[dropcap type=»1″]E[/dropcap]ntre las muchas cosas curiosas que puedo contar de mis estancias en Monterrey, una de ellas me ocurrió a la hora del café. Nos ofrecieron una copa de licor para después de las infusiones. Como no bebo, rechacé la oferta, pero el camarero insistía una y otra vez diciendo que tenían de todo, comenzando con una retahíla de nombres de afamados licores. Tanto insistió que pedí de repente una copita de pacharán. Fue una salida a la insistencia, sin saber muy bien lo que pedía. El camarero se trasladó a la bodega del palacio y, trascurrido un tiempo, subió y cuchicheó al oído de Cayetana:
– ¡Señora duquesa, no tenemos pacharán!
Se disculparon y me ofrecieron otra vez los licores disponibles, les dije que no importaba, que había pedido ese licor sin conocerlo y que el que tenía que pedir disculpas por la excentricidad de la petición era yo.
Pasó todo un año, y en las navidades siguientes fuimos nuevamente invitados a comer en Monterrey. María José me había insistido en que no pidiera ningún licor, y mucho menos pacharán. Se produjo todo el ritual, aperitivo, comida y café con licores. El camarero se dirigió a mí para ofrecerme la bebida que quisiera. Amablemente le dije que no deseaba beber nada. Fue entonces cuando se inclinó para decirme al oído:
– ¡Señor alcalde, tenemos pacharán!
— oOo —