Opinión

Réquiem por el sueño europeo

[dropcap]A[/dropcap]hora bien, si un gran banco de inversión como Goldman Sachs decide una inversión o un préstamo intenta calcular el riesgo para ellos, lo que es bastante sencillo cuando se sabe que te van a rescatar porque eres demasiado grande para quebrar. Lo que no consideran es lo que se denomina <<riesgo sistémico>>. El riesgo de que, si sus inversiones se hunden, quizás se hunda todo el sistema».

Esta reflexión de Noam Chomsky en su ensayo «Réquiem por el sueño americano», publicado en 2017 por la editorial “Sexto piso” y basado en un documental del mismo título, nos habla de realidades que para nosotros ya son cotidianas y palpables. Lo mismo podría referirse a unas autopistas ruinosas -pero rescatables- del reino corrupto de España, que al sistema financiero global, corrupto también.

Dado lo evidente del panorama, no está fuera de lugar hablar de un «sistema antisistema», de manera que por pura lógica lo que los ideólogos y voceros de los amos llaman «antisistema», hace referencia paradójicamente aquellos sufridos ciudadanos que intentan defenderlo, si por «sistema» entendemos la democracia y el Estado de derecho.

Nadie pensará que exagero si digo que de un tiempo a esta parte Europa anda bastante desconocida a la par que en desorden y desigualdad creciente. Precisamente un informe reciente de la OCDE ha vuelto a subrayar que España, dentro de Europa, sobresale y marca records en esto de la desigualdad extrema, signo inequívoco de que, como dice Rajoy, «todo va bien» mientras a él no le vaya mal, muy en la línea de la «máxima vil» que enunció Adam Smith.

Lamentablemente a los dirigentes europeos les dio por pensar en un momento dado que nuestra historia, incluso política, no valía gran cosa y que convenía reinventarse copiando un modelo ajeno, quizás asiático, tipo China, quizás ultra capitalista, al otro lado del Océano.
Se ha hablado mucho del «sueño americano» y muy poco del «sueño europeo», que empezó como auténtico milagro (aunque también como recompensa de los que combatieron el fascismo) después de la segunda guerra mundial.

Desde luego no se puede generalizar, pero en esto de descreer de Europa y su singularidad benéfica, todo parece indicar que ha sido la «élite» europea la que ha tomado la iniciativa y decidido ese cambio de rumbo radical (estos sí que lo son: radicales), que nos va a llevar a un futuro más global, plagado de muros y alambradas, de ricos muy ricos (los menos) y de pobres muy pobres (los más).
Casi se puede sostener sin temor a equivocarse que detrás de ese giro extremista no ha estado la ciudadanía en su conjunto, por lo menos después de saber en qué consiste dicho giro, sino que es el diseño de una «élite» entrenada en la estafa y la corrupción, y cuya acción no responde más que a sus propios intereses, estrechos y mezquinos. Es la traducción en hechos concretos de la «máxima vil» antes mencionada, de uno de los padres del liberalismo: «todo para nosotros, nada para los demás», según la expresó Adam Smith, uno de esos mesías mejor crucificados y más maltratados por sus apóstoles: la iglesia neoliberal.

La «élite» europea, que por supuesto no ve más allá de su propio interés global, y que cualquier consecuencia disolvente de su acción le resbala, es tan necia y ciega que ha ido a copiar «el sueño americano» ya en su fase de pesadilla. Lo cual tampoco les afecta mucho, porque la pesadilla y el miedo es la atmósfera en la que mejor se mueven, aspirando incluso -para llegar más rápido a esa distopía- a que el  Estado haga mutis por el foro, aunque manteniendo como residuo último de ese cadáver, una fuerza militar de alcance global que defienda sus intereses corporativos y «viles».

Para conocer el mundo que nos quieren vender a marchas forzadas (de hecho ya está aquí), el ensayo de Noam Chomsky es de lectura obligada y urgente.
El hecho básico de ese mundo «nuevo» es la concentración de la riqueza y el poder en muy pocas manos, hasta extremos hasta ahora desconocidos que podríamos calificar de obscenos.

Esa doble perversión tiene también una doble consecuencia: la concentración de la riqueza conduce a la desigualdad extrema, y la concentración de poder está acabando con la democracia, si no lo ha hecho ya.
El subtítulo del libro de Chomsky dice así: «Los diez principios de la concentración de la riqueza y el poder», lo cual ya nos indica cual es para el autor el hecho clave de esta revolución reaccionaria, y  también nos anuncia el intento decidido de su obra para desentrañar los mecanismos y subterfugios de esa maniobra «ofensiva».

Esa evidencia -la concentración de la riqueza y el poder- debería hacer saltar todas las alarmas entre la gente decente, responsable e informada que aún cree en la democracia, a pesar de las mordazas a las que se quiere dar rango de ley.

Los «ideólogos de los amos», como los llama Chomsky, suelen opinar que la corrupción política y económica es peccata minuta, un mal menor que no impide el buen funcionamiento del «mundo libre». Lo cierto es que esa corrupción es tan grande que es «demasiado grande para caer», como suelen argumentar y defender esos mismos ideólogos. Frase que por cierto le he escuchado más de una vez a Felipe González, ese socialista inefable.

Ni democracia, ni Estado de derecho, ni humanismo, ni solidaridad. Sólo un engranaje desregulado de trampas y fraudes para llegar al objetivo final: la concentración de la riqueza y el poder en las ávidas e irresponsables manos de unos cuantos golfos (golfos antisistema) que ya deciden por todos nosotros.

Parafraseando y alterando sutilmente ese axioma de los amos, que tanto justifican sus esbirros, Chomsky titula uno de los apartados de su libro: «demasiado grande para encarcelar». Y es que efectivamente, conculcada la democracia y secuestrado el Estado de derecho, la justicia (al servicio de los amos) no es igual para todo el mundo. La corrupción del «sistema antisistema» es demasiado grande y poderosa para responder ante la justicia. Quienes pagan sus fraudes y estafas son los ciudadanos de a pie, incluso los que menos tienen, y ese rescate al delincuente (que casi siempre y tras la debacle que origina conserva todo su patrimonio o lo incrementa) se efectúa con la ruina del patrimonio público y la pérdida de los derechos de los ciudadanos al tiempo que se da por bueno el hundimiento del «sistema», inaugurando un nuevo ciclo que conduce a la próxima estafa.

Obviamente una corrupción que es demasiado grande para caer y demasiado grande para pagar las consecuencias de sus actos, solo puede incrementarse ad infinitum. Se trata de un círculo vicioso que con un término más técnico podríamos denominar feedback perverso aunque en este caso el término «vicioso» me parece tan oportuno y exacto como el de “perverso”. Y lo es en grado sumo si atendemos al número de víctimas.

Con el mismo objetivo y con el mismo resultado, los que acaparan en sus manos tanto poder y que tienen tanto dinero que no saben qué hacer con él (salvo consumir lujo y planificar la próxima estafa a la que llamaremos crisis) han dejado de pagar impuestos desplazando su carga fiscal al resto de la población, sobre todo a aquellos a los que les cuesta más llegar a fin de mes o simplemente subsistir. Nada de esto podría haberse conseguido tan rápido y a nivel global sin la inestimable colaboración de esas falsas oposiciones socialdemócratas coaligadas con los intereses de la oligarquía y la plutocracia.

Vistos esos mimbres, que Chomsky desentraña magistralmente, se hace evidente que el cesto que de ahí saldrá tiene muy poco que ver con lo que hasta ahora hemos conocido como «Occidente».

Ni democracia, ni Estado de derecho, ni humanismo, ni solidaridad. Sólo un engranaje desregulado de trampas y fraudes para llegar al objetivo final: la concentración de la riqueza y el poder en las ávidas e irresponsables manos de unos cuantos golfos (golfos antisistema) que ya deciden por todos nosotros.

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