Opinión

Huida hacia adelante

Mariano Rajoy y Albert Rivera se saludan antes de la reunión.

[dropcap]D[/dropcap]ecía Bernard Shaw que la conversión de un negro del Congo a la fe de Cristo es la conversión de la fe de Cristo en un negro del Congo.

De forma parecida, la conversión de la corrupción en un gobierno posible es la conversión de ese gobierno posible en un gobierno corrupto. Puro sincretismo.

Las huidas hacia adelante son más fáciles cuando toca irse de vacaciones y el calor aprieta. En ese sentido, puede que nos encontremos con retenciones, pero serán pasajeras. En los escrúpulos morales de antaño no hay pájaros hogaño.

Que también la ética tiene su entropía y la farsa su duración.

Huir hacia adelante sin moverse del sitio, es arte sibilino que domina como pocos Rajoy, símbolo supremo de nuestra historia inerte, y el único que no tiene prisa en irse de vacaciones porque habita en ellas. Después de todo, los que sudan recortes son los demás. Él está cómodo.

Parece una carrera loca de los hermanos Marx, esta en la que tantos se van sumando a su huida. ¡Maricón –o antisistema- el último!

Si a alguien en su sano juicio (por ejemplo, el doctor Fausto) se le hubiera planteado en su día el dilema de pactar o no con el diablo (perdonen por un momento lo incomparable de los términos metafísico y terrestre), habría contestado que tal dilema sólo puede plantearse allí donde la sensatez y la ética han batido récords de sequía, y el calor ha alcanzado cotas de cambio climático, que sin duda será el único cambio del que en España podamos dar fe.

Que estos «dilemas posibles» tengan algo que ver con el calentamiento global del planeta (el calor, como se sabe, genera un movimiento browniano que dilata el espacio entre las ideas brillantes y acorta la distancia entre las meteduras de pata), calentamiento en el que se nos asigna -como país- un destino y papel protagonista de cara al futuro, es cuestión que no corresponde tratar aquí, sino en todo caso en el ámbito profesional de los climatólogos, con la colaboración de algún hispanista metido a fraile.

Si el tentado (de tentación) con aquel dilema hubiera sido en cambio un «pragmático», un posmoderno, un hombre de Estado hijo de un padre de la patria a vueltas de una puerta giratoria, o lo que es casi lo mismo, un usuario fiel de los paraísos fiscales y las poltronas vitalicias en forma de pesebre, habría devuelto la pregunta con la celeridad del rayo indubitable:

¿Y a mí ese señor de los cuernos qué me ofrece?

Nuestra historia, que está plagada de huidas hacia delante y cadáveres a medio enterrar, nos enseña que abrir la espita a este tipo de «dilemas posibles» abre caminos de incierto destino que casi siempre nos devuelven al punto de partida: o un mausoleo en medio de la estepa o una cuneta en medio de la nada.

Quiere decirse que también el mausoleo y sus glorias están en medio de la nada.
En cualquier caso, allí donde los cadáveres sueñan que hacen historia y visten a la última.

Ya lo decía Parménides:
Que el movimiento es un espejismo, y el cambio una ilusión.

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