[dropcap]A[/dropcap]lguien dijo -creo que fue Woody Allen– que cuando se sentía algo deprimido volvía a ver la película «Cantando bajo la lluvia«, para él algo así como una ducha de optimismo.
Desde que lo oí no pierdo la ocasión de recrearme con ella, aunque no esté triste. Verdaderamente es reconfortante ver la gracia de Debbie Reynolds, la simpatía desbordante de Donald O´Connors, las monumentales piernas de Cyd Charisse y la impresionante canción y baile de Gene Kelly bajo la lluvia. Su cara bañada por el chaparrón es siempre impactante, otro de esos instantes históricos del cine a los que me refería hace unos días, recordando la bofetada de -quiero decir «a»- Gilda.
Últimamente me ocurrió algo en mi interior, cuando relaté el paso del supuesto río Lete por la Legión romana en Ginzo de Limia, y más desde que desde la amable villa orensana me pidieron permiso para publicar esa ocurrencia, lo que concedí muy complacido. Es el caso que empecé a sentir una fuerte nostalgia por Galicia, aquella querida tierra que, ¡ay!, no volveré a pisar. ¿Cómo hacerlo, sin mi compañera de toda la vida?
Y ya que no puedo ir me puse a pensar en el origen de esta «morriña«.
Veamos. La primera vez que estuve en tierra gallega fue con 14 años, cuando acompañe a mi hermana y a otra amiga, pasando unos días en El Grove y La Toja. Las rías no fueron un descubrimiento, que ya conocía por aquella Geografía de España que estudié en el Bachillerato. Lo que sí me impresionó fue Santiago, con sus calles adaptadas a la casi continua lluvia, la gran catedral y la Casa de la Troya… ¡Qué nécoras, mejillones y otras exquisiteces…! Después fui otras veces, pero de paso. O haciendo los Caminos. No. No estaba ahí el origen de mi amor por esta bendita tierra…
Analizando, analizando, he llegado a la conclusión de que lo que me enamoró de Galicia fue la lectura de «El bosque animado», del inmortal Wenceslao Fernández Flórez. ¡Si, inmortal! Sólo por haber escrito esa obra, ya merece ese título. ¡Qué sensibilidad! ¡Cómo supo transmitir ese amor a su tierra siempre que hablaba de ella! ¡Qué ternura en la expresión! Que emocionante la despedida del almita de Pilara al caer las últimas flores de su ataúd, o cuando Marica da Fame pide a la Moucha que le enseñe a ser meiga, aunque tenga que ver y hablar con el diablo, «y le diré a todo que sí, que Dios Nuestro Señor bien sabe que no es más que por hambre y para salir de estas penas«. O cuando… No sigo. Todos, todos los capítulos, que él llama «estancias«, te llegan al corazón. Su descripción del gato es lo mejor que he leído sobre estos animalitos. Y la de las truchas, y la del «pueblo pardo»…
Después vi la película. Mucho me gustó, sobre todo la interpretación de Alfredo Landa como bandido Fendetestas. Creo que es de las pocas en que se plasma con toda perfección en el «celuloide» lo que quiso decir el autor de la obra literaria en que se basa.
¿Sabéis que he hecho para vencer mi morriña? Supuse que, al igual que «Cantando bajo la lluvia» podía ser una inyección de optimismo, la relectura de «El bosque animado» sería adecuada para ello. ¡ACERTÉ!
Gracias a don Wenceslao, aunque no vaya a Galicia, siempre tendré el poder recrearme en su obra. En mi mente siempre, siempre, estarán mis paisajes pétreos que parecen fruto del embrujo de las meigas; mis suaves y verdes praderas de montaña, con mis libres bestas que campan por ellas, montaraces, para ser rapadas un día; mis intrincadas fragas, en las que, de pronto, te encuentras la sorpresa; mis ríos y arroyos cristalinos; mis pequeñas ermitas y cementerios, tan gallegos; mis múltiples cruceiros en los sitios más recónditos e insospechados; mis escondidos indicios de la cultura castreña; el escuchar el dulce lenguaje que parece el trino de los pájaros; las amables gentes con sus rústicos festejos… Pensaré en todo lo que no está contaminado por el turismo masivo ni por la ganancia fácil. Sí. Siempre tendré conmigo a MI Galicia. Y siempre, por siempre, acompañado por mi querida enferma cuando aún no lo estaba…
¡Ya lo creo que me ayudó la relectura! Sí, amigos. No os la perdáis. Si no la habéis leído, hacedlo ya. Quizás os sintáis después, como yo, ENAMORADO DE GALICIA. ¡Mi Galicia eterna! ¡El rinconcito más adorable y adorado!, que decía Wenceslao Fernández Flórez.