Opinión

La sorpresa de la tiranía triunfante

[dropcap]E[/dropcap]l problema está en actuar como si no hubiera pasado nada, como si el tiempo presente no tuviera un pasado, ni los sucesos unos motivos, es decir, el problema está en no reconocer los hechos, y al mismo tiempo manifestar sorpresa, en confundir los efectos con las causas y el culo con las témporas.

Señores sorprendidos por el extraño derrotero de los hechos, me sorprende que se sorprendan. Y no es cuestión de clarividencia, pero uno se despierta por la mañana con un nudo de realidad en la garganta, antes de abluciones, muy difícil de obviar y que le aleja de cualquier tentación de aducir ignorancia.

Este es el mundo que hemos parido, por libre decisión de los contrayentes, en base -eso si- a un mandato superior y un catecismo impuesto. Casi diría, en base a una violación.

Hemos sido hombres, no de poca fe, sino de demasiada y pueril. Empezando por la fe en nuestros políticos. Les hemos dado demasiado crédito, y no les hemos vigilado lo suficiente (ni siquiera los que hacen de esa vigilancia su profesión). Y siguiendo por la fe en el «mercado», esa hada madrina que nos ha convertido en sapos.

No es que antes fuéramos príncipes, pero al menos éramos ciudadanos.

Para el que despierta del sueño de la fe, todo es un enigma.
El Brexit es un enigma. Trump es un enigma. Los masivos éxodos globales son un enigma. La crisis (y la vergüenza) de los refugiados es un enigma. Nuestra falta de ética no hay quien la entienda. El cambio climático es un misterio. Las estafas financieras, son tabú. Ni siquiera el renacer de la ultraderecha y el desprestigio de la democracia (los «liberales» dicen que es muy zafia), es explicable o se veía venir amaneciendo por detrás de ese horizonte de ideas turbias.

Y sin embargo, Margaret Thatcher ya tomaba el té con Pinochet y le daba las gracias. Todo un síntoma.

La corrupción en España, nadie supo de ella hasta que cayó del cielo en bloque, ya preparada para llevar. Enigmático. Sorprendente.

Nada, que no dan con ello. Es más, no esperan encontrarle explicación a tanto enigma, y por tanto tampoco solución. Para que. Somos hijos de la fatalidad. Ya está todo el pescado vendido. Gobierna el dinero. Así de simple. Así de vieja es esta posmodernidad.

¡Qué razón tenía Quevedo!

La soberanía la tiene el dinero, y nuestros Estados ya no la tienen, o sólo la conservan -transitoriamente- los Estados más poderosos. ¿Para qué un Rajoy, habiendo una Merkel? Y dentro de poco ¿para que una Merkel?
Perdida la soberanía -la nuestra- el Estado (su aparato) ya sólo se mueve por un instinto de autoconservación, y «el horror que produce la perspectiva de la inutilidad futura» (1) le induce a la colaboración dócil, como administrador servil de quien detenta el poder (no democrático): el dinero.
El único objetivo de ese «aparato» es mantener el statu quo, siendo útil a aquellos intereses, y sumiso a sus órdenes.

Ríanse conmigo cuando agiten la bandera del patriotismo como tapadera de sus vergüenzas y traiciones.

[pull_quote_left]Nuestra democracia y su soberanía son ya solo en diferido, y sobre todo en simulado. La tiranía y su nueva economía son sin embargo en tiempo real[/pull_quote_left]Así, según muchos autores, el poder radicaría en un «espacio de flujos» (Manuel Castells) ajeno al control democrático, y nuestros gobiernos serían simples administradores de ese poder antidemocrático, una especie de cargos intermedios que deben fidelidad no a sus electores y representados, sino a esos poderes fuera de control, entre otras cosas porque debido a esta mecánica, nuestros gobiernos son completamente prescindibles (nuestros gobiernos no toman las decisiones, sólo las administran), y de hecho muchas veces esos poderes deciden prescindir de ellos, a conveniencia, como tenemos comprobado y visto.

Es una escala de dependencias y de sumisiones: Rajoy obedece a Merkel (como ya hizo Zapatero), y a su vez Merkel obedece a otras instancias. Nosotros no contamos. Nosotros ya solo somos siervos.

Esta es una aproximación teórica que coincide bastante con lo que percibimos como real.
Y esto, obviamente, equivale al fin de la democracia, que quizás es a lo que se referían con aquel anuncio incumplido y errado del fin de la historia. Lo que se fraguaba, en realidad, era el fin de la democracia.

¿Es casual que la democracia sea hoy el centro del debate? Probablemente no.

¿Las consecuencias?
«Las consecuencias -cotidianas, económicas y sociales- de tal escenario para la población en general… son fáciles de entender y están a la vista de todos (o, cuando menos, de todos los que viven allí donde el neoliberalismo se ha puesto en práctica). Lo cierto es que, en general, la crisis del Estado poswestfaliano ha significado la retirada del Estado del bienestar y de la mayoría de las promesas que la modernidad había hecho a sus ciudadanos«(2).

Era lógico aventurar que cuestionando ya hasta las pensiones, acabaríamos cuestionando y poniendo en solfa también la democracia.

Quizás esto sea, como dicen, simplificar demasiado, pero entonces es probable que Quevedo fuera un populista avant la lettre.
Poderoso caballero es Don dinero, decía él. Le das la mano y te coge el brazo. Le concedes libertad plena (sin reglas) y acaba con la tuya. Algo sabido, pero que hoy causa asombro. Tantos años exportando los «valores occidentales» a fuerza de bombazos por medio mundo, para esto: esclavos del dinero. Y nuestros gobernantes sus más dóciles siervos (Madre, yo al oro me humillo). En fin.

Poderoso caballero es Don dinero. Quebranta cualquier fuero… y ablanda al juez más severo. Acuérdense de Zapatero y Botín. Y también del artículo 135.

Ni siquiera los teóricos y apólogos del pelotazo (socialistas de pro) lo veían venir. O si, y miraron para otro lado. Fueron tragando. Y engordando. Y tomando un extraño color amarillo.

Nuestro «sistema» padece el síndrome de Diógenes. Ha acumulado tanta basura (política, ética, económica) entre sus muros, que se está asfixiando.

Hoy, creer que uno puede ser libre, sobre todo si no ha pedido venia al mercado, es una blasfemia.

Y todo esto empezó -en términos relativos- no hace tanto tiempo. Nuestro desastre es aún joven, pero nos vaticinan que llegará a viejo.

La cruda realidad (esa que se nos enreda por la mañana en la garganta y hace nido por la noche en nuestro inconsciente) es que vivimos en régimen de tiranía -sin paliativos, sin matices, sin medias verdades- y la mentira es su más fiel consejera.

Nuestra democracia y su soberanía son ya solo en diferido, y sobre todo en simulado. La tiranía y su nueva economía son sin embargo en tiempo real. Como Dios, está en todas partes y en ningún sitio. Fuera de control.

Así cuando a todas las horas nos hablan de las perversiones del populismo, y meten en el mismo saco a todo el que se opone a aquella tiranía (que sí embargo no mencionan ni una sola vez), suena, si no a chiste, porque en definitiva es un asunto trágico, si a cortina de humo de corte mercenario.

El fin de la democracia y el inicio de la tiranía, en otros tiempos habría sido una noticia de calado. Hoy importa más la liga de futbol.

NOTAS (1) y (2): “Estado de crisis” / Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni

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