[dropcap]H[/dropcap]oy, en la tercera y última entrega de la serie, nos referimos a los choques petroleros de 1973/83, y a su ulterior recuperación, en un proceso que mutación de la mentalidad económica, sobre la base de la economía neoliberal de la Escuela de Chicago.
Terminamos hoy, pues con los choques de los años 80 del siglo pasado, fluctuaciones económicas, que han sido muy importantes también. Las ulteriores están demasiado recientes, y en viva discusión como para tener una perspectiva cabal y en la línea de convergencia de ideas.
- LOS CHOQUES PETROLEROS 1973/1983
El verdadero preludio de lo que sería la crisis económica internacional iniciada en 1973 estuvo en el agravamiento de los problemas monetarios a nivel mundial. El sistema del Fondo Monetario Internacional (FMI) funcionó satisfactoriamente hasta 1960, pero desde ese mismo año ya se observó toda una serie de problemas. Las reservas de oro de EE.UU. empezaron a ser insuficientes para respaldar la convertibilidad oro de las existencias crecientes de dólares, y la situación se agravó con el paso de los años 60, a consecuencia del incremento de los gastos militares por la guerra del Vietnam, que crecieron de modo espectacular desde 1968.
El aumento de las actuaciones bélicas se simultaneó con el programa social que el presidente Johnson puso en marcha para crear la «Great Society». La coincidencia de ambas políticas —la social sin renunciar a la militar, y viceversa— se tradujo en un fuerte déficit fiscal. Ello, unido a la continuidad de las inversiones de las empresas multinacionales norteamericanas en Europa y en otras áreas, comportó un fortísimo déficit de balanza de pagos en los EE.UU. El resultado final fue un flujo de dólares en cantidades ingentes al resto del mundo, que se transformaron en los célebres eurodólares.
Génesis y desarrollo de la crisis
El alto grado de liquidez que se generó entre los años 1968 y 1973 tuvo, a su vez, como resultado un importante aumento en la actividad económica general de los países industriales, cada vez más interpenetrados y sincronizados en sus ciclos económicos. El efecto no fue otro que un gran «tirón» en la demanda de materias primas, cuyos precios aumentaron en más de un 100 por 100 en el curso de los años 1972 y 1973. También por entonces, y a través de los acuerdos de Trípoli, Teherán, etcétera, los países petroleros iniciaron sus primeras escaramuzas desde la OPEP (cada vez más hostil a los países occidentales, sobre todo por la influencia del Coronel Gadafi), para discutir a las grandes compañías y a los países consumidores de petróleo los precios de los crudos, que ciertamente se habían mantenido con una estabilidad asombrosa a lo largo de los años 60.
Así las cosas, y a la vista del recalentamiento de la economía mundial —por el auge cíclico sincronizado de los países industriales—, en la Asamblea del FMI en Nairobi (septiembre de 1973), la Comunidad Económica Europea, de una parte, EE.UU. de otra, y en general todos los países miembros de la OCDE, llegaron a la conclusión de que era necesario acordar una serie de medidas para desacelerar la economía y frenar la fase ascendente del ciclo, a fin de lograr una cierta estabilidad.
Sin embargo, la crisis energética desencadenada en octubre de 1973, pocas semanas después de la Asamblea del FMI, vino a romper los propósitos fijados en Nairobi. Se planteó una situación totalmente nueva –subir los precios del crudo de 3,5 dólares el barril a 14 dólares en enero de 1974—, en la que ya se vislumbró, por primera vez, la posibilidad de que las reservas internacionales de los países industriales pudieran resultar insuficientes para afrontar los desembolsos de divisas necesarias para pagar los nuevos precios del petróleo. En otras palabras, se adivinó el peligro de recesión y bancarrota de no pocos países industriales como consecuencia de la multiplicación casi por cuatro de los precios de los crudos. Por lo demás, en 1978/80, la situación se agravó por el segundo choque petrolero (la caída del Sha de Irán), con una subida del crudo de 14 a 34 dólares el barril).
La confluencia de los factores citados y otros generó una situación extremadamente difícil:
- Una caída importante de la actividad económica en 1974 y 1975, con una recuperación pasajera en 1976/77, para de nuevo entrar en declive en 1978.
- Un incremento notable del paro también en 1974 y 1975, con tendencia a crearse una situación de amplio ejército de reserva permanente.
- Una elevada tasa de inflación —célebre por sus «dos dígitos»— que casi vio duplicado su ritmo entre 1973 y 1974, y que sólo en 1976 entró en una desaceleración, para en 1979 «volver a las andadas». Fue la fase de estanflación, esto es, estancamiento con inflación.
- Una recuperación en verdad sólo con fuerza desde 1983.
Claro que para comprender la crisis hay que apreciar cabalmente sus tres diferentes fases: energética, industrial, financiera. Primero, los altos precios del crudo redujeron la demanda de todo lo demás productos, lo cual acarreó la crisis industrial: cierres de fábricas y despidos masivos. Y luego llegaron las consecuencias financieras de ese declive productivo: las empresas quebradas por la falta de demanda, dejaron de pagar a los bancos, y muchos de estos cerraron en todo el mundo. La crisis se hizo máximamente grave.
Recuperación e incertidumbre
La situación generada desde 1973 en la triple secuencia que hemos visto, comenzó a transformarse con los cambios introducidos en la política económica norteamericana a raíz de la elección presidencial de Ronald Reagan (noviembre de 1980), que asumió los poderes en enero de 1981. La Administración Reagan, con asesores como Volcker en la Reserva Federal, Stockman en el presupuesto y James Baker en la tesorería, se manifestó económicamente en tres direcciones:
- Economía del lado de la oferta. Más que en favor de una política keynesiana de impulsar la demanda agregada, se propiciaron los medios para hacer crecer la oferta; mediante la desregulación (supresión de intervencionismos públicos), la moderación salarial (congelación del salario mínimo y neutralización del poder sindical), y la reducción de la presión fiscal con el recorte de los impuestos directos.
- Aumento de los gastos de defensa. En contra de la política de distensión que ayudó a promover su predecesor Jimmy Carter, Reagan asumió desde un principio el compromiso de aumentar los gastos de defensa, pasando del 5 al 7 por 100 del PIB; con programas de impulso tecnológico de la envergadura de la iniciativa de defensa estratégica, más conocida como «guerra de las galaxias». Se forzó así la demanda global vía contratos federales para el rearme, con lo que se denominó «keynesianismo de derechas».
- Actitud de libertad comercial contra el proteccionismo. En una posición muy favorable para las grandes multinacionales con implantaciones en los NIC (nuevos países industriales de Asia, luego emergentes) y en los PMD, la Administración Reagan frenó las aspiraciones proteccionistas de la industria estadounidense, con el propósito de reducir las tasas de inflación a base de un mercado más competitivo. Sólo las importaciones japonesas —a través de los célebres acuerdos de autocontrol «voluntario» para los automóviles, la electrónica, etc.— y los textiles (vía Acuerdo Multifibras) se vieron con severas restricciones.
Durante 1983, 1984 y 1985 las pautas mencionadas se mantuvieron, beneficiadas, además, por el declinante precio de los crudos a partir de 1982. Empezó entonces a hablarse, por doquier, de recuperación económica. Ello propició, a su vez, un formidable interés por los mercados de valores, ante las excelentes perspectivas que abrían y al margen de cuál fuera la evolución —muy distinta— que mostraran los países del Tercer Mundo aquejados por su deuda externa.
Final
Saludos cordiales a todos, después del super-puente del Día del Trabajo y el de la Comunidad de Madrid. Y en medio de toda la vorágine de cuestiones del presupuesto, de las presiones el PNV, de los movimientos en pro de la igualdad en pro del respeto a la mujer, con las declaraciones del Ministro de Justicia sobre la causa de “La Manada”. Son temas del día a día que configuran, en el medio plazo, un indudable cambio de orientación política que un día tendremos que analizar aquí en su configuración.
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