Opinión

Como decíamos ayer

[dropcap]C[/dropcap]omo decíamos ayer… la mentira es planta fácil que florece en cualquier tiempo y lugar. Distinguíamos entre mentira inocente como error de la percepción y mentira instrumental y consciente como instrumento del poder.

Cuando se habla tanto de verdad y posverdad, y de mentiras y verdades alternativas, debemos sospechar que la mentira sigue siendo un instrumento extremadamente útil y un arma perfectamente afilada. Resulta sorprendente en esta era en que la ciencia y la tecnología parecen omnipotentes y la información llueve a raudales, aunque también es cierto que se ingieren grandes cantidades de telebasura (alguna relacionada directamente con la comida) y eso consume tiempo sin consumir calorías. Por otra parte es sabido que en nuestro país se lee poco y que los medios públicos (gubernamentales) de información cumplen con la tradición del siNODO catequético, lo cual predispone a una recepción dócil de la verdad sugerida -ad nauseam- y a una estafa menos dificultosa.

En otros tiempos, sin tanta información al alcance de la mano, la mentira tenía muchas posibilidades de prosperar y los estafados tenían más disculpa. A veces la mentira duraba décadas.
Estoy pensando en un caso de mentira de diseño (o posverdad de encargo) de aquellos tiempos en que la verdad pendía de un hilo, o como en este caso que digo de un corresponsal del The Times: George Steer.

Es sabido que tras el bombardeo de Guernica por la legión Cóndor del ejército nazi, que marcó un hito en los métodos de la barbarie bélica dirigida contra poblaciones civiles e indefensas, tanto el nazismo hitleriano como el bando franquista, temerosos de las repercusiones internacionales que pudiera tener aquella acción criminal, quisieron lavarse las manos. Y no hallaron mejor medio para aquel fin que mentir. Siempre se ha dicho que la verdad es la primera víctima de la guerra, y así ha sucedido repetidamente. Tenemos un ejemplo reciente en la guerra de Irak.

Los nazis vieron en nuestra guerra civil la oportunidad de experimentar sus instrumentos mortíferos de cara a lo que preparaban para Europa. El bombardeo de Guernica fue uno de sus experimentos. Para Franco, tan totalitario y despiadado como Hitler, Mussolini o Stalin, el fin justificaba también cualquier medio, ya fuera el medio la mentira o la masacre de civiles indefensos.

Después de aquel experimento de terror y destrucción total de una población, los noticiarios nazis y franquistas se pusieron de acuerdo y se emplearon a fondo para dar una misma falsa versión: no fue la aviación nazi y fascista la causante, sino incendiarios y dinamiteros «rojos» los autores de aquella destrucción. Y fue la prensa «judía» y «masona» (según el NODO) la que falseó este hecho verídico intentando mancillar la inmaculada gloria del caudillo.

Los nazis vieron en nuestra guerra civil la oportunidad de experimentar sus instrumentos mortíferos de cara a lo que preparaban para Europa

 

Caso parecido fue lo ocurrido con la matanza de Katyn en 1940, cuando la policía secreta de Stalin masacró a un gran número de ciudadanos polacos hechos prisioneros (se habla de 22.000), militares, intelectuales y artistas, ejecutados a sangre fría por orden de Beria confirmada por Stalin. Entonces el poder soviético achacó la autoría del crimen a los nazis. Tampoco hubo prisa para reconocer esa mentira.

Por su parte ahora el gobierno polaco se empeña en la idea de imponer una memoria histórica en función del prestigio y los intereses del país, sobre todo con relación a la matanza de judíos. Una forma patriótica de abordar la Historia que a nosotros, como país, no nos debe resultar ni desconocida ni extraña.

Aquí ya entraríamos en el debate de si la Historia es una ciencia en relación con la verdad, o una rama de la política en relación con la mentira instrumental y patriótica.

Si hablamos de una rama paradigmática de la ciencia, por ejemplo la física, nos resultaría muy poco serio que un científico sintiera preferencia por los protones frente a los electrones (o viceversa) hasta el punto de tergiversar los hechos y las leyes físicas a favor de unos o de otros.

Para mi infancia totalmente desinformada, Queipo de Llano era una calle o todo lo más (y desde una lógica natural e inocente) un nombre tras el cual debía esconderse un gran benefactor de la Humanidad. Escuchar ahora alguna de sus peroratas radiofónicas durante la guerra civil, que entre otras cosas invitaba a la violación sistemática de mujeres en plan manada triunfante, nos confirma que entre el relato histórico como rama de la política, y la verdad como objetivo de la ciencia histórica, hay una gran distancia. Entre el honor de poner nombre a una calle y estos extremos de barbarie inhumana, media todo un abismo de orden moral.

Que estas manipulaciones ocurran en regímenes totalitarios se explica, pero que sucedan o se mantengan en regímenes abiertos debe preocuparnos.

Las posverdades de las que hablamos hoy no se diferencian tanto de aquellas mentiras de entonces, que quizás estaban preparando y anunciando nuestro futuro. No muy distinta de aquellas otras es la mentira sobre las armas de destrucción masiva que justificó la guerra de Irak y toda la devastación que se derivó de la misma. Terrible ejemplo del poder de la mentira ejercitada sin escrúpulos por los campeones de la civilización “liberal” y Occidental.

La actual crisis catalana toma también su impulso de la mentira (o de la posverdad). No deja de ser significativo que esta crisis se origine, se encone y se promueva desde los partidos de la corrupción, es decir, desde los partidos de la mentira, pues la corrupción es la mentira por antonomasia en el orden de lo civil. De la mentira y la corrupción «catalana» y de la mentira y corrupción «española» nace la actual peripecia separatista. Desde Convergencia y Unión y desde el PP, los partidos del furor patriótico y de la corrupción antipatriótica, se ha atizado este fuego que les ha venido muy bien (aunque se les ha ido de la mano) para tapar con su humo los graves asuntos que les afectan. Los demás partidos son comparsas que colaboran a la farsa. Y luego está la tropa de engañados, que como siempre es inmensa pero entusiasta.

Hace pocos días, Maíllo, el portavoz del PP, soltó en RNE esta perla conceptual que por sí sola califica nuestra democracia y describe el estado de nuestra critica: «Quien ataca al gobierno favorece el independentismo».

Conclusión lógica de este axioma tan retorcido como flácido es que al gobierno le interesa mantener vivo el problema catalán para que no se le ataque ni se le critique (un escudo de inmunidad bastante mezquino) y sobre todo para que no trascienda demasiado según qué casos de corrupción, y en definitiva la realidad que subyace tras la propaganda oficial y el revoloteo de banderas.

Hay una explicación más sólida que la que plantea Maíllo, y es que la corrupción y el descrédito de las Instituciones favorecen el independentismo. Pero no el independentismo de las comunidades históricas o nacionalidades, que también, sino el independentismo y el desafecto de muchos ciudadanos considerados individualmente respecto a un proyecto común que se ha revelado como estafa trufada de mentiras. Y no se puede decir, como excusa, que estos campeones de la unidad a porrazos desconocían el daño que hacía y sigue haciendo la corrupción, sino que no les importa, y lo peor es que no conciben otra forma de gestionar el poder y las Instituciones. Eso es lo grave y lo disolvente.

 

Que estas manipulaciones ocurran en regímenes totalitarios se explica, pero que sucedan o se mantengan en regímenes abiertos debe preocuparnos.

 

Esa forma de pensar, a lo Maíllo, con axiomas de esa calidad dogmática, que intenta hacer inmune cualquier acción o comportamiento del gobierno para salvaguardar un “interés superior”, podemos encontrarla habitualmente en regímenes cochambrosos, por no decir totalitarios.

De forma parecida, la publicidad machacona, casi vomitiva, sobre la monarquía y su natural encanto, intenta inculcarnos una jerarquía, también supuestamente natural, que nos exime de nuestra responsabilidad de pensar y decidir, y nos sustrae silenciosamente parte importante de nuestra dignidad, al menos si aceptamos que hay más dignidad en ser ciudadano que en ser súbdito, y que estas campañas de promoción lo que promueven en realidad es la virtud y calidad de súbdito. De la misma manera que el protocolo exige la genuflexión, el catecismo exige la aquiescencia. Más que un símbolo de unidad, la monarquía es un símbolo de sometimiento.

A partir de estas claves subliminales de sometimiento luego son más fáciles otras claves interpretativas introducidas con calzador. Así como el nuevo orden global propone de forma dogmática e indiscutible (casi un frenesí dialéctico que remata la Historia) un retroceso en las conquistas sociales logradas tras prolongado esfuerzo humano, los valedores intelectuales de ese nuevo orden reculante interpretan toda resistencia a ese retroceso como «resentimiento».

Aparte de poco original y demasiado manoseada, esa interpretación nos parece un tanto «supremacista» en cuanto que da por hecho que el que se defiende es un ser inferior a aquel que le ataca, y no siempre es así.
Existe un término legal, y por tanto normalmente incorporado al lenguaje y el engranaje de un Estado de derecho, que es el de «estricta defensa» y que sugiero como más exacto y oportuno que el de «resentimiento» para interpretar el actual momento de agresión y resistencia.

Oponerse a esa deriva reculante no es resentimiento, es sentido común y responsabilidad civil.

Otra posibilidad interpretativa sería que el «resentimiento» en realidad está en otro lado, y va dirigido específicamente contra esas conquistas sociales fruto de una dilatada y esforzada historia. Coincidiría esto con lo que ya algunos que conocen el tema de cerca afirmaron. Así lo expresado por Warren Buffet.

Como decíamos ayer… fue la frase que utilizó Fray Luis de León para manifestar no solo que estaba a años luz de sus agresores sino también su incapacidad para el resentimiento. Pero como el deseo de justicia no es lo mismo que resentimiento, si leemos con atención el proceso que le montó la humanísima Inquisición española, comprobaremos que nuestro sabio se defendió durante su proceso como gato panza arriba, entre otras cosas para no acabar como tantos otros entre las llamas del fuego antidivino. Si allí hubo resentimiento fue el de sus acusadores o el de esa vecina que testificó en su contra manifestando que uno de los antepasados del sabio (no recuerdo ahora si era el abuelo) oraba meneando el tronco hacia adelante y hacia atrás, signo claro de judaísmo.

Y las posverdades se renuevan. Es sabido que en la España de Rajoy el fraude de los motores Volkswagen fue menos fraude, entre otras cosas porque los ciudadanos españoles son menos ciudadanos, o dicho de otro modo: tienen más de súbditos de Merkel que de ciudadanos de España. Lo que no sabíamos es que la potente marca alemana, capaz de acallar a un pusilánime y servil presidente del gobierno español (o a varios sucesivamente), utilizaba seres humanos para experimentar con sus «gases».

Desregulación debe ser. Libertad, libertad, de la buena. De la de antes de la guerra. La posverdad que no cesa.

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