[dropcap]S[/dropcap]ería un acto de caridad para con el PP, dejar que Rajoy, Aguirre, y otros cuantos inefables se fueran a su casa, facilitar que algo estallara por dentro en ese partido, el absceso drenara (porque está reventón), y la fidelidad del militante lo fuera, a partir de ese momento, con el aire limpio, la honestidad y la decencia.
Y sería un acto de caridad con el PSOE, destetarlo de su líder prehistórico, dejar que Felipe González se fuera de seminario oligarca al Club Bilderberg, de la mano de Cebrián, facilitar que el emérito se jubilara definitivamente y su monólogo tuviera alguna voz alternativa, que no sonara a rancia y gastada, a cantinela triunfal del Nodo. No nos sirve títere de ventrílocuo, se llame Sánchez o se llame Susana.
Así como ambos partidos son necesarios (o eso dicen y vete tú a saber si es verdad) para reformar lo que ya no admite cura, sendos reciclajes de líderes son imprescindibles (aquí estoy de acuerdo) para limpiar tanta mugre y empezar a regenerar desde el tejido sano.
Mientras esto no se haga, sólo parches y cataplasmas. Poco lenitivo para tanta herida, y ninguna credibilidad.
Aquejados como están ambos partidos de la misma polilla, por no airear a su debido tiempo la sala de máquinas y el fondo de armario, el estilo de sus decadencias los distingue.
En Rajoy destaca el deseo de pasar desapercibido, de ocultarse en la sombra, de envolverse en el manto de la inercia, a ver si escampa o prescribe. Sobre todo esto último. En Felipe González, al contrario, el deseo de acaparar los focos, de dictar doctrina, de vigilar y controlar las disidencias, de afrontar con aplomo las tormentas y desastres que sus mismos consejos –tan poco socialistas- provocan.
Rajoy prefiere no hablar. Felipe González es el hombre del tiempo, el padre de todos los oráculos.
[pull_quote_left]Uun acto de caridad sería que los investigadores de Atapuerca no buscaran más al hombre cavernario en aquellas prolíficas simas, pues tienen en el Cardenal Cañizares un auténtico fósil viviente[/pull_quote_left]Oráculos bilingües, donde la verdad se esconde en la cara oculta de lo expresado. Siempre hay que mirar detrás. De manera que si afirma, sin lugar a dudas, que el pujolismo está limpio de toda indecencia y corrupción, ya saben a qué atenerse. O si asegura que no habrá “Gran coalición” con el PP, saquen sus propias conclusiones. Que a la sombra de esa Gran coalición, es como mejor prescriben los delitos.
O si expresa respeto y afecto a un genocida, intenten no seguirle la corriente ni comprarle el consejo, porque este hombre lo vende casi todo, y casi nunca es buen género.
Y un acto de caridad sería, para el país en su conjunto, que los investigadores de Atapuerca no buscaran más al hombre cavernario en aquellas prolíficas simas, pues tienen en el Cardenal Cañizares un auténtico fósil viviente (desde la púrpura con cola de novia hasta sus ideas sobre el sexo y género de las almas).
Respetar los imperativos de la igualdad de género que proclama la Constitución y la legislación internacional sobre derechos humanos, es humanismo, estado de derecho y democracia. Lo contrario es yihadismo radical y caverna profunda. ¿O volveremos a lo de que las féminas no tienen alma?
El arzobispo de Valencia aún no se ha informado de que el maestro de Nazaret, semita, oriental, y de niño, refugiado (de los que hoy se ahogan por miles en el mar), era un revolucionario y un antisistema, que como mucho habría aspirado a sentar cátedra de poeta del amor y del campo (como un heterónimo de Pessoa), pero nunca de arzobispo. Aprendiz, en todo caso, de las aves del cielo y de los lirios del campo. Un poeta de la naturaleza y de la vida sencilla. Nada de púrpuras, imperios, ni palacios.
Darwin, señor arzobispo, que nos desnudó a imagen y semejanza del mono, nuestro ancestro común, sin destruir por eso el humanismo ni la cultura, no fue un bolchevique, sino un hijo de la Gran Bretaña y uno de los padres fundadores de la civilización Occidental, la cual hace ya mucho tiempo, comenzando por Lucrecio y Epicuro, y siguiendo por Giordano Bruno (quemado por su iglesia)y Montaigne (todos ellos en el index de su intolerante fanatismo), se destetó de los cuentos de viejas.
Ahora bien, ni se me ocurriría a mí aconsejar a sus feligreses que desobedecieran las leyes de su iglesia, aunque de cristianas tengan bien poco.
Sólo la caridad podría salvar a este país. La caridad y un poco de lectura.
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