[dropcap]R[/dropcap]ecuerdo aquel tiempo, sin duda mejor, en que de los balcones colgaban geranios en vez de banderas. Quizás la ropa interior de una familia sin secadora, pero nunca el aliviadero de una mente congestionada ¡Vaya diferencia!
Más inofensivos y más bellos, los geranios reivindican, sin dar discursos, la sobria elegancia de la vida, y si se me permite, la sólida indiferencia ante la locura humana.
¡La de patrias y pueblos que habrán visto pasar y caer bajo sus flores!
El geranio es un hijo de la luz. La bandera es una flor de invierno. O para ser más exactos: de invernadero.
Hay quien tiene fobia de los animales que reptan, otros la tienen de los espacios cerrados aunque tengan aire. Yo la tengo de los himnos inflamados y los trapos patriotas, que pretenden encerrar en su símbolo canijo uno de los conceptos más enanos: el nacionalismo.
¡A estas alturas y con esos polvos!
Que tarde o temprano se vuelven lodos.
Somos polvo de estrellas hasta que nos volvemos patriotas o nacionalistas. A partir de ahí, ya solo somos polvo sublunar, una mota de pensamiento presta a encoger, una planta artificial que no recibe la luz ni orea el aire.
Decía Bernanos en un párrafo de «Los grandes cementerios bajo la luna»: “Queda por solucionar, ciertamente, la cuestión de la bandera. Para ahorrar gastos y reemplazar fácilmente esos emblemas sagrados, propongo que se use el papel de arroz con que los chinos hacen los pañuelos”.
Este florecer de banderas me espanta y me deprime. Y no solo a mí, somos ya muchos los espantados.
Me recuerda aquello de Nietzsche: «¡dos mil años ya, y ningún nuevo Dios!», que hoy podríamos traducir por: tantos muertos más tarde y de nuevo el nacionalismo. O su primo hermano, el patriotismo.
El nacionalismo como excusa y el patriotismo como máscara. Y tras ellos el odio ciego engordado con pienso de pésima calidad. Pienso obnubilante, pienso que distrae, entre otras cosas de la corrupción. Y quien dice corrupción dice saqueo de las pensiones, amnistía fiscal de los golfos, y condonación del dinero público prestado a los bancos tramposos. Esa deuda si se perdona.
Las banderas están enhiestas y brillantes, tan lisas como un cerebro recién lavado. La democracia arrugada y hecha unos zorros. Todavía hay clases.
¡Donde esté un geranio…!
— oOo —