[dropcap]E[/dropcap]ntramos hoy en una nueva cuestión económica, que ha hecho fluir ríos de tinta, y ahora fotones en los ordenadores y teléfonos inteligentes: las fluctuaciones económicas internacionales.
Para ello, en esta primera entrega de hoy, nos ocupamos del concepto de ciclos económicos con carácter general; así como de las dos grandes primeras especulaciones (Tulipanes, 1637, y de los Mares del Sur, 1720). Sin olvidar el libro de la sabiduría que es la Biblia, donde en el Génesis hay una referencia expresa a los ciclos que, lamentablemente, muchos economistas no han llegado a leer. Apreciamos, por último, la diferencia entre los conceptos de depresión y recesión.
- CICLOS ECONÓMICOS
Realmente, nunca es fácil hacer predicciones económicas a corto plazo, a través de lo que generalmente se considera análisis de coyuntura, y lo propio acontece a largo, en función de los cambios estructurales. En el primer caso, por hallarnos inmersos en un ciclo y en su evolución, además de toda una serie de fuerzas, en la que también influyen los ajustes que vayan produciéndose por la política económica; y en el segundo caso, por el inevitable proceso de cambio tecnológico y social que son las materias del cambio estructural.
Precisamente esas alteraciones en los procesos económicos es lo que Joseph A. Schumpeter destacó en su libro Business Cycles (1927), en el que analizó las diferentes clases de fluctuaciones, para distinguir en la región ascendente de la curva la recuperación a partir de la fase anterior, para pasar después a la expansión, seguido del auge, prolongable en una fase más o menos larga de bonanza que culmina en el boom. Ulteriormente, llega el punto de inflexión que se traduce en el comienzo de la desaceleración con el definitivo cambio de tendencia. La crisis, pues, ha comenzado, pudiendo llegarse, de persistir las inercias declinantes, más allá de la recesión, a la propia depresión.
La experiencia histórica demuestra que los ciclos no pueden erradicarse: ni por medio de decretos leyes, ni siquiera a través de políticas económicas, por muy bien que se diseñen e instrumenten. Sencillamente, porque en una economía de mercado —aunque tenga no pocas restricciones a la competencia—, se dan millones de «planes individuales» de empresas y consumidores que difícilmente pueden encajar en un equilibrio perfecto.
En ese contexto, inevitablemente, van surgiendo fenómenos de sobredimensionamiento de la oferta y de saturación de demanda que acaban por derivar en escenarios de crisis e interrupción del crecimiento. Eso es lo que sucedió con la depresión de los años 90 del siglo XIX, que J. M. Keynes calificó como la más dramática vivida por la humanidad hasta entonces. Para luego ser mucho más grave lo que sucedió en la década de 1930, con la Gran Depresión, comenzada en octubre de 1929; con el célebre crac bursátil de Nueva York, ya por entonces el mayor mercado de valores del mundo.
La especulación en la historia: una sucesión de crisis
En una retrospectiva amplia, la crisis financiera que por primera vez marcó una profunda huella histórica fue la «burbuja de los tulipanes de Holanda» en la primera mitad del siglo XVII, a partir de esa planta ornamental que el botánico francés Carolus Clusius introdujo en Europa desde Turquía, donde tenía connotaciones sagradas. Clusius, entusiasmado, la cultivó en secreto, hasta que alguien entró en su jardín parisino y robó varios bulbos, que en Holanda se reprodujeron con gran exuberancia.
Los tulipanes se pusieron de moda y sus precios subieron rápidamente por la codicia que se desató en su comercio, en el que se invirtieron grandes sumas, inicialmente con ingentes beneficios. Y en ese trance se declaró una epidemia de peste bubónica que redundó en una fuerte escasez de mano de obra, lo que hizo subir aún más los precios; surgiendo entonces un mercado de futuros, de venta de bulbos aún no recolectados, en el que los compradores se endeudaban más y más; hasta que ya no se intercambiaron bulbos físicamente, sino meros certificados en una bolsa de negociación ad hoc.
Así se llegó al 5 de febrero de 1637, cuando se pagaron por un bulbo 5.200 florines (a efectos comparativos: cinco años después, en 1642, Rembrandt cobró por su obra maestra Ronda nocturna, la cantidad de 1.600 florines). Al día siguiente, el montaje hizo crisis: la burbuja estalló, y los precios cayeron en picado. Todo el mundo quería vender y nadie compraba las notas de crédito de la Bolsa, porque ya no valían nada: las quiebras se sucedieron y los especuladores no supieron retirarse a tiempo, se arruinaron.
En cuanto a la llamada Especulación de los Mares del Sur, fue otro caso de gran resonancia: en 1720, cuando las cotizaciones de una serie de compañías de navegación se multiplicaron por diez, en la idea de que el tráfico esclavista en las posesiones españolas en las Américas rendiría grandes beneficios. Episodio en el que Isaac Newton perdió 20.000 libras, por vender demasiado pronto, para luego reinvertir cuando las acciones se situaron en su nivel máximo, sin posibilidades de plusvalía con el ulterior rápido derrumbamiento. Durante el resto de su vida, el formulador de las leyes de la gravitación universal se sintió abrumado por su propia especulación.
La lección de esos sucesos y otros, nos muestran cómo en las burbujas y cracs coexisten la avaricia y las evaluaciones demasiado optimistas. Así lo destacó T. Sykes: la repetición de los fenómenos especulativos se explica por la convicción de los inversores de tener la fortuna de encontrarse ante una ocasión excepcional, en la que, suponen, todo irá bien. Pero al final, tras el boom, llega el pinchazo de la burbuja: «Si se hubiera aprendido de lo que sucedió con los tulipanes —dice el profesor Torrero—, habría habido menos burbujas y desastres. Sin embargo, cada generación cree que lo sucedido antes no va a repetirse».
La Biblia tenía razón
El anterior parece un epígrafe a lo Isaac Asimov, pero como podrá verse, no es ciencia ficción, sino que realmente la Biblia tenía razón, en lo que fue primera referencia histórica conocida sobre ciclos económicos: en el Génesis (capítulo 42) se plantea la primera teoría, y la primera solución, a los ciclos y las crisis. Lo que sigue es una transcripción, simplemente retocada para evitar redundancias, del gran diálogo económico entre José y el faraón.
Mandó, el faraón llamar a José, a quien apresuradamente sacaron de la prisión donde estaba. Se cortó el pelo, se mudó de ropas y fue a ver al rey, quien le dijo:
- He tenido un sueño y no hay quien lo interprete, y he oído decir que tú sí sabrías hacerlo… Estaba yo en la ribera del Nilo y vi salir de él siete vacas gordas y hermosas, que se pusieron a pacer en la verdura de la orilla. Al poco tiempo, detrás de ellas subieron otras siete vacas, feas y flacas, que se comieron a las siete primeras. Luego, vi cómo de un mismo tallo salieron siete espigas granadas y hermosas, para a continuación surgir otras siete espigas malas, secas y quemadas por el viento solano, que devoraron a las siete primeras. Se lo he contado a todos los adivinos, y ninguno ha sabido explicarme.
- El sueño, faraón —contestó José— es uno solo, Yahvé (Dios) te ha dado a conocer lo que va a hacer: las siete vacas hermosas y las siete espigas hermosas son siete años de abundancia. Y las siete vacas flacas y las siete espigas secas y quemadas del viento solano, son los siete años de hambre que seguirán a los siete de abundancia. Por tanto, faraón, es preciso que hombres a tus órdenes visiten la tierra de todo Egipto y guarden un quinto de la cosecha de los años de la abundancia; poniéndolo a tu disposición, para mantener las ciudades durante los siete años de hambre que han de venir.
Parecieron muy bien estas palabras al faraón, quien se dirigió a sus cortesanos con estas palabras:
- ¿Podríamos por ventura encontrar un hombre como éste? José, como Dios le ha dado a conocer tales cosas, y no hay persona tan sabia como él, será quien se haga cargo de las tareas que ha mencionado.
Los ciclos de siete años de abundancia, seguidos de otros tantos de escasez, fueron una buena exposición —hace casi tres milenios— de la deriva cíclica en la realidad. Además, en la Biblia se dio una solución absolutamente racional al proceso: acumular reservas en los años de abundancia para los de escasez.
Recesión y depresión: cómo diferenciarlas
Volviendo a nuestro análisis de los ciclos, precisaremos que, según la Oficina de Estadísticas de la UE, el Eurostat, se entra en recesión al evidenciarse crecimientos negativos del PIB en tasa interanual durante dos trimestres seguidos. Una regla más sintética que en EE. UU., donde el National Bureau of Economic Reserch (NBER) aplica una serie de criterios más complejos para definir oficialmente si se está o no en recesión. Debiendo aclararse, en cualquier caso, que antes de 1929 el término recesión no existía, pues normalmente toda caída de cierta relevancia del PIB se denominaba depresión. Pero en la posguerra, al hacerse las depresiones más cortas y suaves (los tiempos del stop & go, con stop), comenzó a aplicárseles el nombre de recesión; reservándose el de depresión para las situaciones más prolongadas y graves.
No existe una definición generalmente aceptada de depresión, por mucho que el vocablo inspire la idea, ya aludida, de mayor duración y gravedad en el declive. Y en un intento precisamente de llenar esa laguna, Saul Eslake, economista jefe del Banco ANZ, propone que se entienda que hay depresión cuando la caída del PIB sobrepasa el 10 por 100; o cuando la recesión inicial se dilata durante tres años. En ese sentido, en la Gran Depresión iniciada en EE.UU. en 1929 se cumplieron sobradamente ambas circunstancias: contracción de un 30 por 100 del PIB, cuando menos a lo largo de los años de 1929 a 1933.
La política económica a seguir en recesión o depresión puede ser diferente, pues en una recesión más o menos leve originada por la política monetaria restrictiva, cabe curarla bajando tipos e inyectando liquidez desde el banco central. En cambio, en la depresión con fuerte contracción del crédito y síntomas de deflación, se necesita ir más allá, para entrar en el área de la fiscalidad, la inversión pública y los estímulos más diversos a demanda, a fin de frenar el desempleo; sin olvidar la reforma del sistema financiero para evitar los abusos de la codicia y los efectos de una autorregulación a veces disparatada; como sucedió en la crisis global iniciada en 2007.
Y por último, una anécdota del propio The Economist: en 1978 Alfred Kahn, uno de los asesores económicos presidenciales fue reprendido por el Presidente de EE.UU. Jimmy Carter, quien entendió que se estaba amedrentando a la ciudadanía, al anunciar que tal vez se acabaría en una depresión. Mr. Kahn, en su siguiente discurso, sustituyó el nefasto vocablo de manera un tanto extravagante al escribir: «Estamos amenazados por la peor banana de los últimos 45 años. Pudiendo decirse, incluso, que la economía de EE. UU. se sitúa ante un peligroso racimo de bananas».
Examinadas las cuestiones iniciales de las fluctuaciones económicas internacionales, seguiremos con los casos más recientes hasta finales del siglo XX, en cuyos inicios pondremos fin al artículo que hemos iniciado hoy.
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