– Lo que hablamos ayer sobre las huellas, sí, las del increíble pasaje de «El último mohicano», me ha hecho pensar en otra…, quizás la más famosa…
– ¿La del primer hombre en la Luna?
– No. No. ¡Aunque puede que esa sea la más conocida hoy! Me refiero a la más famosa en la Literatura… ¿Piense un poco?
¿No será la del «Robinson Crusoe»?
– ¡Eso es! ¡Esa, esa! Pues el caso es que anoche le estuve dando vueltas a algo que me parece extraño…
– Pues ahora que lo dice, debe habérselo parecido a mucha gente. Cuando yo era niño me impresionó aquella historia, como a todo el mundo. ¡Un náufrago, que llega a dominar la Naturaleza en su despoblada isla! Y de pronto, un día, encuentra una huella humana en la playa, con todo lo que ello significaba. Pero… ¿cómo es que sólo hay una?
– ¡Exactamente! ¿Cómo es posible? ¿Es que llegó volando, posó un pie y volvió a levantar el vuelo? A lo mejor yo leí una mala traducción y en el original había varias… Pero vi varias películas sobre el tema, como la de Buñuel, por ejemplo, y en ella y en otras versiones es una nada más… Hasta ahora no me había percatado pero usted me ha hecho pensar…
– ¡Lo que son las cosas! Cuando yo estaba estudiando teníamos una tertulia antes de la clase y se trató este asunto, al que nos lanzó aquel gran profesor que fue Francisco Hernández-Pacheco. Efectivamente. ¿Dónde están las otras huellas del rastro? Porque… si las olas barrieron las demás… ¿por qué no borró también aquella?
– Esa es la conclusión a la que llegué anoche. ¿Podría darse el caso? ¿Usted qué opina como experto?
– Veamos. Es evidente que si anduvo por el entreoleaje se eliminaron todas. ¡Descartado entonces! Si la anteplaya o la trasplaya eran de limo se hubiese mantenido todo el rastro durante algún tiempo, ¡pero no una única huella!
– ¿Y entonces?
– Vamos a suponer que hubiese las dos cosas. Es decir una parte mayor arenosa y otra embarrada, puede que por la desembocadura de algún arroyo.
– Pero si metió el pie en el arroyo tampoco dejaría huella…
– ¡Claro! Pero puede que en ese momento el arroyo estuviese seco…
– Bueno. Es una posibilidad. Pero me parece poco probable. Cuando uno lleva los pies limpios, caminando por la arena, no se le ocurre pisar el barro. Saltaría… ¿Noo?
– ¡Hombre! Tenga usted en cuenta que estamos hablando de un hombre…, digamos…, primitivo. ¡Le importaría bien poco la limpieza! Desde luego, yo hubiese saltado para no tener que quitarme luego el barro…
– Puede que tenga usted razón. Lo que si está claro es que usted me ha abierto los ojos al espíritu crítico de los hechos relatados, haciéndome pensar en lo que leo. Claro que también hay que respetar la licencia literaria del autor. Creo que hay que perdonar este fallo de Defoe, pues con él consiguió un enorme impacto emocional, que quizás no fuese tan grande si hubiese encontrado varias huellas… ¡Hay que ver lo que ha despertado en mí lo que me contó sobre Mark Twain! ¿Es que había estudiado geología?
– No creo. Lo que pasa es que era un hombre muy inteligente y observador. Tiene dos obras autobiográficas, «La vida en el Misisipí» y «Pasando fatigas». Relata en ésta que fue buscador de oro en el Oeste. Me imagino que allí observó muchos detalles de la Naturaleza. Y escribió unos apuntes magistrales sobre los cambios en la morfología del río cuando fue piloto de aquellos barcos fluviales de palas giratorias ¡Que vivió la Fisiografía en directo, vaya! También recuerdo que me llamó mucho la atención la descripción que hizo del «salvaje Oeste», de un modo que se parece muy poco lo que antes y después se ha dicho en las novelas y en el cine. Para él fue como una epopeya heroica cantando aquello de «Oh, Susana».
«En otro capítulo relata que en cierta ocasión viajó a las islas Hawái y aprovechó para subir a la cumbre de un elevado volcán en un islote. La sensación que le produjo la visión en torno era como si estuviese en el fondo de una taza, al sentir el horizonte tan aparentemente elevado por la distancia. Yo he tratado de probar esa sensación contemplando el mar desde lo alto de las montañas en el occidente de Asturias y, ¡sí!, algo así se siente, pero enmascarado por el paisaje aledaño. ¡Mucho me gustaría probarlo en un islote picudo, como hizo él!
– ¡Qué gran escritor! ¿Qué opina del «Tom Sawyer»?
– ¡Maravillosa obra! Ese libro y «La isla del Tesoro» deberían ser regalo imprescindible para los chavales de 10 años. Quizás con su lectura se diesen cuenta de que hay algo más que la moderna tecnología para entretenerles. ¡La eterna palabra escrita!
– ¡Tiene usted toda la razón! ¿Seguimos hablando mañana?
– De acuerdo. ¡Hasta mañana!
3 comentarios en «La huella de Defoe»
No quiero recibir más sus mails.Arturo Santos
siempre ingenioso e interesante. saludos,
francisco
Muchas gracias, amigo mío. Creo que tengo cuerda para rato. .. mientras el cuerpo aguante…
Un fuerte abrazo