Opinión

Censuras

Moix con Ignacio González.

[dropcap]C[/dropcap]omo el ataque feroz, no contra la corrupción sino contra la moción de censura contra la corrupción (un auténtico delirio), roza ya la histeria, si no es que roza la campaña mediática por tierra, mar, y aire, es preferible tocar, aunque sea de pasada, temas tangenciales, o si se prefiere paralelos a la corrupción gobernante, que nos permitan orearnos de tanta tensión como produce la represión de la verdad y del ello.

Por ejemplo, podemos abordar para oxigenarnos y desconectar un poco, el caso del fiscal anticorrupción, que tiene -según dicen- un asunto medio turbio en Panamá, asunto que al parecer y como suele ocurrir en estos casos es producto de una herencia y de una acción totalmente involuntaria.

De la misma manera que los que logran una poltrona personalizada dispuesta ex profeso tras una puerta giratoria, premio a su esforzada labor entre los pobres, suele ser sin motivo alguno y un imprevisto regalo del destino, así también los que tienen un dinero u otro patrimonio extraviado en algún paraíso fiscal suele ser de forma involuntaria o por delegación.
Es sabido.

No debe extrañarnos por tanto que Celia Villalobos argumente, con una insensatez supina, que el que no tiene algún patrimonio en un paraíso fiscal es que es pobre de solemnidad o monja de clausura.

Qué duda cabe que esta manera de justificar el extravío de bienes y herencias, producto de un patriotismo de quita y pon, sirve de sólido pegamento indisoluble a la unidad nacional.
Y es que la unidad de la patria, que de suyo es sagrada, no hay que predicarla en Cataluña o Castilla, sino que hay que cultivarla con esmero y abono de primera en los fértiles y patrióticos campos de los paraísos fiscales.

Y todo ello unido y dispuesto en fila india, día tras día, capítulo tras capítulo, de este folletín interminable de fina trama, no puede sino abocarnos a un descreimiento generalizado y universal, a un pitorreo sonoro, y a un cinismo omnipresente, que al final nos conduzca a todos al sosiego y la ataraxia.
Sosiego no fruto en este caso de la fe, sino de la falta absoluta y ya irreversible de ella.

Y es que al nirvana se puede llegar por dos vías: o bien por iluminación trascendente, o porque definitivamente los plomos saltan y se funden.

En cualquier caso esto de Panamá y sus papeles, es un pozo sin fondo que no se da drenado. O pozo o fosa séptica, pero insondable.

Vistas las cantidades que se manejan, de corrupción, y las ganas que se ponen en perseguirla a través de fiscales panameños y ministros a juego, políticos fofos y medios compinchados, cabe vaticinar que tenemos tarea por delante, y que en algún momento de esta larga travesía del desierto que todavía nos aguarda, descubriremos que no por mucho escurrir el bulto amanece más temprano.

Al menos los géneros en los que cabe encajar nuestra extraña y descocada peripecia civil, están ya inventados: el esperpento y la tragicomedia.

No necesitamos inventar una nueva “narrativa” -como se dice ahora- para intentar dar forma a tanta locura y brillo literario a tanta insensatez.

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