[dropcap]L[/dropcap]os almendros florecen en febrero» era una de las consignas de los golpistas. Pero lo que tramaban no era la primavera, sino el crudo invierno, o al menos un otoño crepuscular en medio de una tierna infancia.
A la recua de guardias civiles (los autobuses de Tejero) la llamaban –también en clave- “el tractor”, y al propio Tejero, “el capataz”. Todo muy bucólico y agrario hasta que empezaron a pegar tiros, y del neolítico descendieron en un instante al paleolítico superior, en busca de las cavernas de costumbre. Esperaban al “elefante blanco”.
De todo ello, hoy (23 de febrero de 2017) un nuevo aniversario.
Rememorar, conmemorar, condolerse, celebrar… ¿El qué? Esa es la duda ¿Que fue el 23-F?
¿Un golpe blando? ¿Un golpe duro que no pudo ser? ¿Un golpe a medias? ¿Un golpe de timón en busca de un naufragio? ¿Una «operación De Gaulle»? ¿Una conspiración pactada por muchos, quizás demasiados? ¿Un aviso a la democracia? ¿Una operación de la monarquía? ¿Una forma, un tanto extrema, de conquistar legitimidad para un rey franquista? ¿Un «asunto interno» bendecido y promovido por los Estados Unidos? ¿Un proyecto frustrado de campos de fútbol reconvertidos en campos de concentración? ¿Una comedia? ¿Una tragedia? ¿Una revelación? ¿Un engaño? ¿Una vergüenza? ¿Un drama?
La falta de datos definitivos permite el baile de las hipótesis, entre otras cosas porque se nos han escamoteado datos muy importantes. Una de las hipótesis más precoces, según yo lo recuerdo (estudiante de medicina en aquel entonces), fue que detrás del golpe estaba el rey. Que se trataba de un autogolpe.
Se suele decir que muchos españoles recordamos lo que estábamos haciendo el 11-S, durante el atentado de las Torres gemelas, y también en el 23-F, durante el asalto de Tejero al congreso de los diputados.
Durante el 23-F yo estaba estudiando para un examen de Patología general que tenía al día siguiente con el catedrático Sisinio De Castro del Pozo. Así que me pasé aquella tarde y parte de la noche con el transistor en una mano –como tantos españoles- y con los tomos de Patología general de Sisinio en la otra. Entre tiros, sustos, e insuficiencias cardiacas, digámoslo así.
El examen no fue suspendido (no en vano los golpes en nuestro país nunca fueron raros), y Sisinio, que además de sabio era prudente y se imaginaba como habíamos pasado la víspera, fue generoso y abrió bastante la mano.
Así que, si no recuerdo mal, cuando los diputados salieron del encierro forzado de su secuestro a la mañana siguiente, yo ya había cumplido y había salido también del examen. Aprobé.
¿Había aprobado también nuestra democracia la dura prueba de aquel trance?
Pues 36 años después no lo sabemos (o yo no lo sé), porque seguimos sin saber (al menos yo) en qué consistió aquella prueba y aquel trance, o cuál era su objetivo real y último.
Hoy lo rememoramos nuevamente. Sabemos que fue, que sucedió, pero no sabemos qué fue, o al menos yo no lo sé. Hay muchos que si lo saben, pero cada uno a su manera. Incluso a la manera de quien sabe y calla.
El caso es que la España moderna o a punto de serlo una vez más por aquellas fechas, pudo presumir -y esto es un decir- de un teniente coronel pegando tiros en el congreso de los diputados, en un momento histórico tan avanzado y a la vez tan retrógrado como aquel de 1981. Ronald Reagan, Margaret Thatcher, y Carol Wojtyla, estaban ya en el poder, dispuestos a parar la Historia y a invertir su curso. De aquella patada en el culo al progreso y el esfuerzo de siglos, procede nuestro presente actual, tan moderno y tan rancio a la vez. Un presente de desigualdad extrema, guerras de religión, y muros. Neo feudal, por ponerle un título rimbombante.
Pero también pudo presumir nuestro país -y esto es una afirmación literal- de un anciano general enfrentando con sus manos desnudas, la acometida de una tropa de hombres armados, mucho más jóvenes y vigorosos que él, y a quienes sin embargo superó en espíritu y coraje.
Y ese imprevisto de los tiros, demasiado fáciles, y ese imprevisto de la zancadilla traicionera y zafia de Tejero a su superior, y ese no previsto gesto de valor del viejo general franquista, fue lo que en realidad nos salvó y mando al traste el previsto y planificado golpe, que quizás tenía como objetivo meter en vereda a nuestra incipiente democracia, y enviarla a la cloaca de las mentiras oficiales y controladas. Algo en lo que después nos hemos especializado.
Es una hipótesis. Una entre muchas. La del golpe blando, la del autogolpe.
Quizás por eso no sabemos a ciencia cierta que se perdió y que se salvó aquella noche. Quien fue el villano y quien el salvador, si es que los hubo o no fue el mismo sujeto en dos fases distintas de una misma acción.
Si no en el fondo al menos en la forma, ese gesto heroico del general Gutiérrez Mellado fue eficaz, y su estética moral siempre conservará un hilo de aliento y gloria para nuestro país, pues es un documento gráfico e insoslayable que sobresale sobre lo mucho que aún ignoramos y nos ocultan de aquellos hechos.
Ese ejemplo de valor personal y firmeza, que acabo haciendo retroceder frustrados a sus agresores (ya conscientes de su vergonzoso papel de villanos), a pesar de su aspecto decimonónico, inmortalizó ante las cámaras una metáfora visual de nuestra siempre ansiada y reprimida libertad, axioma necesario de cualquier hipótesis de democracia moderna.
Eso nos salvó y no otra cosa. Sea cual sea el grado de esa victoria, y sea cual sea el grado de aquella derrota.
De lo que no nos salvó fue de la vergüenza.
Al parecer, y según distintos testimonios, hay que decir que en algunos países, donde se nos reconoce nuestra especial habilidad para el esperpento y no se entiende de gorros raros, el golpe del tricornio tuvo al principio una interpretación extraña y bastante pintoresca, y es que se pensó que un torero (concretamente un torero loco o un loco vestido de torero) había asaltado el congreso de los diputados. Literalmente.
[pull_quote_left]El caso es que la España moderna o a punto de serlo una vez más por aquellas fechas, pudo presumir -y esto es un decir- de un teniente coronel pegando tiros en el congreso de los diputados, en un momento histórico tan avanzado y a la vez tan retrógrado como aquel de 1981.[/pull_quote_left]Esa interpretación errada pudo darse y fue posible, al confundir el tricornio del guardia civil con una montera de torero, y al no encontrar obstáculo para esa fantasía en el carácter y la tradición del país.
Fue necesario un tiempo y la evolución de los acontecimientos para deshacer ese malentendido primero.
Aquel no era un torero brindando un toro desde la tribuna de oradores, sino un golpista blandiendo una pistola y pegando tiros de verdad y no de fogueo, en un país europeo y en la segunda mitad del siglo XX.
Los americanos, mejor informados que nosotros (desde días antes del golpe, mira tú por donde) y que tenían mucho interés en que entráramos en la OTAN (Suarez no), dijeron cuando les preguntaron que aquello era un «asunto interno». Como fue un asunto interno, para ellos (y sus aliados), Franco y su fascismo de postguerra.
En cualquier caso tuvieron un avión awacs –previsto de antemano- sobrevolando nuestro espacio aéreo para interceptar las comunicaciones y no perder detalle.
Otro dato que introduce la duda sobre la naturaleza del golpe, es que hubo muy altas instituciones de este país que no se dieron ninguna prisa en calificar públicamente los hechos. El rey sólo lo hizo cuando fracasó el general Armada (amigo personal, antiguo preceptor, exsecretario del rey Juan Carlos, y pieza clave del golpe), y este fracasó por la cerrazón inesperada de Tejero. El factor humano que puede dar al traste con cualquier plan. Claro que Armada tampoco jugó bien su papel al cometer el error de mostrar la lista de su gobierno de concentración al golpista visceral y fanático que era Tejero. Lista en la que Felipe González era vicepresidente de gobierno, a las órdenes del general Armada. ¡Qué cosas!
De no haber sido así, y si «la solución Armada» (el golpe blando, operación De Gaulle, o como lo queramos llamar) hubiera salido adelante, hoy estaríamos contando una historia distinta, pero tampoco sabemos cuál.
Pero ya que hemos hablado de esperpento, escuchen (por ejemplo en Youtube) las cintas grabadas de las conversaciones mantenidas entre Tejero (asaltante en el Congreso) y Juan García Carrés (en su domicilio particular) durante el asalto a «las Cortes».
No tienen desperdicio, y nos dan una idea del nivel y la grandeza nacional perseguida con aquellos mimbres tan cortos como cutres, cuando los golpistas demuestran tener incluso serios problemas al no disponer (ni unos ni otros) del número de teléfono de las Cortes.
¿Tú no? ¡Coño, pues yo tampoco!
Gila lo hubiera bordado.
Y García Carrés engaña y levanta la moral con mentiras a Tejero para que siga adelante en el intento de salvar a España. Un García Carres, pícaro y mendaz con Tejero, dócil y sumiso con Milans del Bosch.
Gutiérrez Mellado con su valor, y Tejero con su fanatismo, pararon aquel golpe. El valor de Gutiérrez Mellado desencadeno los tiros demasiado fáciles (primer obstáculo y contratiempo), y las pocas luces de Tejero le incapacitaron para encajar y estar al tanto del plan auténtico del golpe, y le impidió a Armada completar su acción (segundo obstáculo, y este ya invencible, salvo masacre).
Golpe del que -es obvio- no lo sabemos todo, y que estuvo precedido por maniobras conspirativas a múltiples bandas.
Así por ejemplo, los socialistas de Felipe González (a través de Enrique Múgica y Joan Raventos) se reunieron en los meses previos con el supuesto líder de la rebelión golpista, el general Armada, y también plantearon o propusieron extraños escenarios a políticos como Marcos Vizcaya (del PNV) o a Jordi Pujol, entre otros.
Algunos de los contactados pueden decir hoy con orgullo (no sabemos si también con verdad) que no dieron el visto bueno para esa conspiración.
[pull_quote_left]Uno supone (con razón o sin ella) que en el 23-F se esconde parte del enigma de nuestra democracia, de la misma manera que en la infancia se oculta la clave interpretativa del adulto. Sin embargo, tantos años después, aún somos menores de edad para conocer la verdad. Nos impiden crecer y hacernos adultos.[/pull_quote_left]También el rey, fuera de su papel constitucional, quería echar a toda costa al presidente elegido democráticamente.
Según la tesis que Javier Cercas mantiene en su libro «Anatomía de un instante», el gesto protagonizado por Gutiérrez Mellado, Adolfo Suárez, y Santiago Carrillo (un general franquista, un jefe del partido único fascista -el Movimiento-, y el enemigo público número uno de dicho régimen fascista) de no doblegarse a la orden de los golpistas de arrojarse al suelo, y el hecho de haberse mantenido en pie o sentados en sus escaños rechazando cumplir la orden amenazante, incluso entre una lluvia atronadora de balas; esa decisión casi suicida en que coinciden durante esos instantes trágicos los tres personajes, que literalmente se jugaron la vida por la democracia, marca el final de la dictadura franquista y el inicio de la democracia en España.
Pero claro, para que esa tesis optimista de Javier Cercas sea de verdad eficaz y reconfortante, se necesitaría que ni el rey, ni los principales partidos políticos (incluido el PSOE) estuvieran implicados en la fase conspirativa y preparatoria del golpe. Quiero decir que es muy difícil fundar el optimismo del futuro sobre la mentira y el engaño del pasado.
Y ese aspecto clave de todo el asunto está en duda y no del todo aclarado, a la vista de que, como el mismo Javier Cercas afirma, un español es alguien que tiene una teoría sobre el 23-F. Y por tanto hay tantas teorías sobre el 23-F como españoles hay.
En una entrevista en Nicaragua que se puede ver en Youtube, Javier Cercas afirma que «sin el rey el golpe no se hubiera producido, y sin el rey no se hubiera parado», lo cual deja el asunto si cabe más confuso y en un plano de ambiguo misterio, porque en esa aparente paradoja caben muchas hipótesis, y casi la que mejor encaja es la del autogolpe.
La primera parte de esa frase: «sin el rey el golpe no se hubiera producido» apoya las tesis conspirativas, con la participación del rey y líderes políticos importantes en la preparación del golpe (de timón).
La segunda parte de la frase: «y sin el rey no se hubiera parado», se contradice con otras afirmaciones y casi evidencias. El golpe (blando) se paró por su aparatoso y duro inicio, debido al gatillo fácil de Tejero, y al valor inaudito de Gutiérrez Mellado. Hechos imprevistos con los que el plan en marcha, tuvo que apechugar y en última instancia recular.
Otro “lapsus” del monarca en aquellos primeros e indecisos instantes (lo subraya Javier Cercas en su libro) es cuando el rey decide traspasar todos los poderes del ejecutivo secuestrado a la Junta de Jefes del Estado Mayor, aunque poco después tiene que corregir la decisión tomada cuando le hacen saber que eso supone de hecho relegar al poder civil en favor del poder militar.
Al general Armada le toca jugar un papel extraño en este juego. Pasa de ser el «propuesto» (reunión con los socialistas) y el «anunciado» (véase el artículo profético de Emilio Romero), a ser el «sospechoso» e inopinado líder del golpe durante la evolución del mismo. Sin duda es una transición extraña, y un acelerado cambio de papeles, o bien lleno hipocresía, o bien lleno de incoherencia.
Primero parece desempeñar un papel planificado y escrito, según guion, luego y en seguida, un papel sorpresivo e inédito, «sospechoso». Es una transición extraña donde algo chirría.
Efectivamente, durante el golpe alegaban el nombre de Armada (como a su vez el alegaba el nombre del rey), tanto Tejero y Milans, como otros conjurados del golpe. Pero antes del golpe lo habían alegado o propuesto otros actores de este drama (partidos políticos, periodistas…), quizás, o cabe suponer, en el papel de conspiradores.
Uno supone (con razón o sin ella) que en el 23-F se esconde parte del enigma de nuestra democracia, de la misma manera que en la infancia se oculta la clave interpretativa del adulto. Sin embargo, tantos años después, aún somos menores de edad para conocer la verdad. Nos impiden crecer y hacernos adultos.
Que de las conversaciones grabadas durante el golpe sólo hayan salido a la luz (36 años más tarde) las mencionadas, de índole esperpéntica y que favorecen la versión oficial, y no todas las que se grabaron, es también un síntoma preocupante.
E introduce la duda legítima de si en aquella fatídica fecha que hoy rememoramos, triunfó o fracasó la democracia.
Quizás por ello, cada aniversario del golpe del 23-F -y este también- viene a confirmar una vez más nuestra minoría de edad civil y política.
Como ha dicho Pilar Urbano, la «caja negra» del golpe son las cintas grabadas.
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