[dropcap]U[/dropcap]n centenar de años nos contemplan. Los privilegiados ojos centenarios de José Núñez Larraz, para todos Pepe Núñez, desplegaron una obra fotográfica de reconocido relieve por la calidad de esas imágenes cuyos negativos él apilaba en modestas cajas y que, por su acertada decisión, ahora se conservan adecuadamente en la Filmoteca de Castilla y León. Con motivo de cumplirse los cien años de su nacimiento, una selección de esas fotografías, debidamente contextualizadas, se muestran ahora en tres escenarios diferentes, lo que constituye una manifestación cultural destacada en torno al hombre y su obra imprescindible.
Las obras de Pepe Núñez colgadas en las salas de la Filmoteca de Castilla y León, en el Museo de Salamanca y en el Archivo Provincial –más la mesa redonda celebrada en la Casa de las Conchas– permiten advertir, aparte de la calidad artística, la rica variedad del trabajo de Pepe Núñez. Desde luego, no fue un fotógrafo monótono a la hora de encuadrar los motivos, sino que se atrevió con todo, afrontó todos los desafíos en campos y materias bien diversos y con exigencias notables. Al lado de fotografías tomadas “al pasar”, porque no olvidaba su motivación reporteril, también figuran las obras bien pensadas. Nos lo demuestra uno de los rincones más llamativos de las diferentes salas: en el Museo Provincial, en la zona superior, se encuentra una vitrina en la que figuran los bocetos que el fotógrafo elaboraba con detalle para encuadrar los bodegones que iba a componer para fotografiar, bocetos que su hijo José Ángel ha tenido el acierto de recuperar para mostrarlos. Y sobre la vitrina, un maravilloso bodegón con fruta, ante un fragmento de uno de los cuadros de su hijo Aníbal, ilustra esa preparación que nos traslada el apunte a lápiz. En otro caso, su hija Carmen nos comentaba cómo el dibujo se había transformado en fotografía de alegres colores mediante el recurso a una serie de frascos que recolectó en su casa canaria.
Pero cuando el fotógrafo se encontraba con una puerta derrengada, con una chapa, con una piedra marcada por algún detalle, a escape disponía el objetivo para acoplarlo a los deseos de su ojo especialmente dotado para plasmar lo que otros no captábamos. Algo quizá tan vulgar como la luz roja de un semáforo cortando la noche le permitía conseguir una sugerente fotografía que podía servir para arrancar una historia, como comenté cuando me pidió prologar su libro “Raíces”.
Pepe Núñez generalmente se tomaba su tiempo para tirar una fotografía. Él era calmoso de natural, pero aún más al disparar su cámara. Tuve la suerte de estar a su lado mientras realizaba su trabajo en varias ocasiones. Los editores de mis libros “Guía secreta de Salamanca” y “Salamanca sin secretos” aceptaron mi petición de que las fotografías que los ilustraran se le encargaran a Pepe, y la primera condición que puso fue que yo lo acompañara en el recorrido. Lo vi trabajar con parsimonia y con conciencia, casi como si fuera un novato que no conociera los entresijos de su Salamanca, pero procedía de esa forma precisamente por conocerla. Curioso: casi siempre sólo tiraba una foto del motivo que debía retratar, sabía de sobra que esa imagen sería la adecuada. Luego, nos íbamos a tomar un vino adobado con cháchara nutricia. También le acompañé en una ocasión al campo, “a perseguir encinas” –como decía con sorna–, y sus fotografías de troncos y ramajes, de surcos interminables y de policromías maravillosas –también casi siempre una de cada motivo–, quedaron plasmadas gloriosamente. Quizá esa economía de medios procedía de sus tiempos de penuria, entrelazada con su magisterio.
[pull_quote_left]A Pepe, además, era muy entretenido acompañarlo, porque sus comentarios aportaban muchos datos del pasado y del momento, y su conversación era chispeante[/pull_quote_left]El privilegiado ojo de Pepe Núñez nos ha legado un gran arsenal de imágenes esenciales. Pero tampoco hay que olvidar que fue una persona que durante muchos años de su vida, junto con su familia, pasó por situaciones de riesgo y crudeza, porque el régimen franquista lo persiguió con saña por sus ideas comunistas durante demasiados años y después se le mantuvo bajo “tolerancia” también durante demasiado tiempo. Esa represión motivó que, como joven que era al comenzar la guerra civil, se frustraran sus planes vitales y después tuvo que desenvolverse con limitaciones y carencias, a pesar de pertenecer a una familia de peso en la ciudad. Aunque desde su posición de “esteta”, mantuvo su compromiso político mediante los contactos con compañeros de la ciudad y con dirigentes estatales. Cuando Jorge Semprún, “Federico Sánchez” en la clandestinidad, llegaba a Salamanca como máximo dirigente del PCE clandestino, el contacto era Pepe. Y era él quien se relacionaba con el dirigente estatal en el campo de la cultura, el cineasta Ricardo Muñoz Suay, como me comentaron los dos. Y a su librería de la Rúa Mayor era a la que acudíamos para abastecernos de “libros prohibidos” en aquellos tiempos por la inquisición franquista, caso del Ruedo Ibérico, libros que Arturo ya nos sacaba envueltos desde la trastienda. Pero nada era fácil en aquellos momentos de intolerancia para él y su familia, donde se dejaba notar el carácter y militancia recios de su mujer, Angelita San Francisco, familia que plasma con sensibilidad en las imágenes que se muestran en la Casa de las Viejas, donde también figura una galería de amigos.
A Pepe, además, era muy entretenido acompañarlo, porque sus comentarios aportaban muchos datos del pasado y del momento, y su conversación era chispeante. Estábamos ante un cascarrabias entrañable. Cuando Basilio M. Patino filmó en la Plaza Mayor una secuencia para su película “Los paraísos perdidos”, llamó a Gonzalo Torrente Ballester y a Pepe Núñez, que se sentaron juntos a una mesa, para que aparecieran como figurantes en la terraza del café Novelty. Mientras se componía el plano con Charo López y Juan Cueto, a la espera de que José Luis García Sánchez diera la voz de “¡rodamos!”, Basilio advirtió que la pareja de vejetes no paraban de festejar las situaciones que comentaban en animada parleta. Se acercó a preguntarles cuál era el motivo de tanto jolgorio, y Pepe le respondió: “Las bragas de las mujeres”. Vaya par de cascarrabias.
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