“… el apego a la vida y a la pobre y desamparada carne de los hombres, entre cuyos sutiles y misteriosos vericuetos alentaba la alegría y la tristeza, la serenidad y el dolor, la generosidad y la crueldad. Y, sobre todo, imaginó una educación y política del amor, única forma posible y esperanzada de seguir viviendo. Esas reconstruidas ideas sobre la vida tenían que enfrentarse al interesado cultivo del horror, de la ignorancia y la falsedad que, tantas veces, se hacen con el poder del aire en el que alientan las palabras”. (EMILIO LLEDÓ / El Epicureísmo)
[dropcap]H[/dropcap]ay libertad para decidir siempre que se decida lo que los dueños quieren que se decida. De no ser así se intervendrá mediante chantaje económico, golpe de mano, asonada tecnócrata, o gestora sobrevenida en platillo volante. De una u otra forma la decisión desviada (libre) es reconducida a la única decisión posible (bajo control). Por tanto hay libertad, pero sólo para obedecer.
Así como se socializan las pérdidas y los desfalcos privados (único socialismo que Europa consiente), se socializan y traspasan las consecuencias y responsabilidades de las propias culpas y errores. No a priori, sino a posteriori.
Nuestra soberanía es ya sólo a posteriori (para pagar), pero no a priori (para decidir), por eso nuestra deuda es soberana, y los referéndum y las consultas están, sin embargo, tan mal vistos.
Somos los titulares legítimos de toda deuda y recorte que nos echen entre pecho y espalda, sea cual sea su origen, porque por definición, el pueblo -o los ciudadanos- viven por encima de sus posibilidades (de pensar) y es el pueblo el que debe apechugar (con su ignorancia), ya sea que se contrate a Calatrava, se construyan autopistas fantasmas, se encomiende a Rato los destinos de Bankia (con el Banco central como testigo privilegiado y mudo), o se levanten aeropuertos que no levantan el vuelo pero levantan la pasta.
Fijémonos en una cosa: nuestro universo tiene un horizonte temporal limitado, y es mortal y caduco de necesidad, debido al incremento de la entropía. Las leyes de la termodinámica así lo dictan.
Supongamos ahora que hubiera un universo a nuestro lado, paralelo y subsidiario, en el que pudiéramos descargar la entropía que vamos creando en el nuestro. Habríamos descubierto la fuente de la eterna juventud, y nos volveríamos eternos, como aquellos dioses que comían ambrosía. Claro que a costa de causar en el otro universo paralelo y esclavo una gran mortandad.
Pues esto sobre lo que podemos teorizar en el campo de la física, lo vemos verificado ya en el campo de la política. De hecho es el gran descubrimiento y conquista de esta última crisis (estafa), cuya novedad y característica peculiar es que la catástrofe ya no se combate -ni se pretende- como ha ocurrido con otras crisis anteriores, sino que se entroniza y cultiva como “agujero de gusano” que pone en contacto dos universos paralelos, siempre para lo malo pero nunca para lo bueno.
El patrimonio y los beneficios públicos, se privatizan. Las pérdidas y las ruinas privadas, se socializan. Por eso las desigualdades aumentan. Es un mecanismo de válvula, una ratonera, y una trampa, mediocre y vulgar ciertamente, pero a la altura de los tiempos que corren, y que sólo puede conducir a una mayor desigualdad e injusticia.
Por eso lo que los dueños del negocio llaman «reformas», y son en realidad retrocesos y recortes, no se pueden tocar, son sagrados y artículo fundacional del dogma, porque no hay ninguna intención de resolver la crisis, sino más bien de dotarla de carácter estructural y normativo. La crisis pasará a ser una de nuestras instituciones más respetables, y no habrá nada más respetable que promover y alimentar la crisis.
Llama la atención como, en contraste con los prestamistas de siempre, que sólo querían recuperar su dinero, los que ahora gobiernan el mundo, más que recuperar el dinero, lo que quieren es «recortar» derechos como, donde, y a «quien» ellos digan. Es decir, quieren imponer por la fuerza de las armas del dinero, una ideología. No es una operación económica, es una operación política. O las dos cosas al mismo tiempo.
Antaño, los prestamistas no se arrogaban ese derecho. Y ese derecho que antes ningún prestamista tuvo, tiene bastante que ver con nuestra pérdida de soberanía. Es un derecho ilegítimo.
¡Díganme cuanto les debo –no descarto auditoría al respecto- y ya veré yo como lo hago!, diría cualquier democracia sana.
La ventaja de creer en Platón y en el despotismo ilustrado, es que lo que es imposible -que sepamos- en el plano de la física, es posible ya en el ámbito de la política -un plano mucho más místico y trascendental- sin más trámite que trasladar al pueblo pagano las consecuencias de nuestras decisiones equivocadas -que no son pocas- o lo que es peor, las deudas contraídas por nuestros latrocinios expertos -que tampoco son escasos-.
Conviene por tanto desprestigiar al pueblo como ente bidimensional, que no come bien, porque nosotros, los antidemagogos, comemos ambrosía y habitamos un mundo de múltiples dimensiones. Olímpico, podríamos decir.
El pueblo llano (que incluye a la clase media depauperada), ha acabado así convertido en una especie de estercolero espacio-temporal, donde van a parar las basuras de los dueños del cortijo, y las entropías que excretan los hombres fuertes, señores del universo.
Los nuevos recortes que nos ordena y prepara Bruselas (entre cinco mil y quince mil millones de euros, según distintas estimaciones), son una nueva remesa de estos lodos fabricados con aquellos polvos. Alguien tiene que recoger la porquería después de la juerga de los señoritos.
Hubo un tiempo en que nuestra soberanía era de ida y vuelta, y nos tocaba apechugar -nobleza obliga- con las consecuencias de nuestros actos irresponsables, pero ya no. Nuestra soberanía ya sólo es de vuelta y nos toca apechugar sólo con las consecuencias de los actos irresponsables y vicios ajenos: los de nuestros señores.
Somos los soberanos legítimos de las consecuencias y las cargas -casi siempre ruinosas- pero no los dueños de las decisiones que se toman. Titulares siempre de las deudas, pero no de los beneficios.
Deciden por nosotros. Y así nos va.
Porque mientras las consecuencias las paguen otros (aquí nadie dimite y hasta el más golfo es premiado), los ilustrados héroes de su libertad (pero sólo de su libertad), siempre serán un vivalavirgen.
Quizás por eso hoy en tantas partes del mundo, enfrente de eso que llamamos -sin discriminar- populismo y antisistema, no encontramos nada apreciable, nada decente, sino simple y llanamente corrupción organizada. Incluso en Estados Unidos, donde Hillary Clínton es la baza de la corrupción política y financiera. Entre lo malo y lo peor, es difícil decidir con ilusión y esperanza.
La desregulación que trajo consigo el neoliberalismo, ha hecho que la corrupción se haya adueñado del mundo bajo la máscara del partido único.
Y es ese partido único montado sobre la corrupción el que hoy se combate en tantas partes del mundo, pero de muy diferentes y contradictorias maneras. De algunas de ellas (racistas, xenófobas, y filonazis) puede decirse que son el remedio que fortalece la enfermedad.
De otras, no podrá decirse lo mismo sin incurrir en falsedad y demagogia.
Aunque sólo fuera por esto, resulta imprescindible reformar nuestra Constitución, y dejar claro -y escrito- si así lo quieren, que la soberanía española reside en Bruselas y en el IBEX, y es allí donde se deben reclamar las facturas de las juergas.
Cuando vuelvan a creer en el Estado de ida y vuelta, en el Estado democrático, en la soberanía legítima, que nos llamen. Mientras tanto que abonen con su mierda su jardín, o recojan sus propias cacas.
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