– Me impresionó mucho lo que me dijo ayer sobre la revista esa dedicada a las tortugas fósiles, Estudio paleochel… ¡No me sale el título!
– Studia Palaeocheloniologica. Con «S» líquida.
– Eso. Vi que los dibujos de las portadas son diferentes en los 4 ejemplares. ¿No hubiese sido mejor unificarlos?
– Puede que sí. Pero preferí remarcar algo en cada volumen.
– ¡Ya! Y puso algún ejemplar de los que figuran en cada uno. ¿No es así?
– Pues verá usted. En el segundo así lo hice. Y en el cuarto, que era editado por Hans-Volker Karl, él mismo fue quien escogió qué poner. Pero en el primero y tercero aproveché la ocasión para colocar ejemplares que no estaban en los respectivos volúmenes…
– ¡Ah, síi! ¿Y qué puso?
– Los holotipos de Neochelys salmanticensis y Neochelys zamorensis. ¿No le parece que elegí una buena ocasión para poner en valor nuestra tierra?
– ¡Desde luego que sí! Pero… ¿qué son los holotipos?
– Son los ejemplares que sirvieron para definir una nueva especie para la Ciencia. Tienen, por ello, un valor extraordinario. Figúrese si son importantes, que el Código Internacional de Nomenclatura Zoológica sugiere que deben estar custodiados en cajas-fuerte para no exponerlos a un deterioro. Su pérdida se considera un grave delito científico inadmisible en un museo, que queda por ello desprestigiado.
– ¿Y se cumple esa norma?
– No siempre. En muchos casos el ejemplar que se exhibe en las vitrinas es una réplica del original, pero suele considerarse que las salas de los museos están suficientemente protegidas de la depredación comercial…
– ¿Y en la Sala de las Tortugas hay muchos holotipos?
– En estos momentos ¡QUINCE! Y es posible que en el futuro, cuando se estudien a fondo los podocnemídidos de Salamanca, Zamora y Soria, se añadan algunos más.
-¡Qué barbaridad! ¿Tan importante es la Sala de las Tortugas?
– ¡No lo sabe usted bien! El estudio de sus ejemplares es imprescindible si se quiere hacer bien una investigación a escala europea, e incluso mundial, de algunas familias de quelonios, cocodrilos y perisodáctilos.
– Siempre me ha llamado la atención, al ver en las fichas de los ejemplares de un museo paleontológico o zoológico que a continuación de los nombres del género y de la especie figura un apellido y un año. A veces entre paréntesis. ¿Qué significa?
– Es una norma imprescindible. El apellido es el del investigador que creó la especie, y el año el de su publicación en una revista o libro científico. Cuando el nombre del género no es el que le puso originalmente su autor, por haber sufrido alguna revisión, el apellido y el año se escriben entre paréntesis.
«Por ejemplo, veamos el caso de Neochelys salmanticensis (Jiménez, 1968). Cuando se publicó en la revista Estudios Geológicos, de Madrid, en 1968, figuró como del género Stereogenys. Françe de Broin lo revisó en 1977, colocándolo como Neochelys. Por eso deben colocarse los paréntesis.
– ¿Quién descubrió el holotipo?
– Eduardo Carbajosa, por entonces alumno de Química. Después, él mismo halló otros muchos ejemplares, uno de los cuales, por su rareza en la forma de placas y escudos se le denominó Podocnemis carbajosai (Jiménez, 1970), nombre hoy caído en desuso por tratarse de un caso patológico. No obstante, siempre será un holotipo, aunque en este caso un «nomen nudum«.
– ¿Le puso a la especie el nombre de su descubridor?
– ¿En carbajosai? Sí. Es una práctica corriente que cuando se trata de poner un nombre a una especie, siempre en latín, se use el genitivo singular: si se dedica a una persona, terminado en «i» si es varón, o en «ae» si es mujer, como en «broinae». Se completa con «ensis» si es un gentilicio. Por ejemplo, «casasecaensis» se refiere a Casaseca de Campeán, población zamorana donde hay un importante yacimiento paleontológico. En cambio, «casasecai» es una especie dedicada a Bartolomé Casaseca, primer catedrático de Botánica de la Universidad de Salamanca. Otra norma fija es que la primera letra del género se escriba con mayúscula y la de la especie con minúscula.
– ¿Y de la especie zamorensis, no revisaron el género?
– No. Cuando se creó, ya se hizo como Neochelys. Por eso autor y año no están entre paréntesis.
– Hace tiempo me mencionó un cocodrilo que se presenta en el Eoceno de Zamora y Salamanca, Diplocynodon tormis. Según lo que acaba de decir, debería haber sido llamado tormesensis. ¿No es así?
– Efectivamente. No he hablado nunca sobre eso con los autores de la especie, de modo que no sé las razones de su decisión. En cualquier caso, siempre hay libertad para poner el nombre que el investigador desee, lo que ha dado lugar a casos muy curiosos que le contaré algún día…
– ¿Y no se puede cambiar el nombre de un holotipo?
– Jamás, salvo que sea un caso de sinonimia, o sea, que haya otro ejemplar anterior con ese mismo nombre dentro del mismo género.
– ¿Y si se descubre un ejemplar mejor, más completo, que el holotipo, y se publica?
– Tampoco. El nuevo ejemplar, o varios, que aportan datos que no se daban en el holotipo, sirven para una diagnosis más completa de la especie pero nada más. Nunca puede sustituir al holotipo. En caso de desaparición de éste hay que recurrir a otro ejemplar del mismo yacimiento y será el neotipo.
– Interesantísimo. Pero seguiremos hablando mañana de este tema tan fascinante…