Opinión

(Des) Orden mundial

[dropcap]M[/dropcap]e ha hecho pensar estos días lo dicho por Barack Obama en Grecia (¿por qué fue primero allí, en su despedida de Europa, y sólo después a Alemania?), no por declarar algo que no supiéramos, sino por decirlo el jefe del Imperio en retirada, el máximo representante del establishment occidental, que es casi decir -aunque ya no tanto- del mundo.

Obama dijo, entre otras cosas: «Hoy las reglas no son iguales para todos». No es la primera vez que lo dice. Es una frase corta, aparentemente inocua, pero no es una frase cualquiera, pues con ella reconoció –mal que le pese- que el supuesto imperio de la ley que define a Occidente, es al día de hoy un fraude; que el estado de derecho, base y pilar de la democracia (y herencia de un pasado más brillante y lúcido), está desaparecido en combate o por imperativo geoestratégico; y que en algún momento de nuestra historia reciente más entusiasmada y lerda, comenzó la confusión y la anarquía.

Dijo bien a las claras (bastaba con esa frase), no que la tarea está cumplida, sino que nos hemos equivocado de camino y que hay que cambiar de rumbo. Quizás, incluso, que hay que empezar de nuevo desde aquel punto en que nos perdimos.
Que el orden mundial al que se aspiraba para dar carpetazo a la historia (como si esta se pudiera congelar), era en realidad un desorden, a las órdenes de intereses no muy claros.

Estas ideas y esta declaración de intenciones, no son nuevas en boca de Obama. Ya en 2011 decía respecto a su propio país: «este país tiene éxito cuando todo el mundo recibe una oportunidad, todos cumplen su parte y todos están sujetos a las mismas reglas«. «Este no es un debate político más. Es la cuestión definitoria de nuestro tiempo. Y también refiriéndose a China: «nunca podremos competir con otros países en lo que respecta a dejar que las empresas paguen los salarios más bajos o contaminen todo lo que quieran… Pero esa es una carrera que no podemos ni queremos ganar». «La carrera que queremos ganar, la que podemos ganar, es la carrera hacia lo más alto, la carrera por empleos de calidad que paguen buenos salarios y ofrezcan seguridad a la clase media». Y definió así el ideario republicano y lo que sus fieles piensan: ‘vivimos mejor cuando se deja que cada uno campe por su lado e imponga sus propias reglas’.

No sé cuánto tiempo llevará Obama, gestor máximo e imperial de las certezas oficiales, con la duda metida en el cuerpo, pero ahora que todo el mundo se hace preguntas en ausencia de respuestas claras, o lo que es peor, en presencia de respuestas amenazantes, deberíamos preguntarnos también nosotros donde han estado, por ejemplo, los sindicatos (y no solo ellos) durante todo este tiempo, y durante este viaje tan alegre a ninguna parte. ¿Instalados en el sistema?

Leemos hoy en la prensa datos que tienen muy poco que ver con la publicidad barata que nos venden los medios oficiales y oficiosos del reino. “España, a la cabeza en desigualdad” se lee en titulares. Los datos del último informe de la OCDE muestran que “entre 2010 y 2014, los empleados españoles con los sueldos más bajos sufrieron el mayor recorte salarial entre todos los países de la OCDE, solo por detrás de Portugal”.

“España tiene, además, la mayor proporción de trabajadores pobres solo superado por Turquía y Chile”.

Este viaje al fin de la noche habría sido imposible sin unos sindicatos neutralizados, inocuos, verticales en su conformismo y apoltronamiento. Pero no han sido solo ellos los que han actuado como convidados de piedra.

Parece, por los datos objetivos, que la España real no es como nos la cuenta Rajoy.
En realidad, todos estos datos y cifras que por su rotundidad ya claman al cielo, describen un estado de cosas que se inició hace ya mucho tiempo (allá por los años ochenta) como una lluvia fina, como un calabobos, ante el que nadie desplegó un oportuno paraguas defensivo.

Entre tanta certeza y fe triunfante, ha habido muy poca duda, y ahí Europa (la de la crítica, la de la duda metódica) empezó a perderse. Europa empezó a perderse cuando renunció a su propio modelo, que no era el de los países del Este, ni el de China, pero tampoco el de Margaret Thatcher y Ronald Reagan.

No se trata por tanto de «más Europa», sino de una Europa “diferente”, más igual a sí misma.

No se trata de correr a la desesperada hacia delante, como en una estampida de irracionales miméticos, sino de volver a empezar, retomando el camino perdido, el camino propio, refundando Europa.
No es la primera vez que Europa renace a sus valores primeros, tras una época de oscuridad y sombras.

Europa necesita un renacimiento.

Quizás por eso, Obama empezó su viaje en Grecia.

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