[dropcap]C[/dropcap]uando nos convertimos en padres, algo maravilloso florece en nosotros. Es instinto, es amor incondicional, es saber que darías todo por aquel chiquitín que acunas entre tus brazos.
En seguida entran las dudas y los miedos. ¿Será bueno tenerle en brazos? ¿y si le cojo demasiado y se acostumbra y no quiere otra cosa? “Necesito tocarle y tenerle conmigo, pero es que…”
Tras la separación del parto, tanto la madre como el bebé se necesitan vitalmente. El hecho de esa contigüidad puede ser la única manera que una madre tiene de comunicar su amor al hijo.
La sensibilidad cutánea despierta mucho antes que las demás funciones durante la vida prenatal. Las funciones de la piel figuran entre las más importantes del organismo. Se ha demostrado que para que se establezca un vínculo saludable entre la madre y el hijo, la comunicación táctil, la proximidad cuerpo a cuerpo, deberá tener lugar tan pronto como sea posible después del nacimiento.
Cuando hay una privación lo suficientemente seria, el niño recurre a una serie de reacciones (chuparse instintivamente los dedos o columpiarse de forma compulsiva) que significan una regresión a las estimulaciones recibidas en el útero materno, a estadios de mayor seguridad y contacto.
En el siglo XIX muchos niños institucionalizados morían en su primer año de vida de una enfermedad llamada marasmus, también conocida como atrofia o debilidad infantil. Esto hace que muchos profesionales investiguen sobre la causa y a finales de la segunda década del siglo XIX varios hospitales pediátricos comenzaron a introducir un régimen maternante en las salas, ya que se dan cuenta de que el contacto y la afectividad es muy importante para los niños e incluso desciende el número de muertes.
Existen estudios que sostienen que las primeras estimulaciones cutáneas ejercen una crucial importancia en el sistema inmunológico, aumentando considerablemente la resistencia a las enfermedades infecciosas. Muchos ataques de asma, así como eccemas infantiles durante el primer año de vida, pueden ser claras protestas corporales ante la carencia de contacto, ya que los niños somatizarían su carencia afectiva y emocional.
Así que no tengamos miedo de tocar y amar a nuestros niños, como de ser amados.
Por último, me gustaría añadir unas frases del libro Tócame mamá, de Elvira Porres y que dicen mucho al respecto. “Le han tocado, por lo tanto, ha sentido. El único modo de aprender a amar es habiendo sido amado. La sed de amor se convierte fácilmente en malignidad si no es satisfecha”