejos de la desregulación.
[pull_quote_left]Nuestras urnas son bastante inútiles hasta ahora -y ya ha llovido- para acabar con la corrupción y la deriva disolvente que conlleva. [/pull_quote_left]Quizás esa era la esperanza que mantenía a Rajoy impávido, inmóvil, y en silencio. Aparentemente relajado y gozando de una prodigiosa inercia. Y digo gozando porque sus recortes los sufrían otros.
¿Era consciente y sabedor de esa pereza endémica del país para mantener una mínima coherencia ética y estética en las urnas?
Creo que sí, y ese era su secreto: tiene tan mal concepto de sus votantes, que sabía que le volverían a votar. Sólo había que ser fuerte, al estilo de Luis (Bárcenas).
Miedo me da, por tanto, que los demás políticos en liza, que aparentemente rechazan o reniegan de la corrupción y el crimen, saquen conclusiones equivocadas de esta indiferencia patria ante el delito organizado en mafias, y no consideren imprescindible y perentorio acabar con la corrupción, porque entonces sí que podríamos decir que España había dado el paso definitivo hacia ese agujero negro que se traga pero no devuelve los Estados fallidos y las sociedades indiferentes.
Aún estamos a tiempo, aunque es innegable que muchos de nuestros políticos son ya irrecuperables. Y no solo Rajoy.
Ahí está Felipe González, totalmente desatado, totalmente desinhibido, totalmente de vuelta de todo, pidiendo a un genocida favores para un negociante amigo suyo.
El respeto que muestra y declara (en su carta) al genocida, es muy poco respetable y muy poco socialista, por no utilizar palabras más gruesas.
Y le dirige esa carta respetuosa y llena de afecto, seis meses después de que la Corte Penal Internacional ordenara el arresto del susodicho criminal.
Claro que nuestro ex-socialista también defendió a Pinochet.
Desregulación pura y dura. Postmodernidad de carácter siniestro.
Ante esta falta absoluta de ética ¿Tiene futuro nuestra democracia? ¿Tiene futuro Europa, donde Felipe González o incluso Juncker son líderes de opinión y de acción política?
[pull_quote_left]Y es que cuando se relajan nuestros políticos, viven por encima de sus posibilidades. Fíjense que ya no nos presentan sus programas.[/pull_quote_left]Y al mismo tiempo que la ética chochea y se resquebraja, la coherencia también se resiente. ¿Alguien entiende que Rajoy, que lo mejor que sabe hacer es darnos la tabarra con la «herencia recibida» (herencia que no es otra cosa que el desiderátum natural del monopoly que manejan sus colegas de barra) nos deje ahora como herederos universales de un agujero que ni el más optimista de los mortales piensa vivir para tapar?
Explíquenselo a sus hijos o nietos.
Y es que cuando se relajan nuestros políticos, viven por encima de sus posibilidades. Fíjense que ya no nos presentan sus programas. Es demasiado esfuerzo. O si lo hacen, es de aquella manera. Por poner un ejemplo: Pedro Sánchez nos dice un día que va a derogar la reforma laboral, y al siguiente –sobre todo si habla ante los dueños del dinero, únicos soberanos de este país- confiesa que lo que va a cambiar es la caligrafía en que está escrita, que ahora será en letra gótica, para no disgustar a Merkel. Todo ello implica una gran flacidez en sus intenciones, fruto de una relajación incubada durante prolongados periodos de tiempo, al calor del poder bipartidista, totalmente impermeable al interés del ciudadano, totalmente inmune a su soberanía.
Y así todo.
Posdata: Felipe González pidió por carta a un genocida favores para Zandi.
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