“También en nuestros días podría sonar paradójica y discordante, entre el administrado horror con que se manipulan nuestros ojos y nuestros oídos, esa dulce terminología de derechos humanos, cuando, en el suelo desde el que brotan tales expresiones, se sepulta, de nuevo, al hombre y su justicia” (EMILIO LLEDÓ / El Epicureísmo).
[dropcap]H[/dropcap]abía un problema de fondo, un obstáculo que salvar: en algunas partes del mundo, a los hombres se les podía esclavizar y pisotear los derechos, en otras no.
Derribar ese obstáculo, ese muro, mediante la globalización en marcha, mediante una única norma y un único gobierno, podía hacerse de dos formas: que el muro cayera conquistando libertades y derechos (del otro lado), o al revés, aplastándolos (de este).
Igualando a las personas en las conquistas y libertades, o igualándolas en las servidumbres y las pérdidas.
Habiendo podido optar por lo primero, se prefirió lo segundo. Nadie podrá negar, a la vista de los hechos, que nuestras pérdidas -de derechos- no han hecho sino crecer, y que nuestra servidumbre ha ido en aumento.
¿Por qué?
Los que deciden los derroteros de la globalización y el carácter del gobierno mundial que se pretende, saben que los ciudadanos a gobernar (o manipular) son muchos, y saben que los ciudadanos sin derechos son más productivos y obedientes, menos críticos y más dóciles, más súbditos y menos ciudadanos. No hay nada más obediente y productivo que la precariedad laboral y la inseguridad constante, esa nueva forma de estar en la polis.
Por eso la dictadura del proletariado (en realidad, de la Nomenklatura de allí) ha sido sustituida por la dictadura del dinero (esta otra Nomenklatura de aquí). Ahora, tanto allí como aquí reina la mafia.
No es casual que en sintonía con esa precariedad laboral y pérdida de derechos, los programas electorales no se respeten ni en realidad importen los resultados de las urnas, salvo que esos resultados y programas estén –cosa que ocurre con cierta frecuencia- en sintonía con esa precariedad laboral y esa pérdida de derechos. Entonces sí se respetan.
Tengo la sospecha, creo que fundada, de que han llegado a la peregrina conclusión de que ese gobierno global al que aspiran, ese gran salto histórico que se nos viene encima, y que parece un salto en el vacío destinado a aplastarnos, no puede ser democrático. O si lo es, sólo lo será en apariencia, nunca en sustancia.
Lógicamente se equivocan, pero en eso están.
Dan por buena, como sustituta de la dictadura de allí la dictadura de aquí, y de la dictadura de entonces la dictadura de ahora. Aparentemente dictablanda tecnócrata. En realidad dictadura plutócrata.
La esclavitud de hoy viene vestida y adornada con sus correspondientes sofismas y formalismos legales; no tiene el aspecto ni los ropajes de la esclavitud antigua, porque los medios de control, dominio, y compraventa de personas y leyes, son hoy muy diferentes, y también más sofisticados.
No se engañen. La esclavitud de hoy pasa más desapercibida y es casi invisible, puede tener incluso un sonoro y digno nombre, como hacer «reformas», pero su mal va en aumento. No se reforma (ni mucho menos se regenera) nada, se aprieta el nudo de la vieja servidumbre, simplemente.
[pull_quote_left]Ese gobierno global al que aspiran, ese gran salto histórico que se nos viene encima, y que parece un salto en el vacío destinado a aplastarnos, no puede ser democrático[/pull_quote_left]Descartado el viejo y caduco Occidente, cuyos derechos humanos y dignidad civil son demasiado onerosos y molestos para los que promueven el rendimiento máximo y la desigualdad extrema (ahí están los datos sobre desigualdad), es Oriente y sus nuevos sátrapas los que dictan las nuevas normas al mundo y conforman la globalización, cuyo dios supremo es la productividad (sea cual sea y como sea el mundo que es explotado) para el máximo beneficio de unos pocos.
Todo ello sólo es posible mediante el control férreo y la estricta uniformidad ideológica de los ciudadanos, de ahí que haya un especial interés en desterrar del vocabulario todo lo que pueda sugerir diferencia de criterios o contraste de ideas (derechas e izquierdas), optando por un centro feliz (una síntesis entre granja y Disneylandia) y un “partido único” reverberante y giratorio.
Así, el partido único de allí, ha sido sustituido por el partido único de aquí, sin pasar demasiado apuro ni rasgarnos por ello las vestiduras.
Dentro de este menú tan poco variado, no debe extrañarnos que lo que antes conocíamos como medios “públicos” de información, hoy funcionen como medios “gubernamentales” de intoxicación. Esto se hace especialmente evidente en la España del PPSOE.
Los fenómenos reactivos que todo este proceso -tan traumático en el fondo- están provocando, intentan emborronarse y encajonarse mediante lugares comunes y conceptos indiscutibles, sin atender a matices y diferencias, y sobre todo sin intentar explicar las causas.
Se habla de «populismo» intentando romper la propia imagen reflejada en el espejo, pero si nos fijamos un poco, lo que hay enfrente de ese «populismo», aquí y en casi todas las partes del mundo donde brota y florece, es indecencia y corrupción -ese es su abono-, es decir, sistemas políticos degenerados, se vistan de Clinton o se vistan de Rajoy.
Este establishment, tan poco fiable, y tan laxo de exigencias democráticas (empezando por la independencia judicial), ha generado tanta indignación, que se están produciendo profundos cambios y poderosas corrientes subterráneas en nuestro panorama político.
Si el mundo -nuestro mundo- anda un poco descabalado y fuera de sí, es porque se ha marcado en su historia reciente objetivos bastante insensatos, y que no tienen nada que ver con los principios que inspiraron la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial. Aquel era un plan para avanzar y superar injusticias y violencias; este es un plan para retroceder y restaurar viejos males.
Este retorno al «ancien régime», el régimen de la desigualdad extrema, de la violencia implícita y explícita, que tiene de nostalgia lo que le falta de lucidez (Occidente alcanzó la mayoría de edad y una chispa de razón con la Ilustración), es una forma de infantilismo, una involución, y de la peor especie: la degenerativa.
Quieren una aldea global de súbditos, y de momento todo va viento en popa. Lo están consiguiendo, y sin demasiados esfuerzos. Pero por debajo discurren corrientes poderosas.
A partir de estos principios, puede empezar la fiesta y la trampa. Sobre todo esta última.
Veamos uno de sus aspectos fundamentales que podemos llamar de la libertad selectiva y de la responsabilidad embudo, una especie de “rebelión de las masas” protagonizada por las élites.
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