«Más Europa».
Esta cantinela en boca de todos y que es la salmodia preferida del presente funeral, es de tal ambigüedad que desmaya los ánimos y fortalece las dudas.
¿Qué querrán decirnos con ese arranque de entusiasmo?
¿Será insistir en el diagnóstico ciego que hasta ahora los ha guiado, como quien, cayendo en un agujero negro, grita “más madera” o «más abismo»?
Y esta incertidumbre surge de no declarar abiertamente si permanecen ciegos o han recobrado la vista, porque el exitoso lema, en sí mismo no lo específica, ya que «más Europa» puede significar más recortes (de los que en secreto y a espaldas de sus ciudadanos promete Rajoy para después de las urnas), más desigualdad, más corrupción, más mercado, más lobbys, más fraude fiscal, más comisarios untados bajo cuerda, menos solidaridad, menos democracia, menos servicios públicos, y menos derechos humanos, que es lo que hasta ahora se nos ha propinado y vendido como la brillante Europa de los veintiocho (ahora encogida a veintisiete). Un pastiche.Un ídolo con los pies de barro y que la gente, parece, no quiere adorar. Si acaso, derribar y que le den.
Esperemos que no. Esperemos que el presente trompazo, unido a los que hayan de venir si no espabilan, les limpie la mirada e ilumine el diagnóstico, porque si no, cuando escuchemos «MÁS Europa» será como escuchar a Rosell, el inefable jefe de nuestros empresarios patrios, gritar de nuevo -contra viento y marea y haciendo los coros al gobierno de los lobbys- que hay que apretar MÁS las tuercas a los trabajadores, y sacarles y secarles un poco MÁS la grasa sobrante (como si les quedara alguna), además, claro, de exigir un despido MÁS barato, privatizar la sanidad, los bosques, el aire y la luz del sol, y cosas por el estilo que forman parte de la fe y el suicidio colectivo en marcha.
Sintomático es del camino incierto y poco claro, la indefinición y dificultades de la izquierda para tomar partido en la presente encrucijada. ¿Dentro o fuera? Europa sí, pero ¿esta?
Seguir avanzando por el camino errado es traicionar la Europa que los europeos nacidos de «las luces», del humanismo laico, y de la derrota del fascismo, tienen «in mente» y casi han mamado en su leche. No hablo de España, claro está, alimentada con leche en polvo americana y misa diaria durante tanto tiempo, sino de Europa.
La Europa de la corrupción, y de los paraísos fiscales, la Europa del maltrato a los refugiados y a sus propios ciudadanos (si una cosa es posible, la otra también), la Europa del fanatismo neoliberal y de la destrucción del Estado (por saqueo), hace aguas por la fosa séptica, porque esa planta exótica, tóxica y salvaje, no se aclimata a estos lares y sólo envenena el terreno.
Ahora hay que intentar la Europa social de los ciudadanos y los derechos humanos. Plantar especies autóctonas y regar el jardín.
A lo mejor hay que empezar por el principio, por Maastricht.
Y tras el referéndum del Brexit, España, como siempre, marcando las diferencias. Así como la mayoría de los países europeos y sus líderes, aún en desacuerdo con el resultado, han expresado su respeto a la decisión de los ciudadanos ingleses y al procedimiento utilizado (referéndum), porque es respetar la democracia, aquí en España, la voz oficial y monótona declara con furor resistente que nunca daría esa oportunidad de expresión a los ciudadanos, o incluso que habría que meter a Camerón en la cárcel (Rupérez del PP en RNE, inspirado quizás por la ley mordaza).
Es decir, que en cuestión de segundos o pocas horas, la Gran Bretaña ha pasado de ser un ejemplo de democracia madura y ejemplar (con monarquía azul y todo) a un ejemplo claro de populismo bolivariano.
No son los referéndums los que dividen y enfrentan a las sociedades, sino la corrupción y las políticas neoliberales.
Mañana, el fabricante de escándalos presunto ministro del interior, dará los resultados electorales, que hasta ahí sí llegamos. España es diferente.
Por lo menos hasta ahora. No hay que perder la esperanza.
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