Opinión

‘Cespedosa’, simplemente

Celes, la madre, primera fotografía de la exposición (fragmento).

[dropcap]C[/dropcap]espedosa, así, simplemente, como título. Y detrás de ese título, qué magnífico desfile de imágenes, qué soberbio discurso de vida. Y de memoria.

 

Juan Manuel Castro Prieto, premio nacional de fotografía de 2015, no nació en Cespedosa de Tormes porque ya sus padres habían emigrado a Madrid, como emigraron tantos habitantes del lugar, de tantos pueblos salmantinos. Pero Castro Prieto es tan de Cespedosa como las encinas y las rocas de sus paisajes, tiene su entraña en el pueblo desde chico, no ha olvidado sus raíces familiares. Todo lo contrario: cuando en los años 70 del siglo pasado comenzó a tirar sus primeras fotografías, el hoy prestigioso fotógrafo en este país y fuera de él abrió un discurso que aún continúa. Él habla con imágenes, y ese recorrido se encuentra colgado con primor en el centro cultural Tabacalera, en Madrid.

El recorrido por las salas industriales y desconchadas de Tabacalera, ya desde la primera imagen, me atizó un latigazo de identificación, que fue progresando conforme recorría los espacios que acogen las fotografías de Castro Prieto. Quiero decir que yo me identificaba absolutamente con aquello que contemplaba. Era Cespedosa, desde luego; pero era, también, mi pueblo. Y tantos pueblos. Tantos espacios y tantas gentes. Habla de tu aldea y hablarás del mundo, o algo así reza un adagio. Pero para que eso ocurra, hay que saberlo relatar, acertar con ese “algo”  que yo advertía en aquellas imágenes expuestas. Imágenes que a lo largo del tiempo se deslizan con una gloriosa continuidad en el relato, en el discurso, más allá de los logros formales del autor, más allá de que se advierta que en un momento concreto entra en escena una cámara que propicia el gran formato, aunque no por eso dejan de desmerecer las fotografías obtenidas con cámaras más modestas. Claro que cuenta “lo formal”, la capacidad artística de quien sabe encuadrar para relatar lo que le sale al camino. Juan Manuel Castro es un artista, pero además es un hombre metido en la entraña de su Cespedosa.

Los dos centenares de fotos de un periodo de cuarenta años que cubren los muros de Tabacalera son un canto a la identificación con un ámbito en el que, como él ha señalado, “aquí es donde experimento, donde sueño, de donde parte mi obra”. Y es capaz de afirmar, a pesar de que está muy viajado, que en Cespedosa “he visto cosas allí que no he visto en ningún otro lugar”. Es lo que me ocurre a mí con mi pueblo, a pesar de mis distancias críticas, y por eso me sentí absolutamente identificado con aquel desfile de imágenes gloriosas, tanto por su potencia artística como por su enraizamiento en el territorio que plasman. Sé que les ha ocurrido a otras gentes, y sé de otros que han visitado esas imágenes desde la distancia –desde la no identificación con las raíces– que también cantan su excelencia.

[pull_quote_left]Si Salamanca no gestiona que Cespedosa se pueda colgar en esta ciudad, es que no tenemos la mínima categoría en el ámbito cultural. En Madrid, en Tabacalera, se podrá ver hasta el día 13 de noviembre.[/pull_quote_left]El comisario de la exposición, el prestigioso fotógrafo Chema Conesa, ha calificado la muestra como el traslado, el reflejo, de “un Macondo salmantino” –recordemos a García Márquez–, pero aparte del halago, a mí se me antoja que tal encuadre no va más allá de lo literario. Para mí la exposición es la historia de una pasión. Es la historia del sueño al que se refiere Juan Manuel Castro Prieto. Es ese “algo” que advertí desde la primera imagen de la madre en el corralón con telarañas y aperos. Ese “algo”, que al llegar al audiovisual en el que el fotógrafo relata su recorrido, supo plasmar en qué consistía: en la poética. Castro  Prieto señala que en esas imágenes no ha pretendido documentar –aunque sí corra así– ese trayecto de espacios y gentes, de él mismo, sino que siempre ha buscado la poética que latía en esos espacios. Eso es: el realismo trascendido por la poética, por los latidos que le rascan en sus raíces. Una gloria: yo también desearía ser capaz de poder referir eso.

Hasta ahora, a Cespedosa de Tormes la conocíamos por sus trabajos con el barro, por sus bailes, incluso por aquel asesinato de 1917 cuando un cacique se empeñó en sojuzgar al pueblo y sus gentes respondieron como un Fuenteovejuna salmantino, y por la película Reflexiones de un salvaje (1978) en que Gerardo Vallejo relató esos hechos y la emigración tremenda de sus gentes. También, a partir de ahora, ese pueblo ribereño del río Tormes también cuenta con otra referencia esencial, Juan Manuel Castro Prieto y sus imágenes gloriosas.

Cierre, con una llamada elemental: Si Salamanca no gestiona que Cespedosa se pueda colgar en esta ciudad, es que no tenemos la mínima categoría en el ámbito cultural. En Madrid, en Tabacalera, se podrá ver hasta el día 13 de noviembre. Y quien pueda, que cargue con el catálogo.

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