[dropcap]E[/dropcap]n el libro de Jorge Luis Borges y Alicia Jurado “Que es el Budismo” se lee: “Para provocar el satori, el método más común es el empleo del koan, que consiste en una pregunta cuya respuesta no corresponde a las leyes lógicas. El ejemplo clásico se atribuye a varios maestros. A uno de ellos le preguntaron: <<¿Qué es el Buddha?>>; respondió: <<Tres libras de lino>>. Los comentadores advierten que la contestación no es simbólica.”
Es una pena que el budismo no penetrara más en nuestro país (de hecho no penetró nada; aquí lo que penetró fue el Concilio de Trento). Y es una pena, porque de forma natural y espontánea, quizás condicionados por el paisaje y el clima, los españoles estamos muy dotados para el pensamiento irracional, que como se sabe es una de las líneas fundamentales de esa filosofía milenaria que intenta liberarnos de la rueda del sufrimiento.
Buda, que no creía en Dios, tampoco creía demasiado en la lógica. Por eso el Budismo intenta trascender la lógica y el sentido común, para mejor comprender o «intuir» la realidad.
Como un ejercicio gimnástico para ese logro, se practicaba entre maestro y discípulo un diálogo -el koan– que a primera vista puede parecer un diálogo de sordos, donde parece que las preguntas van por un lado y las respuestas por otro, pero que en el fondo es una reducción al absurdo similar al que encierran las aporías de Zenón, con el cual se pretende alcanzar un momento de iluminación -el satori-, un destello de la verdad escamoteada por las ilusorias tramas del pensamiento racional y las vanas cadenas del lenguaje común.
Como digo, todo ello requiere un esfuerzo, un adiestramiento, una disciplina para doblegar la querencia natural a pensar como Dios manda: lógica y racionalmente.
Se trata de enredar con sutilezas al sentido común, para demostrar y enseñar que ese ídolo epistemológico tiene los pies de barro. Y vuelvo a repetir que fue una pena que hasta aquí no llegaran los misioneros del budismo (o si llegaron no salieron vivos), porque habrían encontrado en nosotros unos discípulos sobresalientes y naturalmente aventajados en la técnica de pensar (y actuar) irracionalmente, así como en el arte de mantener diálogos absurdos, sin pies ni cabeza, que habrían causado la envidia de los ya bastante enajenados hermanos Marx.
Y es que ¿no debería considerarse budista, casi un koan, la frase de Groucho Marx (que habría suscrito el mismo Schopenhauer): «Estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros»?
En esta frase se encierra la contradicción entre lo eterno e inamovible de los principios con la transitoriedad y evanescencia del interés y la oportunidad, coexistiendo en tal armonía que en el fondo de su absurda asociación, destella y explota la verdad. Al menos la verdad pragmática de que la ética tiene muy poco que ver con la política.
Aquí, en nuestro país, si uno avisa a otro: ¡Oiga! ¡Que esos cacos le están robando la cartera!, el otro contesta: ¡Urge aprobar el techo de gasto!, lo cual –qué duda cabe- nos deja pensativos.
O si otro da la voz de alarma: ¡Oigan! ¡Que los mismos que amnistiaron a los malandrines fiscales, están ahora saqueando las pensiones de los pensionistas!, la respuesta que se escucha es: ¡Hay que combatir el populismo!
Lo cual –sin lugar a dudas- nos deja intrigados y en suspenso.
¡Una pena lo del budismo español!
Otro ejemplo:
El maestro de meditación propone: Roberto Alcazar y Pedrin (Rajoy y Rivera) están a punto de salvar a España ¿dónde cree usted que encontraremos refugio?
El novicio responde: ¡Que Dios –o Buda- nos coja confesados!
Bueno, esto no es un koan perfecto, pero es que cuando la realidad y los hombres de negro aprietan, hay que acogerse al Concilio de Trento, donde dice:
¡Sálvese quien pueda!
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