[dropcap]C[/dropcap]uando Obama dijo recientemente en Grecia que las reglas no son iguales para unos que para otros, Al capones versus bípedos implumes (o desplumados), y que nuestro actual «sistema» (tan digno éel) es esencialmente un timo que aconseja cambiar de máscara o de rumbo, debía tener en mente, entre otros, el timo de Volkswagen.
Todo lo que se diga sobre este asunto es poco, también por el contraste y la diferente actitud que la empresa timadora mantiene hacia los timados, según sean de USA o de España, rubios o morenos (no pocos de estos últimos en España).
Que hasta ese extremo llega la desigualdad en las reglas, y en las compensaciones por el perjuicio ocasionado.
De hecho en España no hay compensación alguna ni indemnización por el timo.
Pero lo que ya impone una falta de respeto total es la actitud de nuestro gobierno (y demás órganos vigilantes), que parece un pelele ante las órdenes secas y cortantes de la empresa en cuestión (que encima se crece), y el ministro del ramo dice genuflexo «si bwana», como si fuera un sicario a las órdenes de mafiosos y mangantes, y no representante de los ciudadanos que le pagan la nómina.
Y es que en este turbio asunto, en el que al fraude confesado se une el desprecio por la contaminación ambiental y la voluntad meditada de estafa y engaño, nuestro gobierno, tan dócil al látigo como a los favores de doña Merkel, lejos de protestar y reclamar explicaciones, pone de su parte la “estampita” que completa y da color local al timo germano.
[pull_quote_left]En nuestro país se vive una apología de los modos del franquismo, que ni siquiera el post franquismo más delirante habría soñado nunca lograr[/pull_quote_left]La estampita necesaria para acicalar el fraude, que es digna de enmarcarse y colgarse, para ilustración de inocentes, en el museo de la infamia, toma la forma en este caso de carta de la DGT (Ministerio del Interior) que anima a los estafados a que pasen por el aro (“… debe usted realizar la medida de servicio”), dóciles como borregos y mudos como estatuas, abusando de una autoridad institucional que estaría mejor empleada combatiendo el timo y persiguiendo a los timadores, y no acoquinando a los timados, de parte de la empresa timadora.
¿Se habrá visto alguna vez a un Ministerio del interior -no siendo el español- colaborando en semejante fregado?
Pena de país, que más bajo no puede caer.
Son este tipo de cosas las que convencen al ciudadano de que no vive bajo el imperio de la ley, sino bajo la égida del gansterismo desalmado y a dos bandas, con su brazo económico y su brazo político.
Frau Merkel tiene en Rajoy un siervo bien obediente.
Este es un mundo raro (deja vu) en el que a quien quema o rompe fotos del «líder» lo meten al calabozo, y a quien anima a un colega corrupto -mediante mensaje telefónico- a que resista la acción de la justicia, el fiscal ni siquiera le envía una misiva en reclamación de explicaciones.
No muy distinto habría ocurrido en la Corea de Kim Jong Un, o en la España de Franco.
Y es que en la España del caudillo, este tipo de cosas (y peores) ocurrían a menudo. Recordemos el caso de Fernando Arrabal que llevado de un entusiasmo transitorio o de un dolor de muelas se cagó en la patria, y por costumbre aquilatada del régimen acabó entre rejas. Donde podría haber acabado también James Joyce por escribir el «Ulises», épico, escatológico, y blasfemo, a partes iguales.
Tuvo suerte Arrabal que Vicente Aleixandre y otros amigos le echaron un cable, y declararon liberal y poéticamente que nuestro autor tenía una gata llamada «Patra» y a ella se había referido (trabándosele la «i») la expresión escatológica.
Y aunque no hubiera tal gata y Arrabal dijera en verdad y con todas sus letras «patria», obvio es que no se refería al conjunto de los españoles, ni siquiera a su propia nación (el, tan español), sino a un régimen fascista heredero y colofón de otros no mucho mejores.
Que a veces pienso si la forma extrema y llamativa de manifestarse los ciudadanos de a pie, no será el reflejo de la forma extrema de manifestarse y comportarse las instituciones.
Las consecuencias de quemar o romper la foto de un rey o de otro líder político, son bastante menos palpables que las consecuencias de desahuciar familias enteras al mismo tiempo que se amnistían defraudadores fiscales. Estas últimas acciones si son provocadoras, incívicas, y gamberras.
Si a este estado de cosas relativas a la libertad de expresión -en un país que tanto la ha maltratado- y que nos retrotrae con fuerza a un tiempo remoto, unimos también el nuevo caso Trueba (en su segunda ofensiva), comprobamos que en nuestro país se vive una apología de los modos del franquismo, que ni siquiera el post franquismo más delirante habría soñado nunca lograr.
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