[dropcap]E[/dropcap]n la primavera de 1962 andaba yo muy enfrascado en el mundillo del rugby, el gran deporte de la solidaridad. Había creado un equipo con mis compañeros, el C. R. Geólogos, del que algún día de estos os contaré mil peripecias. Eso, y mi labor en la Federación Castellana de Rugby adsorbían todo mi tiempo libre.
Pero alguien de mi curso, la IX promoción de Geológicas de la Complutense, creo que fue Vicente Araña, aprovechando que conocía a jefes del S. E. U. (Sindicato Español Universitario), se le ocurrió utilizar los albergues veraniegos que tenían por toda España para organizar uno que fuese para alumnos de Geología, con la excusa de un curso o algo parecido.
Y dicho y hecho. Por entonces las cosas se hacían así. ¡Y salían bien!
Fue por junio de aquel año cuando cuarenta y tantos compañeros nos encontramos en Alp (Gerona), con un profesor de Estratigrafía. Todos éramos de la Universidad Complutense de Madrid, salvo dos, que llegaron de Barcelona. Las gentes de la región eran muy acogedoras; un atardecer organizaron en la plaza unas sardanas en nuestro honor.
¿Qué deciros de aquellos 15 días de sencillo aprendizaje, con buenos amigos, buen ambiente, jóvenes y con ganas de aprender y disfrutar? En contra de lo que se dice hoy, jamás hubo, en los albergues en que estuve, ni una palabra de adoctrinamiento. Alguna charla sobre Historia de España; sí. Pero nada más. Cada cual tenía sus ideas y no había ni la más mínima discusión.
Os contaré una anécdota de aquel viaje. Nos propusieron hacer un mapa geológico de aquellos lugares y se hacían grupos de tres (dos alumnos y una alumna) para cada zona encomendada. A mí me incluyeron con otros tres compañeros para hacer uno más duro, de montaña. Y durante dos días y una noche, subimos y bajamos por las hermosas estribaciones del Pirineo catalán. Poca geología hicimos, más pendientes de la aventura que de otras cosas. Llegamos a un circo glaciar con su lago y decidimos pasar la noche en la orilla, al pie de una ladera muy empinada, cubierta por un derrubio de bloques entre los que discurría el agua nival. No llevábamos tienda de campaña; sólo unos ponchos y una lona. Uno de nosotros, que había sido boy scout, se había encargado de las latas de sopa en conserva y otras menudencias que nos sirvieron de suculenta cena. Habíamos hecho una hoguerita para calentarla y calentarnos. Luego nos acomodamos como pudimos, formando algo parecido a un tipi con la lona, los ponchos y las mantas. Hacia tanto frío que dormimos muy poco. Al amanecer, tras un largo crepúsculo (la ladera estaba al este), nos calentamos y emprendimos el regreso a Alp, donde llegamos al comenzar la tarde, agotados y con más ganas de dormir que de comer.
Aquel mismo año, 1962, decidí disfrutar de otro albergue en agosto, esta vez normal. Y allá estuvimos, chicos y chicas de toda España, que no tardamos nada en hacer amistad, pasando dos deliciosas semanas en el Pueyo de Jaca, en Huesca. Todos los días se organizaba algo. Fuimos al Parque de Ordesa, a Jaca, al balneario de Panticosa y sus alrededores… No tengo más que buenos recuerdos de aquellos días y de aquellos compañeros. Especialmente de una chica de Valencia, de nombre olvidado, con la que entablé mucha amistad, sin pasar de ahí. Se decía que los albergues mixtos, como era aquél, duraban quince días para que las amistades no llegasen a más. ¡Acertada idea! En cambio, los masculinos eran de tres semanas.
Y aún fui a otro albergue, en el año siguiente, también organizado como curso de geología igual que el de 1962, y con casi los mismos estudiantes. Esta vez nos acompañó un gran profesor de Estratigrafía, que desde entonces se convirtió en un buen amigo, Luis Sánchez de la Torre. Fue en un viejo caserón en la plaza de Santillana del Mar. ¡Ni santa, ni llana, ni en el mar!-decían de ella. Esta ilustre villa todavía no era pasto del turismo masivo y comercial a que llegó poco después. La gocé en pleno sabor rústico, con las vacas andando por las calles, el despertar con el canto del gallo… ¡Y qué alrededores más geológicos, con sus dolinas por doquier! Por primera vez pude visitar la Cueva de Altamira; me emocioné hasta saltárseme las lágrimas al contemplar, tumbado, los famosos bisontes, tan vistos en reproducciones, que todos conocíamos. ¡No es lo mismo verlos allí, en directo! El guía nos lo explicó todo minuciosamente, mostrándonos pinturas no accesibles al público. No podía ser menos -decía- al enseñarlo a los alumnos de don Francisco Hernández Pacheco.
¡Tiempos pasados! ¡Con qué poco dinero nos arreglábamos! ¡Nos sobraba con nuestro empeño y nuestra imaginación! Viajando como podíamos y comiendo lo que encontrábamos, que nunca faltaba.
Sin duda me tildaréis de nostálgico. ¿Quién no lo es, al llegar a cierta edad? Pero la vida es así. ¡Siempre creemos que el tiempo pasado fue mejor! ¡Y es verdad! ¡Éramos jóvenes!
0 comentarios en «Albergues del SEU»
Querido Emiliano
Gracias por estas anécdotas y por recordar a personas tan especiales como Luis Sánchez de la Torre, con quien conviví unos años en el Colegio América de Oviedo. Que tengas un feliz año 2018 y que lo disfrutemos contigo. Un abrazo Emilio
Es un placer recordar a personas tan especiales, con los que me unió una gran amistad, y de quien aprendí tantas cosas.
Un abrazo, Emilio y ¡¡¡FELIZ AÑO 18!!!