“Es la tendencia totalitaria de la filosofía política de Platón lo que trataré de analizar y criticar” (Karl R. Popper / “La sociedad abierta y sus enemigos”)
[dropcap]A[/dropcap]unque esto ya empezó con Platón (un pionero de la sociedad cerrada), últimamente la democracia no goza de buena prensa.
La fobia al referéndum -aunque en algunos países avanzados y envidiables de Europa lo que hay es una auténtica filia- es un capítulo más de la tendencia actual a desprestigiar el criterio de los ciudadanos, y con ello dejar cada vez menos margen de decisión a los mismos. O en su caso específico y concreto, a los militantes.
Y esto es así porque para un grupo de expertos que a veces se eligen a sí mismos o son elegidos a dedo, «la cosa esta clara», y por tanto no tiene sentido contrastar o consultar opiniones distintas.
Como en los tiempos de Euclides, hay una serie de axiomas supuestos que se dan por buenos, y sobre ellos se levanta toda una geometría. O toda una política, o toda una economía, o más inconfesablemente, unos intereses.
Lo que pasa es que muchas veces esos axiomas que ya no se discuten, porque su verdad se da por sobreentendida, siendo como son las élites o los expertos quienes la suscriben, a la postre resultan ser falsos y nos topamos con la realidad, que no siempre es agradable, y no siempre les da a esos expertos la razón.
Ahí están las geometrías no euclideas de Riemann y demás, para demostrar que esa forma de articular el pensamiento, no siempre es correcta. Y ahí están también las contradicciones y el desfase de las bondades teóricas de la desregulación y el neoliberalismo, con lo que luego vemos y palpamos como situación real en nuestros días. Hasta llegar a la extrema contradicción de que en nombre de la libertad, se patrocina el despotismo y la esclavitud.
Para mantener esa fe y que no implosione junto con los intereses que defiende, a veces se precisan medidas de fuerza, llámese Pinochet, intervención tecnócrata, Troika, gestoras, o golpes de mano de muy diverso pelaje.
De más a menos o de menos a más, la graduación de ese mal no desdibuja su esencia perversa.
Del miedo a que la realidad nos desmienta la doctrina oficial, procede el miedo a consultar opiniones distintas. Es en última instancia un miedo a la libertad.
Por eso el neoliberalismo ha degenerado -paradójica y groseramente- en el partido único e indiscutible de nuestras democracias occidentales. Se trata de un nuevo totalitarismo, que como otros que le precedieron acabará desenmascarado y dejado atrás.
El comisario Almunia, en sus tiempos, se dejaba caer por estos lares sólo para predicar contra el referéndum, quizás por considerarlo como la mayor amenaza contra ese «partido único» del establishment, que el tan bien representa.
En lo que a mí se me alcanza, el PSOE, aunque obrero por el nombre y adorno de marca ya incongruente, siempre ha estado muy imbuido de un concepto mesiánico de las élites que le lleva a practicar y defender una especie de despotismo ilustrado.
Ocurre que esos ilustrados son déspotas porque tienen excesiva fe en sus creencias, y sobrado desprecio hacia las opiniones ajenas.
Lo que da grima es que esta fobia a consultar a los militantes, a la parte social de la organización, que en última instancia son sus propietarios soberanos, no procede de un determinado modo de gestionar y organizar la representatividad (más «elitista» y menos directa), aunque ahí busquen la excusa sus beneficiados detentadores, sino que procede del temor o el convencimiento de que la parte social mantiene y defiende tesis distintas. Es decir, no es cuestión de procedimiento sino de resultado, no es cuestión de reglas del juego sino de fraude, y de miedo a la democracia y a la libertad, todo ello guiado por una presunción de superioridad de los dirigentes, tantas veces desmentida por la realidad de los hechos.
Es lógico que hoy tantos opinen que en nuestro tiempo se están produciendo grandes revoluciones, pero ¿serán involutivas?
Hoy en día los planteamientos teóricos de Platón en su república ideal nos parecen antipáticos, antinaturales, grotescos, y peligrosos. Sus tecnócratas nos parecen inhumanos y de frío metal (el desprestigio de lo humano es el precedente de todo totalitarismo).
Sin embargo, nuestras élites actuales no están muy lejos de esos planteamientos tan viejos. Están más cerca del Dionisio de Siracusa de la academia platónica (un precedente del Pinochet de la Escuela de Chicago) que de Karl Popper y su sociedad abierta.