Opinión

Nacionalismos

“Yo, con mis propios ojos, vi cierta vez a un elefante que escribía con la trompa letras romanas en una tablilla, manteniendo un trazo recto y definido”. (CLAUDIO ELIANO / Historia de los animales).

[dropcap]M[/dropcap]i rechazo frontal al  nacionalismo empieza por el nacionalismo “animal”, cuyo principal representante es el espécimen humano, del cual formo solidariamente parte. Y si no el principal representante, el más consciente y responsable.

Es a esta escala de las “especies” estudiadas y definidas por Darwin (una suerte de “naciones” biológicas), donde empieza a fraguarse ya la mirada provinciana y paleta.
Y al contrario, es aquí también donde puede alumbrarse e iniciarse, con paso firme y seguro, la mirada cosmopolita.

En ese sentido, la Biblia judeo-cristiana es el principal apoyo doctrinal a la xenofobia animal y el nacionalismo homínido, un apoyo de las falsas jerarquías que durante tanto tiempo han impedido aproximaciones más lúcidas y certeras a nuestra realidad y a la realidad del mundo que nos contiene y rodea.

Dados estos antecedentes, estamos en deuda con la ciencia que nos ha llevado a conocer un poco mejor nuestra posición en el cosmos. Esa ciencia nos ha ayudado a combatir el “antropocentrismo”, sea innato o adoctrinado, ese  pelo de la dehesa que se enreda en nuestro ombligo, y nos ha enseñado a mirar al «otro» con mayor curiosidad, conocimiento y respeto, a descreer de las jerarquías falsas, contingentes, y transitorias.

Si por las iglesias tradicionales fuera, seguiríamos siendo el único objeto digno del universo, el dictador justificado, sacramentado, y cruel, de todas las demás especies vivas. Es decir, el animal más inteligente y menos sabio de todos los que conocemos.

En el ámbito apostólico y romano, sin embargo, esto ha cambiado mucho, y ahora el papa Francisco, más instruido y culto, ha iniciado un camino sin retorno sobre los pasos de su tocayo, el pobre de Asís, mirando desde una posición más sabía y elevada (y por eso, más humilde) al  «hermano» sol, y al «hermano» lobo. Y ha abarcado a la biosfera en su conjunto, de la que formamos parte, en una mirada ecuménica y ecológica, “orgánica”, y sin duda, más “santa”  y saludable.

Y no sólo San Francisco de Asís, y con él otros místicos y sabios de todos los tiempos y culturas (como Rumi, el autor de «El Masnavi, o los sabios del taoísmo y el budismo), nos sacaron de nuestra ciega presunción y aislamiento, rompiendo -movidos de una intuición llena de “simpatía”- falsas fronteras, sino que paso tras paso, y desde la misma antigüedad, la ciencia les va dando a estos precursores “intuitivos” la razón, basada ahora en hechos y datos.

Compartir con los demás seres vivos un mismo código genético, una misma clave del secreto de la vida, es algo más que un símbolo o una metáfora “cabalística”. Es compartir un mismo origen, aunque no necesariamente un mismo destino. Y el nuestro no tiene por qué ser el mejor, ni el definitivo. Depende de nosotros y todo es relativo.

[pull_quote_left]Es muy difícil ser cruel con aquello que se admira. Casi siempre la crueldad es hija del desprecio, y este demasiado a menudo producto de la ignorancia.[/pull_quote_left]En cualquier caso, ese lazo familiar, ese recorrido común hecho tantas veces de simbiosis (vivir juntos para vivir mejor), y sobre todo, ese conocimiento -que es auto conocimiento- y esa consciencia, debe aconsejarnos, si no imponernos, una mirada y actitud de respeto, máxima en lo posible, hacia el “otro”. Respiramos gracias a un alga verde-azulada. Es decir, gracias a un “otro” mínimo y, en nuestra ignorancia, quizás despreciable. Pero sin ese aire y oxigeno que nos regalan, los despreciables y mínimos seriamos nosotros, porque no seriamos.

Y esa mirada “abierta” no es sólo de ahora, sino que tiene a sus espaldas un largo recorrido histórico en nuestra cultura, o incluso en otras culturas más “primitivas” que despreciamos como arcaicas o demasiado simples.

La mirada de Epicuro, o de Lucrecio, o incluso de los más crudos materialistas de la antigüedad, basada en una comprensión del mundo que hoy juzgaríamos como «moderna», era fundamentalmente cosmopolita. Entre otras cosas porque fue una mirada que combatió la ceguera de los mitos, y miró el mundo y la «naturaleza de las cosas» de frente, tanto en su pequeñez como en toda su grandeza. Y sobre todo, en todas sus relaciones, interacciones, dependencias, y evoluciones.

Como fue abierta también, por necesidad y quizás también por instrucción, la mirada de Alejandro Magno, que unió  Oriente y Occidente, y amplió las culturas y especies vivas conocidas hasta entonces. Incluso Diógenes de Sinope, el filósofo cínico, se declaraba ciudadano del mundo y discípulo de la Naturaleza, admirador por tanto de todo lo que esta contiene, y para el cual la única frontera que nos mantiene exiliados son los errores y vicios de una “civilización”, ciega ante hechos y dependencias fundamentales.
O la mirada del romano Claudio Eliano, que en su “Historia de los animales” desplegó una mirada curiosa, «comprensiva» y «simpática», ante las múltiples maravillas, sorpresas, y enseñanzas que los «otros animales” le deparaban. Con sus diversas costumbres, con sus diversas «culturas».

Y mencionada la palabra «cultura» (para escándalo de muchos), última frontera separatista de nuestra (falsa) diferencia radical con el resto de los animales, digamos que ese muro “nacionalista” también ha caído hace ya tiempo, y grado por grado, paso por paso, también nos fundimos en este aspecto con el Todo que nos rodea, porque al final y como ya dijeron los antiguos: «nada viene de la nada», y todo es resultado de la evolución y el cambio.

Decía Anaxágoras -según nos cuenta Aristóteles- que “el hombre piensa, porque tiene manos”.

Más allá de la hábil mano del chimpancé que extrae -con una pajita preparada para ello- las termitas del termitero, o de la madre chimpancé que rompe nueces con una piedra escogida, ante la atenta mirada de su retoño, que observa, aprende, y se educa, Suda, la joven elefante que pinta cuadros, maneja su trompa “como una mano”, y lo que hace se parece mucho a pensar.

Y solo con una especie de pasmo que conlleva necesariamente admiración y respeto, podemos contemplar esa especie de “mandala”, milagro matemático y geométrico, que dibuja con sus frágiles aletas, el pez globo japonés en el fondo del mar. Un alarde de geometría cifrada cuyo último mensaje es el amor.

bonobos-5Es muy difícil ser cruel con aquello que se admira. Casi siempre la crueldad es hija del desprecio, y este demasiado a menudo producto de la ignorancia.
Sólo así se entiende que el hombre haya hecho de la crueldad una fiesta, o en otro orden de cosas haya abocado a su medio natural al desequilibrio y el desastre.

Nacionalismo cultural, nacionalismo político, nacionalismo “animal”… Habrá quien piense que son elementos de discusión que no se pueden mezclar ni confundir, y un planteamiento de debate absurdo y “naif”, pero ¿por qué?
¿Aislarlos no es precisamente «nacionalizar», fanatizar, y empezar a limitar nuestra mirada? ¿Imponernos patrias muy chicas, cegueras “pragmáticas” y “realistas” desde el principio, que no nos hacen más sabios sino más necios?

Como ya indicó y denunció Unamuno, los nacionalistas extremos, los racistas, los nazis, extrajeron su lenguaje y confusión mental de la «zootecnia», es decir de la vida animal entendida como ganadería, como explotación, como manipulación, como objeto, como granja. Cosificando al “otro”.
Por eso mismo, la vida libre, múltiple, y salvaje, al albur de su variedad y riquezas espontáneas, y por ello mismo, de su dignidad compartida y completa, puede servir de inspiración y fundamento sólido para combatir esa mirada necia, esa mirada fanática, del nacionalismo político.

Mal entienden la cuestión, en lo político, quienes pretenden combatir un nacionalismo imponiendo otro, porque lo único que hacen es cambiar una granja por otra, una zootecnia por otra no mucho mejor.
Y mal argumentan su incoherencia quienes se declaran antinacionalistas en lo político, y cultivan su ceguera en lo biológico, hasta extremos de crueldad gratuita.

Que el Cosmos, tan vasto, pueda ser cruel o indiferente ante lo inexorable de nuestra condición humana, es cuestión que nunca se agotará, pero que nuestro “plus” de consciencia conlleva un “plus” de responsabilidad, y nos hace culpables ante la crueldad bárbara y gratuita, es obvio.

Empezar a respetar la dignidad de los “otros” animales, combatiendo por ejemplo esa crueldad innecesaria, es tener mucho camino andado en el respeto a los demás seres humanos. Es una vía de aprendizaje que aún deben recorrer también muchos fanáticos defensores de los animales que a veces incurren en la radical incoherencia de no incluir en ese grupo respetable y en esa defensa, a otros seres humanos.

[pull_quote_left]Como ya indicó y denunció Unamuno, los nacionalistas extremos, los racistas, los nazis, extrajeron su lenguaje y confusión mental de la «zootecnia»[/pull_quote_left]En ese sentido, considero que el hombre mínimamente ilustrado, lo tiene difícil para ser nacionalista, forofo de una pequeñísima parte de la realidad, o cultivador de su mínimo ombligo. Pero no solo el racionalismo o la ilustración son fuente inspiradora para esa actitud. Otras culturas no racionalistas o no ilustradas, primitivas incluso, más “simpáticas” e intuitivas con su entorno, han generado esa misma actitud y sabiduría, sin necesidad de tantas letras.

Es de tal dimensión –o dimensiones- la porción de realidad que hoy abarcamos, gracias a la ciencia, que viajamos literal o especulativamente del microcosmos al macrocosmos sin que ninguna frontera nos salga al paso, salvo las que transitoriamente determinan los limites cambiantes de nuestro conocimiento, o la ignorancia fatal de nuestros políticos.

Dada la amplitud de este paisaje, cuya elevada perspectiva pictórica no excluye otros planetas habitados y otros universos paralelos, solo mediante un esfuerzo deliberado de ceguera y necedad podemos degenerar filogenéticamente hasta la visión encogida y estrecha que tienen del mundo los peces de una pecera.

La amplitud de movimientos del ser animado respecto del ser inanimado, y del animal de sangre caliente respecto del animal de sangre fría, determina que determinadas fronteras ideológicas y geoestratégicas sean ya solo vestigio de estratos mentales superados y sepultos.

Pero así como esos estratos arcaicos del cerebro, se activan y toman el mando en los momentos de crisis y máximo estrés, cuando nublada la parte más noble de la mente, todo nuestro ser solo enfoca –mediante un efecto túnel- un objetivo de supervivencia, así en los grupos humanos y las sociedades, una amenaza suficiente puede poner a una civilización culta y sofisticada, en el modo “tribu”.

Ya lo hemos visto en otros momentos de la historia, y puede que ahora también la creación “artificial” de medios inhóspitos y ecosistemas envenenados, produzcan mutaciones imprevisibles del comportamiento, que ni los mismos fabricantes de esos venenos ideológicos controlan.

Y es que hay doctrinas económicas y teorías sociales, tan ciegas (el egoísmo y la codicia, en su aislamiento necio, siempre lo son), que incluso en medio de la civilización más avanzada y culta, actúan como un tóxico letal.

— oOo —

Deja un comentario

No dejes ni tu nombre ni el correo. Deja tu comentario como 'Anónimo' o un alias.

Te recomendamos

Buscar
Servicios