Opinión

La inteligencia artificial (I)

[dropcap]I[/dropcap]niciamos hoy un nuevo artículo, y creo que es sobre un tema de gran interés actual, que está en todos los espacios mediáticos, absolutamente in crescendo. Sobre todo por la atracción que significa la promesa de la inmortalidad humana, la telepatía regulada, y toda una serie de potencias adicionales al hombre, que han promovido todo un movimiento que algunos llaman transhumanista. Se trata de la inteligencia artificial (AI, por la sigla inglesa).

Esa idea de la AI surgió a mediados del siglo XX, a partir de matemáticos como Claude Shannon, Norbert Wiener, John von Neumann, y Alan Turing; quienes primeramente sentaron las bases de la teoría de la computación: el progreso haría posible disponer un día de máquinas de mayor capacidad de inteligencia que las personas; y que además, llegarían a gozar de la posibilidad de vivir sin necesidad de contar con la especie humana que las creó: las máquinas idearían y materializarían su propia civilización, tal como premonizó el novelista de ciencia ficción Arthur Clarke en ‘Cita con Rama’.

Marvin Minsky es uno de los científicos que en 1956 participó en la mítica conferencia de Dartmouth en que se acuñó el término de Inteligencia Artificial, que engloba a ordenadores y robots que siguen los patrones de la inteligencia humana. En 1959 fundó junto a John McCarthy el Laboratorio de Inteligencia Artificial del prestigioso Massachusetts Institute of Technology. Un visualizador de gráficos que se lleva en la cabeza, un brazo robótico y el microscopio confocal, muy usado en biología, son algunos de sus más destacados logros profesionales.

– ¿Y cuáles son ahora los futuros posibles?

–  Nadie está al mando del planeta. Los países queman petróleo para ganar dinero, pero no saben que se están destrozando a sí mismos porque el planeta se calienta… algún día ya no habrá necesidad de calentar nada.

– Aparte de lo que se ha descubierto en el campo de la Inteligencia Artificial, ¿en qué campos diría que se han llevado a cabo los descubrimientos más notables en los últimos años?

–  En Genética. Es difícil pensar en una era en que se haya descubierto tanto en tan poco tiempo. Hace 20 años se sabía que había genes, pero no cómo funcionaban.

Muy probablemente nada o casi nada de lo que aquí puede decirse sobre robots y otros mecanismos, existiría hoy sin el trabajo de Alan Turing, el matemático británico cuyos cien años de nacimiento se conmemoraron en 2012. En ese sentido, Turing posee muchos títulos: el genio que descifró los mensajes encriptados de los submarinos nazis durante la Segunda Guerra Mundial con la máquina Enigma; y también se convirtió en el autor de las bases teóricas sobre las que ha crecido la informática.

Pero con todo, en las celebraciones de su centenario, en 2012, lo que más se enfatizó fue el impacto de las aportaciones de Turing en la vida cotidiana: no hay teléfono móvil, consola o dispositivo electrónico en general que no le deba algo. “Es necesario que la sociedad incorpore a Turing a su elenco de grandes investigadores de la Historia, en la misma categoría de Kepler, Darwin, Marie Curie, Galileo, Newton o Einstein”, dice Juan José Moreno Navarro, vicerrector de Sistemas Informáticos y de Comunicación en la Universidad Politécnica de Madrid y comisario del Año Turing en España.

Y debemos preguntarnos por una de las pruebas más renombradas: el test de Turing, destinado a saber si una computadora es inteligente en su interacción con los humanos, sencillamente, a base de un chat. En ese sentido, un sujeto envía su mensaje y analiza el contenido de la respuesta que recibe de su interlocutor; determinando si hay verdadera conversación. De modo que si un día encontramos una máquina capaz de hacernos pensar que se trata de una persona, deberíamos resignarnos y atribuirle tanta inteligencia como la que podamos tener nosotros mismos. En suma, un experimento sencillo que Alain Turing expuso en la década de 1950 y que sigue siendo origen de amplio debate.

Hasta ahora, ninguna máquina había logrado superar con éxito el test de Turing, y no será por falta de incentivos. En el año 1990 se puso en marcha el Premio Loebner, un concurso anual para intentar resolver la prueba expuesta por el científico británico cuatro décadas antes. Aunque se repartieron algunas condecoraciones menores, el gran bote, los 100.000 dólares que se llevaría aquel que lograse superar el test, ha pasado 24 años sin dueño.

Eugene es un chico ucraniano de 13 años, al que le gusta comer hamburguesas y dulces, y cuyo padre trabaja como ginecólogo. O eso es al menos lo que logró hacer creer al 33 por 100 de los jueces en una competición en torno al test de Turing celebrada el 7.VI.2014 en la Royal Society de Londres; coincidiendo con el 60 aniversario de la muerte del genio matemático. Puesto que Alan Turing estableció que el 30 por 100 de los jueces debían ser engañados como mínimo para dar por superada la prueba, Eugene Goostman puede reclamar el honor de haberlo conseguido.

Este software, creado en San Petesburgo por los programadores Vladimir Veselov, ruso, y Eugene Demchenk, ucraniano, en 2001 y se trata de un chatbot, un robot con el que conversar, que ya estuvo a las puertas de superar el test de Turing en 2012: en aquella ocasión, su porcentaje de persuasión se quedó en un 29% de los jueces. Aunque no logró superar la prueba, sus resultados impresionaron a los jueces, puesto que era lo más cerca que había estado nadie de superarla.

[pull_quote_left]Eugene es un chico ucraniano de 13 años, al que le gusta comer hamburguesas y dulces, y cuyo padre trabaja como ginecólogo. O eso es al menos lo que logró hacer creer al 33 por 100 de los jueces en una competición en torno al test de Turing[/pull_quote_left]Para volver a presentarse a la prueba dos años más tarde y ganarla, Veselov y Demchenk sometieron a Eugene a muchas mejoras. “Hemos pasado mucho tiempo desarrollando un personaje cuya personalidad fuese creíble. Este año nos hemos centrado en mejorar el control de diálogos, que hace que la conversación sea mucho más parecida a la que tienen dos personas que cuando hablas con un programa que simplemente responde preguntas”. En sus planes está seguir mejorando: “queremos hacer a Eugene más listo, y seguir perfeccionando lo que llamamos la lógica de la conversación”.

Supongamos que en un momento dado, una computadora sea capaz de conseguir superar la prueba de Turing: ¿podríamos entonces asegurar que las máquinas habrían llegado a ser tan inteligentes como nosotros? ¿Es suficiente con la prueba de Turing para asegurarlo?

Hoy por hoy no es fácil concebir como supuesto algo así, a menos que estemos en trance de mecanizarnos, en una tendencia manifiesta a comportarnos como verdaderas máquinas. Un ejemplo: si abandonamos los contactos directos en favor de los centros de llamadas (call centers), a distancia, atendidos por trabajadores repetitivos, carentes de toda responsabilidad y creatividad, sólo será cuestión de tiempo que esos trabajadores, que ya hoy actúan como robots vivientes, sean reemplazados por máquinas. De hecho, ya está sucediendo: muchos call centers ya funcionan íntegramente servidos por dispositivos electrónicos contestadores.

Al respecto, la opinión de Jaime González Torres-Domingo, que puede resultar esclarecedora; es la siguiente:

Las máquinas pensantes y la inteligencia artificial y el Test de Turing, pasan por alto algo fundamental: los fenómenos psicológicos que tenemos los seres humanos y que, a ver cómo se meten en un ordenador. El contacto entre seres humanos tiene una gran parte de estos, como todos sabemos a través de las personas que amamos u odiamos o, simplemente, nos caen mal. La abismal diferencia entre una inteligencia artificial, por enorme que sea y un ser humano es precisamente el alma y una de sus manifestaciones son los fenómenos parapsicológicos. Y algo que han demostrado los parapsicólogos es que la telepatía (medida cuantitativamente por las cartas zenner), no viaja por el espacio (porque los porcentajes de aciertos son similares en una pareja emisor-receptor, si están ambos en la misma habitación, uno en Washington y otro bajo los hielos del Polo y uno en Washington y otro orbitando la cara oculta de la Luna). Ergo, hay algo en el hombre que está fuera del espacio (y del tiempo). Si no nos gusta, no lo llamemos alma.

Seguiremos la próxima semana, en la idea de terminar con el tema, aunque como podrán haber observado los lectores, se trata de una idea sin límites cronológicos ni de espacio de debate.

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