[dropcap]S[/dropcap]egún muchos la interpretan, la reciente sentencia sobre el caso Nóos demuestra y nos debe convencer de que nuestro Estado de derecho funciona a la perfección y es poco menos que modélico.
Esta opinión no concuerda sin embargo con el reciente informe de Transparencia Internacional (TI) que dice justamente lo contrario, y que hace especial referencia a la independencia judicial en nuestro país, una de nuestras asignaturas pendientes según ese informe.
Esto no significa, claro está, que la sentencia sobre el caso Nóos, haya que interpretarla en función del dictamen de TI, pero es obvio que la rotundidad del informe de TI debe ponernos sobre aviso.
Por otra parte va a ser inevitable que cada cual, a la vista de la sentencia y de los hechos juzgados, incluso de las repercusiones que tales hechos han tenido sobre la casa real (algunas de ellas muy notables), saque sus propias conclusiones.
La sentencia constata que Iñaki Urdangarin se sirvió de su «privilegiado posicionamiento institucional» dada su «proximidad a la jefatura del Estado», y que dicho privilegiado posicionamiento «le procuraba el ejercicio de una presión moral de entidad suficiente como para mover la voluntad de la autoridad y los funcionarios públicos».
Estas circunstancias tan anómalas constatadas en la sentencia, ya nos están indicando que tan importante como los hechos juzgados es el contexto que los envuelve y facilita, y que de la misma manera que en el plano patológico síntoma y enfermedad mantienen siempre una relación directa e indisoluble, el relato de los hechos que hace la sentencia viene a desnudar y a poner al descubierto un «sistema» enfermo.
[pull_quote_left]Que esta «presión moral» (en realidad «inmoral») sea tan fácil en nuestro país da una idea muy triste de nuestro país y de nuestros políticos, y deja nuestra democracia a la altura del betún [/pull_quote_left]Que esta «presión moral» (en realidad «inmoral») sea tan fácil en nuestro país cuando intervienen jerarquías y rangos que hasta ahora creíamos meramente simbólicos (yerno del antiguo rey y cuñado del nuevo), da una idea muy triste de nuestro país y de nuestros políticos, y deja nuestra democracia a la altura del betún y de la república (monarquía en este caso) bananera.
Además nos permite imaginar qué tipo de presiones morales/inmorales se pueden ejercer, y cuantas voluntades se pueden mover, cuando subimos de escalafón y actúan instituciones de mayor rango y jerarquía, hecho que por sí sólo pone en duda que todos seamos iguales ante la ley.
Porque cabe preguntarse si dado que es tan fácil ejercer esa presión moral/inmoral sobre determinados colectivos (autoridad y funcionarios públicos dice la sentencia), es igualmente fácil ejercerla sobre otros colectivos e instituciones, como la justicia, la prensa, o el propio gobierno.
Lo cual, de ser así, dejaría a nuestra democracia y estado de derecho en muy mal lugar, y vendría a coincidir con el diagnóstico de Transparencia Internacional.
Hace bien poco, la misma audiencia de Palma que ha absuelto a la infanta Cristina por ser ignorante de los trapicheos de su marido como Ana Mato lo era del Jaguar aparcado en su garaje, ha condenado a tres años y medio de cárcel a un joven por robar una bicicleta.
Lo cual nos trae a la memoria las famosas «gallinas del Lute», y nos permite barruntar que de «régimen» a «régimen» hay cosas, quizás demasiadas, que han cambiado muy poco.
En «El ladrón de bicicletas» de Vittorio de Sica, película emblemática del neorrealismo italiano, estamos ante un mundo de pobreza y desempleo (en la postguerra) donde los pobres roban a los pobres para poder sobrevivir.
En el caso Nóos/Urdangarin estamos ante un mundo de desigualdad extrema, programada y creciente, donde los valores éticos han tocado fondo, donde en muchos casos nos gobiernan ladrones, y donde los ricos roban a los pobres para seguir siendo si cabe -yo diría que no, que no les cabe- más ricos.
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