Nota Bene: Estábamos con sendas entregas de un artículo sobre integración económica en el mundo de hoy. Y ya habíamos visto, con un antecedente previo sobre Europa, ese tipo de desarrollos en las Américas y en África. Hoy nos tocarían el resto de los proyectos de integración, que están vivos o negociándose, o incluso por desmantelar de una forma u otra, impetuosamente, por el arriesgado Presidente de EE.UU., Donald Trump. Pero aplazamos esa tercera entrega, para hoy jueves 5 volver al tema catalán.
[dropcap]E[/dropcap]n nuestros papeles de hoy referentes a Cataluña, incluimos algunos textos relacionados con la crisis constitucional en que nos hallamos, cuando sigue en vigencia (a veces más que atemperada) el artículo 155 de la Constitución. Y cuando Carles Puigdemont continua en su prisión de Neumünster en el Land alemán de Schleswig-Holstein. A quien un colega mío historicista se ha permitido llamar “el segundo hombre de Spandau”, y ya veremos por qué.
En esta comparecencia de hoy con los lectores de Republica.com, resumo el texto que preparé, después de una reunión que tuvimos en Barcelona, en la “Societat d’Estudis Economics” (SEE) de Foment, la patronal catalana, entidad que ha seguido con inteligencia la crisis que empezó con el independentismo de Artur Mas el año 2012. Cuando inesperadamente, el entonces Presidente de la Generalidad, izó la bandera soberanista, en un viaje sin destino conocido, aunque ya se sabía desde el principio que estaría lleno de dificultades y sinsabores: toda una desdicha.
El caso es que en la citada reunión de la SEE, participaron muchos amigos, y tuvimos ocasión de meditar a propósito de mi libro “¿Adónde vas Cataluña?”, del que se publicó en enero de este año la cuarta edición. Por estimar el Director de Ediciones Península (Grupo Planeta), Ramón Perelló, que sería bueno tener en cuenta todo lo sucedido desde la anterior versión (2014), en el “escenario catalán–Ruedo Ibérico”.
Lo cierto es que en el debate que siguió a la referida presentación en Barcelona, en la SEE, el 15 de febrero de 2018, intervinieron muchos colegas, y casi se llegó a una conclusión: convendría hacer un escrito de síntesis con algún posicionamiento sobre iniciativas que el Estado debería proponer a Cataluña. No como privilegios especiales, y menos aún como regalos a independentistas. A fin de, con una serie de ideas motrices, hacer más importante la participación catalana en todo lo que se refiere al gobierno de España como conjunto.
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A continuación, sintetizo lo que escribí tras el encuentro en Foment, de lo que únicamente me responsabilizo yo mismo, con seis propuestas sobre otras tantas cuestiones institucionales:
- El Senado, en Barcelona
- Ministerio de Cuestiones Territoriales, también en Barcelona
- Consejo de España para Europa en la capital catalana
- Sede barcelonesa del Instituto Cervantes
- Áreas Metropolitanas a potenciar
- Ley de Financiación Autonómica
El extenso texto, se publicó después en La Vanguardia, con la lógica indicación de resumirlo en sólo 800 palabras (tres folios). Y se hizo con sólo las cuatro primeras propuestas, por estimar, además, que las dos últimas, referentes a áreas metropolitanas y financiación autonómica, podrían quedar para cuando se negocien, pronto, esos temas a escala de toda España. De las primeras cuatro recomendaciones, se hace una síntesis seguidamente:
- El Senado, en Barcelona. En parte histórico de compensación de todo lo que fue una grave relegación de los territorios de la Corona de Aragón, a partir de la unidad personal de España en 1517, en el comienzo del reinado de Carlos I. Esa cierta bicapitalidad parlamentaria, sería también un reconocimiento valorativo de la importancia actual, en lo económico, político y cultural, de la Ciudad Condal.
- Ministerio de Cuestiones Territoriales. Situarlo en Barcelona, sería lógico, siendo un Departamento del Gobierno que habría de ocuparse de una parte sustancial de la realidad política de las CC.AA.
- Consejo de España para Europa. Inevitablemente, habrá de configurarse un día un foro de España para todas las iniciativas de la UE, en los más variados aspectos de la realidad española, y su sede debería estar también en la Ciudad Condal.
- Sede barcelonesa del Instituto Cervantes. A propósito de la reflexión cervantina sobre Barcelona –“Archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, etc.”—, cabe pensar en una nueva sede del Instituto Cervantes debería estar en Barcelona, donde precisamente se sitúa el mayor número de empresas editoriales de importancia en España, que publican en la lengua de Cervantes, el español o castellano; con un gran desarrollo industrial y cultural, que está recreciéndose al acercarse los hispanohablantes a los seiscientos millones, con una gran evolución de las técnicas de información y comunicación (TIC), internet, inteligencia artificial, etc. que hoy forman parte primordial del uso cotidiano de la lengua.
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A propósito del referido artículo, he recibido muchas observaciones; la primera de ellas, una carta de Artur Mas: con muy buen temple y algunos reconocimientos que agradezco, y que inserto a continuación, íntegra. Si bien con letra cursiva y margen distinto, para diferenciarlos, van algunos comentarios míos:
Apreciado Ramón,
Recibí puntualmente tu correo con la propuesta, que paso a contestar. Ante todo agradezco los esfuerzos que llevas a cabo para imaginar y poner encima de la mesa propuestas en positivo. En este sentido, permíteme constatar que en España hay un desierto de ideas con relación al reto democrático que una parte significativa de la sociedad catalana lleva años planteando. En consecuencia, cualquier propuesta formulada desde la buena fe con ánimo de buscar soluciones es siempre de agradecer.
Dicho esto, me tomo la licencia de discrepar parcialmente de tu reflexión del preámbulo y en mayor grado del apartado de las propuestas. Comentas en el preámbulo que la guía rectora debe ser la Constitución y que no cabe más derecho a decidir que la soberanía del pueblo español. Creo que este planteamiento olvida que por dos veces consecutivas, septiembre de 2015 y diciembre de 2017, el resultado de las elecciones ampliamente concurridas han configurado un Parlamento con mayoría absoluta a favor de la independencia. Es decir, un Parlamento cuya mayoría cuestiona la legitimidad de la Constitución, que proclama la unidad de España hasta el punto de encargar a las fuerzas armadas la garantía de velar por este precepto. Dicho de otro modo, para la mayoría del Parlamento catalán la Constitución puede seguir siendo legal, pero carece de legitimidad.
En este caso, Artur Mas olvida que en voto popular, en ambos comicios, hubo mayoría de constitucionalistas. Y que el resultado estadístico a que me alude, refleja el desigual reparto de escaños entre las cuatro provincias catalanas, lo que favorece al soberanismo.
Llegados a este punto, la pregunta que cabría formularse sería: ¿en una democracia se puede pretender que la guía rectora sea un texto que ha perdido su legitimidad?
En realidad, no se ha perdido ninguna legitimidad, porque la Constitución no se ha reformado, salvo dos artículos que no hacen al caso.
Yo creo que no. No me adentro en tu clasificación de las ideas de los que calificas como secesionistas, porque ahí partimos de visiones probablemente muy dispares: yo veo a los soberanistas catalanes como gente que defiende un proyecto europeo de auténtica unión política, que supere la dinámica de los obsoletos Estados-nación, y en cambio veo como secesionistas de esta necesaria unión política europea a la mayoría de los Estados europeos, incluido el español, que se muestran incapaces de adaptar sus viejas estructuras de poder. Según mi criterio, a mayor globalización, mayor descentralización. En otras palabras, que los paraguas para tomar las decisiones de mayor escala o nivel ya no deberían ser los Estados-nación como los hemos conocido, sino las uniones políticas regionales, en nuestro caso una UE puesta al día.
Los Estados-nación, no están obsoletos: la ONU se integra por 193 de esos Estados-nación, y la UE por 27 (ya sin el Reino Unido).
En referencia a las propuestas, reconociendo el mérito de hacerlas y agradeciendo la actitud positiva que las inspira, creo sinceramente que quedan lejos de abordar el problema de fondo, que no es otro que cómo Cataluña y sus instituciones disponen de las herramientas necesarias para desarrollar todo su potencial de progreso, bienestar y modernidad. Tú hablas de órganos: Senado, Ministerio, Consejo, Instituto…; yo hablo de capacidad de decisión propia y de recursos en todos aquellos ámbitos que no requieran políticas supranacionales. Esto, según mi visión, no lo resuelve un Senado y un Ministerio en Barcelona; lo resuelve un Parlamento catalán con amplios poderes, infraestructuras, políticas sociales, fiscalidad, energía, inmigración, etc. De la misma manera, la posición de Europa en el mundo no la resuelven Parlamentos estatales de corte clásico, con sistemas burocráticos encorsetados, sino una Europa federal que se ocupe de los grandes temas que hoy en día requieren una escala superior. El soberanismo catalán reclama mejor calidad democrática, más subsidiariedad, y más libertad propia. Algo que queda muy lejos de lo que en este momento nos ofrece el Estado español. Mucho me temo que las propuestas que me haces llegar no encaran ni resuelven el reto de fondo.
En este caso, creo que se pierde la noción misma de las cuatro propuestas: reconocimientos del Estado a Cataluña. Que deberían hacerse en la idea de que los catalanes participen más en las decisiones del propio Estado. Es lógico, pues, que los indepes no acepten esas propuestas, que les alejarían de sus pretensiones soberanistas.
No veas en mi discrepancia ningún ánimo de poner dificultades a quien tiene la valentía de formular ideas positivas, y mucho menos de menosprecio de unas propuestas concretas que pueden tener sus adeptos. Pero yo, honestamente, no puedo ocultar ni edulcorar mi opinión.
Reitero mi agradecimiento.
Un abrazo,
Artur Mas
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Como podrá apreciarse, Artur Mas reconoce un cierto valor en las propuestas –y está en su derecho, por libertad de pensamiento y de expresión—, pero no quiere que se tomen en cuenta. Lo cual se explica perfectamente porque los soberanistas no quieren más España dentro de las cuatro provincias catalanas, y rechazan cualquier idea de participar seriamente, como les correspondería por su importancia, dentro del Estado español.
Retrospectivamente, cabe decir que el catalán español que más ofreció a su país global, España, fue el General Juan Prim Prats, Presidente del Gobierno en los años 1869 y 1870, y que propició la mejor Constitución que España tuvo hasta entonces (la de 1869); en la idea de hacer un estado democrático y con derechos de todos sus ciudadanos.
Luego, hubo que esperar a 1918 a que otro catalán –de muy diferentes características personales y políticas—, participara activamente en el gobierno de la Nación. Fue Francesc Cambó, sucesivamente como Ministro de Fomento en 1918, y de Hacienda en 1921-22.
Actualmente, el soberanismo está intentando arroyarlo todo. Despreciando no sólo cuanto ignora (Machado dixit), sino también todo aquello que pueda contribuir a forjar definitivamente un Estado español moderno y en el que todos se encuentren más o menos a gusto.
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Y aquí entra nuevamente mi colega historicista, al que aludí al principio de este artículo. Me dijo: “Carles Puigdemont me recuerda a Rudolf Hess –sin ningún menosprecio ni malevolencia en ese antecedente—, porque igual que aquel alemán intrépido pero un poco ido, se marchó de su país (Cataluña, España) sin seguramente hablar con su jefe natural, que era Artur Mas. Y emprendió el vuelo no a Escocia como su antecesor, sino que lo hizo a Bruselas. Pensando que encontraría allí la comprensión de la UE para sus objetivos separatistas de España. Pero nada de eso halló Puigdemont, salvo la fanfarria de algunos diputados de Flandes que no quieren seguir siendo belgas. Así que, tal y como le sucedió a Rudolf Hess en la Gran Bretaña, en vez de negociar sus ideas, acabó en una prisión al Norte de Alemania, esperando a que la guerra termine. Para escuchar seguramente entonces una muy seria sentencia, por la osadía cometida de autopersonificarse como Cataluña entera”.
Le repliqué a mi colega el historicista que sus comparaciones eran un tanto forzadas. Pero todo fue inútil. Porque hay gentes, en una orilla u otra del problema, que no atienden a reflexiones ajenas para volver a la racionalidad. “Al final –sentenció el historicista—, Puigdemont acabará no en Spandau, sino en Estremera o cosa así”.
En el sentido apuntado, a los cuatro días de publicar mi artículo en La Vanguardia, tenía recopilados 211 comentarios sobre lo que yo había escrito, motejándome de ingenuo, nacionalista español recalcitrante, o manifestando algunas lindezas personales sobre el autor.
Y lo entiendo perfectamente, y ya lo he dicho antes: los indepes pueden no estar por las propuestas del tipo que yo he formulado. Lo que sostengo es que el Estado no ha sabido ver una serie de cambios estructurales de carácter institucional, absolutamente necesarios, para que Cataluña participe mucho más en España. Como en su día plantearon Josep Tarradellas o Pasqual Maragall, desde la plenitud de su presidencia de la Generalidad. Y a ellos dos quiero dedicar este artículo, porque fueron personas, uno de Esquerra y otro del PSC, que meditaron sobre el futuro y nos dejaron el mejor recuerdo de sus pensamientos y propósitos.
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