[dropcap]L[/dropcap]a primera entrega de este artículo versó sobre las características de las fluctuaciones económicas, con algunos de los primeros brotes especulativos históricos (Tulipanes y Mares del Sur). Para seguir con una referencia indispensable al Génesis con sus siete vacas gordas seguidas de las flacas. Amén de la diferenciación entre depresión y recesión.
Hoy nos referiremos a la Gran Depresión (1929-1939), en cuyo debate surgió la revolución económica keynesiana, con el libro heraldo de la Teoría General del propio John Maynard Keynes.
- LA GRAN DEPRESIÓN (1929/1939) Y LA CONFERENCIA ECONÓMICA MUNDIAL DE 1933
Dentro de las grandes crisis, la mayor del siglo XX fue la que se inició con el crac de 1929. En un principio, como resultado de una fuerte especulación bursátil, a lo que se unió el manejo inadecuado de la política económica tras el colapso de la Bolsa, induciéndose de esa manera la más fuerte depresión, que intentó superarse con las medidas del New Deal de Roosevelt en EE. UU.; y con otras muy diversas en Europa (como las de Mussolini y Hitler desde el autoritarismo belicista), aunque en realidad la depresión solo terminó con el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939, cuando los medios de producción se pusieron masivamente al servicio de un esfuerzo bélico total.
En la deriva a la SGM desde la Gran Depresión, tuvo gran importancia la Conferencia Económica Mundial de 1933, convocada para remediar la crisis, de la que pasamos a ocuparnos.
El encuentro duró nada menos que 45 días, en vez de las pocas horas de las reuniones del G-20 en la actualidad, según veremos. Y en ella participaron 60 naciones: las principales de las europeas, representando a medio mundo aún colonial. Como igualmente estuvieron presentes las jóvenes repúblicas de las Américas, Japón, así como la URSS y China.
Aquella reunión de Londres transcurrió en un ambiente pleno de toda clase de escepticismos, fracasándose en el intento de superar los dramáticos efectos del crac de 24 octubre de 1929 de la Bolsa de Nueva York (el Viernes Negro), que por toda una serie de situaciones concretas había evolucionado a la Gran Depresión. A pesar de lo cual, las mayores potencias no intentaron ponerse de acuerdo, empezando por EE.UU., cuyo gobierno no llegó a sentir verdadero interés por los objetivos de la Conferencia: el presidente Franklin D. Roosevelt no se decidió a asistir a ella, inmerso como estaba en la puesta en marcha de su New Deal, y con el país ya instalado en el más fuerte proteccionismo; iniciado en 1930 por su predecesor el presidente Hoover, con la drástica elevación de los aranceles a través de la Tarifa Aduanera Smoot-Hawley.
Por otro lado, Inglaterra y sus posesiones de ultramar (el Imperio Británico ocupaba por entonces casi una cuarta parte del planeta) también habían entrado en una política ultraproteccionista; a partir de 1932, al establecerse las Preferencias Imperiales de Ottawa, a fin de reservarse los mercados de los países que ahora son la Commonwealth.
Por su parte, Francia introdujo contingentes para obstruir importaciones, en el intento de preservar su industria y su agricultura. Actuación que pronto fue imitada por otros países europeos; entre ellos España, que envió como delegados a la Conferencia al economista Flores de Lemus, y a Nicolau D´Olwer, ministro de la República.
Puede decirse que el conjunto de esos proteccionismos arancelarios y cuantitativos contribuyó al más fuerte bilateralismo, con el consiguiente colapso del comercio mundial; que se cifró en casi el 80 por 100 de su valor en 1928, lo que retroalimentó la propia depresión.
Aquella reunión de Londres transcurrió en un ambiente pleno de toda clase de escepticismos, fracasándose en el intento de superar los dramáticos efectos del crac de 24 octubre de 1929 de la Bolsa de Nueva York
En ese contexto, Alemania e Italia, que avanzaban en la consolidación de sus nacionalsocialismo y fascismo, respectivamente, reforzaron sus convicciones que el capitalismo autoritario sería la única vía a seguir; al tiempo que practicaban las políticas de autarquía, premonitorias de la guerra. Y de la URSS ¿qué decir?: que sus dirigentes (Litvinov como máximo representante), se frotaron las manos, pensando que el capitalismo como sistema dominante podría estar tocando a su fin. Al tiempo, en el viejo mundo, el antagonismo entre el Imperio Británico y el III Reich se hacía más que ostensible, en tanto que al otro lado del planeta, EE.UU. y Japón se disputaban el control del Océano Pacífico.
En definitiva, la Conferencia de Londres terminó sin ningún acuerdo práctico, y la consecuencia, desde luego junto con otros muchos factores, fue bien claro: la Gran Depresión sólo se resolvería con la Segunda Guerra Mundial, que se inició el 1 de septiembre de 1939.
Tras la SGM hubo otras crisis. La primera que podría haberse traducido en un largo estancamiento por el desarme, se resolvió con el Plan Marshall, iniciado en 1948 (recuérdese lo visto en el capítulo 2). Para sucederse después una serie de situaciones de recalentamientos de la economía, alternando con enfriamientos, que se mitigaron con la llamada política económica del stop and go (con freno o stop al recalentarse la economía, y go para reimpulsarla tras algún excesivo enfriamiento). Las demás grandes crisis del resto del siglo XX y del comienzo del XXI se analizan seguidamente, por ser parte importante de la historia económica de nuestro tiempo.
Seguiremos la semana próxima, para terminar con una referencia a los choques petroleros de 1973 y 1979, que espectacularmente cambiaron el mundo, por la gran incidencia que la energía tiene en todo el desarrollo económico. Fue el comienzo, también, de una nueva interpretación económica, pasando del keynesianismo a visiones más propias de la Escuela de Chicago, con Milton Friedman a la cabeza. Esos serán los temas del jueves 3 de mayo.
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