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Un ágape que pudo acabar en tragedia

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[dropcap type=»1″]L[/dropcap]a toma de posesión del general Campano como capitán general de la VII Región Militar tuvo lugar en Valladolid. Con posterioridad se trasladó a Salamanca, donde saludó a las autoridades civiles. Se le recibió con honores militares. Acto seguido pasamos a las dependencias del cuartel Julián Sánchez “El Charro”, donde se ofreció un vino de honor. En un corrillo estábamos César Vegas, presidente de la Audiencia Provincial, el general Campano y yo. Hablábamos de las noticias del día. Un soldado joven vestido de camarero se nos acercó con una bandeja para ofrecernos canapés variados. Yo no sé qué pasó, pero de repente el chico se puso nervioso y volcó la bandeja llena de suculentos bocaditos contra el pecho del general. El espectáculo era dantesco, por un lado Campano con sus medallas en la pechera aderezadas de mantequilla, mahonesa, anchoas y muchas cosas más. Por otro, el soldado lívido, temblando, que no sabía dónde meterse.

El representante del poder judicial, el bueno de César Vegas, reaccionó con rapidez limpiando cuanto podía con unas servilletas de papel la espetera del general y disculpando al soldado. Como buen observador y conocedor de la milicia sabía lo que se le venía encima al joven recluta. Campano actuó delante de nosotros con naturalidad, quitándole importancia. Desde ese momento los comentarios de las autoridades civiles allí presentes versaron en exclusiva sobre el castigo que recibiría el pobre muchacho que, desconociendo el oficio de camarero, tuvo la osadía o el mandato de ejercerlo con tan aciago resultado.

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