España inició su andadura en el europeo con una victoria de mérito y agónica ante una rácana República Checa. Piqué remató un balón que Iniesta puso a flotar sobre el área rival en el minuto 87.
El miedo a La Roja hizo que los checos salieran con el autobús puesto al borde del área, para defenderse de las acometidas españolas y tratar de cazar una contra o provocar una falta cerca del área rival o un córner para sacar provecho.
Lo fiaron todo a echar el cerrojo y que funcionara los noventa minutos. España, que parece capaz de ganar a cualquiera cuando Iniesta está en estado de gracia como parece que ha llegado a Francia, lo intentó en repetidas ocasiones, pero la falta de velocidad y de remate en el tramo final, donde estaban acampados los checos, hizo que el tiempo transcurriera casi sin sobresaltos para el equipo rival.
Los checos seguían a lo suyo, incapaces de proponer algo que no fuera el catenaccio para contrarrestar el juego español.
Inistencia
El acoso y derribo al que la selección sometió a los checos no decayó en ningún momento. Había ganas de victoria y convencimiento de que se podría conseguir.
Sin lugar para el desánimo, apareció de nuevo la magia de Iniesta, que puso a flotar un balón sobre el área checo en el minuto 87 que se posó plácidamente en la cabeza de Piqué, y el denostado central en los campos españoles envió al balón lejos del alcance del portero Petr Cêch, que hasta entonces había evitado un par de ocasiones de gol claras.
Una maravilla de gol que doblegó la resistencia checa y que premió la insistencia, la paciencia y la valentía de La Roja.
