[dropcap]A[/dropcap]l parecer somos de los países menos transparentes de Europa, según el último informe de «Transparencia Internacional (TI)». Este tipo de récords no muy brillantes en el que nos hemos especializado (la electricidad más cara de Europa, etc.), si ustedes caen en la cuenta, ya no nos llaman demasiado la atención, por repetitivos y acostumbrados, y se han convertido en una especie de dolor de estómago larvado, en una cenestesia deteriorada e incómoda, que no mata de un día para otro, pero que ahoga a largo plazo muchas ilusiones y muchas energías.
Algo va mal cuando tantas estadísticas rigurosas y tantos estudios objetivos nos conducen al pesimismo, que ya no es visceral o por falta de yodo, sino argumentado racionalmente, basado en datos, y motivado por una insistente mala política, actividad humana y civil que en nuestro caso casi se ha hecho ya sinónimo de corrupción.
Dice la prensa en relación a lo expuesto en este último informe de TI:
“España cae a su peor clasificación de la historia en el índice de percepción de la corrupción”; “Hemos alcanzado el record histórico de corrupción comparativamente”; “Estamos entrando en un pelotón de países que se han acercado peligrosamente a la corrupción sistémica muy recientemente, como Georgia y República checa”; “Los Emiratos Árabes Unidos, Bután, Catar, Cabo Verde, Botswana, Bahamas o Uruguay reciben mejores calificaciones”. “España también se hunde en la comparación con el resto de integrantes de la UE”.
Según el informe, los ciudadanos españoles están convencidos de que “la justicia está politizada y muchos casos quedan impunes”. En consecuencia, el Informe pide “despolitizar los órganos constitucionales, reducir el número de aforados… etc.”.
Y los autores del informe advierten: “Hemos llegado al suelo. Más bajo no podemos caer”; “Es el momento de reaccionar”, y reclaman una Ley de protección a los denunciantes, porque debido a las circunstancias actuales, “muchos casos quedan sin conocer”.
Nuestra democracia, modelo que creímos exportable (aquí la corrupción siempre va de la mano del triunfalismo más insensato) es en realidad una charca turbia.
Fíjense por otra parte en un detalle no menor, y es que todos estos récords no los bate el «populismo», sino nuestro gobierno. Es decir, nuestro «sistema». Es decir, nuestro “sistema” está “sistémicamente” corrupto.
Nuestra desigualdad crece; nuestra pobreza infantil es notable; nuestra pobreza energética (junto al recibo de la luz) se sale de madre; nuestros bancos y cajas son los más golfos de nuestro entorno; nuestros políticos los más corruptos; nuestros aforados, los más numerosos; nuestros pesebristas y prebendados, los más ubicuos y resistentes; nuestros trabajadores de los más explotados (criterio que hoy se considera de una extrema y radical modernidad); nuestros contratos laborales son una forma de basura -especialidad de la casa- patentada por el turno «socialista» y confirmada por el turno «popular»; nuestros interinos se jubilan interinos, con canas y con nietos (los tribunales de Europa no se cansan de dictar sentencias que establecen que esto, además de un acto de explotación continuada a lo largo de toda una vida, constituye un caso notorio de estafa consensuada -también con los sindicatos- e institucionalizada); nuestro gobierno colabora con Volkswagen -y cuando se tercie con los bancos- para estafar a sus súbditos, los súbditos de frau Merkel; nuestros jóvenes carecen de expectativas; nuestros ancianos se jubilarán más tarde o más muertos, si es que llegan… Etc.
Qué tenga que ver la falta de transparencia con esta especialización de nuestro país en récords nefandos, analistas habrá que lo califiquen, y monaguillos a sueldo habrá que lo nieguen, pero digamos nosotros, a modo de metáfora zoológica, que hay gusarapos que no pueden prosperar en aguas transparentes, y sólo lo hacen en aguas turbias.
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