Opinión

Vencer sin convencer

La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría.

[dropcap]N[/dropcap]uestra historia está llena de vencedores que no convencen, de vencedores nefastos. Ya lo dijo Unamuno: “Venceréis, pero no convenceréis”. Y cuarenta años después seguían sin convencer.

Incluso cuando vencimos en la Segunda Guerra mundial, nosotros, siempre diferentes, fuimos derrotados por el fascismo. Una forma amarga de ganar, un extraño caso de victoria derrotada, en resumen, el único fascismo que salió ganando. Siempre dando la nota.

En nuestra historia particular, la victoria de unos casi siempre ha supuesto la derrota de casi todos, una victoria sin paliativos que se prolonga en derrota colectiva y unánime.

Tras las elecciones del 21D quizás asistamos a un nuevo episodio de esta manía nuestra de morir matando, o lo que es lo mismo, de ganar perdiendo. Y esta costumbre se actualiza al hilo de los tiempos y las postmodernidades presentes.

Por ejemplo, ahora la vicepresidenta del gobierno presume de hazaña porque entre ella y Rajoy han descabezado a los partidos independentistas en Cataluña, cuando sobre el papel teórico de la independencia de poderes, clave de toda democracia, las cosas habrían ocurrido de otro modo. O eso nos dijeron.

No será porque algunos no hubieran denunciado -tanto como otros lo han silenciado- este compadreo y este sube y baja de las cloacas a los altos tribunales pasando por las mazmorras. Esta historia ya es larga y más trufada de episodios que un folletín. Y lo mismo que un folletín no es buena literatura, nuestra democracia tampoco es de primera división.
Con esta metedura de pata, lapsus del subconsciente feroz, la vicepresidenta habrá descabezado a unos cuantos catalanes «rebeldes» pero habrá dejado de convencer a muchos más que estaban reflexionando.

La vicepresidenta ha demostrado tener tan poca cabeza descabezando opositores (tras intentar un poco de todo en las cloacas de Interior) como algunos de sus colegas destrozando discos duros.
En el lapsus de la vicepresidenta parecen reconocer: la justicia bebe de nuestra mano, y en el caso de los discos duros (con la cara dura de la sarta de martillazos) ya dejaban ver, con su acción descarada, que lo que pueda hacer «esta justicia» (su justicia) al respecto de hecho tan flagrante les importa un bledo.

Y tanto estruendo y tanta algarabía ¿para qué?: para ocultar que nos hemos equivocado de tema. Retomemos el hilo.

«No era esto… no era esto» decía Ortega y Gasset para condolerse de que la más alta ocasión que vieron los siglos para intentar hacer de España un país normal y civilizado, durante la segunda República, amenazaba ruina y catástrofe. La que muchos querían y deseaban, alérgicos por tradición a la democracia.

Y de nuevo no es esto, no esto lo que debería tenernos ocupados y preocupados, sino la noble ambición de echar a los corruptos del poder y restaurar nuestra democracia, tan apaleada que los bancos alemanes nos la han comprado a precio de saldo.

Pero no es este, al parecer, nuestro plan inmediato y más urgente, previo a todo lo demás, necesario para alcanzar cualquier horizonte, imprescindible para cualquier unidad. Nos sobra el tiempo, el dinero, y la energía. No tenemos prisa. Para ese objetivo tenemos toda la vida por delante, de la misma manera que la hemos tenido siempre por detrás, ociosa, sin aprovecharla nunca.

De ahí que dudemos de que tengamos remedio o de que nuestra esperanza tenga futuro.
Seguimos sin hacer los deberes y desconocemos las reglas básicas de la matemática y de la política:

2+2=4.

Corruptos=fuera del gobierno, y cuanto más lejos mejor. Para eso se inventaron las urnas.

Con tanta Historia a cuestas y seguimos en el parvulario.

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