[dropcap]L[/dropcap]os primeros días después de unas elecciones son peligrosos para los encargados de analizarlas. El impacto inmediato de los resultados promueve análisis de urgencia que, aunque no se alejen de la realidad, corren el riesgo de ser parciales o estar desenfocados.
Algo así puede ocurrirle estos días al Partido Socialista Obrero Español. Apremiado por una cosecha de votos más magra que rica y por la aparición en la franja izquierda de un corredor nuevo que va muy deprisa, aunque aún no se sepa con mucha precisión adónde, ha emprendido un camino de cambio que tiene el mérito de la reacción rápida y el peligro de cierta desorientación.
[pull_quote_left]No solo hay que elegir al sucesor de Alfredo Pérez Rubalcaba, sino que si se quiere acreditar el cambio habrá que ponerle 17 rostros en otras tantas comunidades, 52 caras en otras tantas capitales, 52 equipos en otras tantas ejecutivas provinciales[/pull_quote_left]Es verdad que es preciso renovar el cabeza de cartel, y es verdad que es un problema serio establecer el orden en que esto se hace, si primero congreso o mejor primarias, pero los ciudadanos empiezan ya a mirar de reojo con preocupación, porque temen que una vez más el gran vertebrador de la política española en los últimos treinta años entienda mal los signos y equivoque el tiro.
El año 2015 es muy complicado. Claro que hay elecciones generales, pero no son las únicas, ni siquiera las primeras. La vocación de cambio se va a poner a prueba en muchos más frentes que la candidatura a la Moncloa. No solo hay que elegir al sucesor de Alfredo Pérez Rubalcaba, sino que si se quiere acreditar el cambio habrá que ponerle 17 rostros en otras tantas comunidades, 52 caras en otras tantas capitales, 52 equipos en otras tantas ejecutivas provinciales. Si se piensa otra vez que basta con cambiar el primer candidato para que todo siga igual, la lente seguirá desenfocada, y la fotografía saldrá movida. Y ya no habrá quien frene al corredor de la banda izquierda.
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