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Salamanca se puso de moda

Los príncipes de Gales en su visita a España en 1987.

[dropcap type=»1″]L[/dropcap]os príncipes de Gales, Carlos y Diana, realizaron una visita oficial a España en la que pidieron incluir Salamanca. En estos viajes de Estado es costumbre programar dos etapas en su paso por el país que los recibe, una primera oficial y protocolaria en Madrid, y otra, más discreta, privada, en alguna ciudad monumental en las cercanías de la capital de España.

Los reyes de España, Juan Carlos y Sofía, nos invitaron a María José y a mí a una comida en honor de los príncipes británicos. Mauro, obispo de Salamanca, una de las autoridades salmantinas asistentes al acto, se puso su traje de prelado para concurrir al acontecimiento, y María José y yo fuimos vestidos de domingo. En los doce años de alcalde no llegué a usar nunca traje de etiqueta, frac o esmoquin.

Al llegar al Palacio de Oriente, la Guardia Real guardaba ambos lados de la majestuosa escalera de acceso al interior. Era la primera vez que comíamos allí con los reyes, y subiendo las escaleras nuestros pies se hundían en las ricas alfombras con mullique que las cubrían. En uno de esos momentos acerqué mi cara al oído de mi mujer para susurrarle:

– ¡Te imaginas a mis paisanos de Abadía viéndonos por un agujero!

María José se echó a reír a carcajadas.

En la antesala previa al comedor varias señoras de la nobleza nos preguntaron por nuestro nombre y cargo. Al identificarme como alcalde de Salamanca comenzaron a hacer aspavientos como si nos conocieran de toda la vida:

– ¡Nos ha hablado mucho de vosotros Tana!

Después supimos que nuestras interlocutoras eran la marquesa de Santa Cruz y otras mujeres que ostentaban títulos nobiliarios, todas ellas amigas de la duquesa de Alba. Seguramente Cayetana y Jesús Aguirre, en sus conversaciones en los muchos saraos a los que asistían, les habían informado de nuestra vida y milagros.

Pasamos al comedor después de recoger una tarjeta donde se nos informaba del lugar que ocuparíamos. Cada uno de nosotros nos sentamos en sitios distintos de la impresionante mesa. Comimos, entre otras exquisiteces, huevos de codorniz, que entonces eran desconocidos en la mesa de los mortales españoles de clase media.

[pull_quote_left]Aquel día me di cuenta de que sin buscarlo estaba pasando por vivencias únicas y que debía contarlas, más aún en mi caso, ya que procediendo del mundo rural me parecía estar viviendo un cuento de hadas[/pull_quote_left]A los postres, los reyes brindaron por los príncipes de Gales y, finalizada la comida, cada uno de los comensales fuimos pasando a saludar a sus majestades que, en la Sala del Trono, recibieron a las autoridades del Estado y a la pequeña representación salmantina de la que formábamos parte. Mientras comíamos, fuimos deleitados con un concierto cuyo programa estaba unido a la carta  que contenía el menú.

Aquel día me di cuenta de que sin buscarlo estaba pasando por vivencias únicas y que debía contarlas, más aún en mi caso, ya que procediendo del mundo rural me parecía estar viviendo un cuento de hadas que tuvo su cénit al día siguiente, cuando recibimos a las infantas españolas  y a los príncipes herederos del Reino Unido en Salamanca. Fueron agasajados en el Ayuntamiento por el Pleno de la Corporación. El príncipe Carlos contestó a mi discurso de bienvenida hablando de su universidad, Cambridge. Las dos universidades, la británica y la salmantina, están consideradas entre las más antiguas del mundo.

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