[dropcap]U[/dropcap]n amigo me ha sugerido que escribiese algo sobre Ledesma, la antigua Bletisa romana.
Nada más fácil y entrañable para mí. En muchas ocasiones, cuando queríamos relajarnos, Pili y yo paseábamos por sus vetustas calles con casas blasonadas, sus plazas recoletas o por el maravilloso mirador sobre el río Tormes. ¡Cuántas veces sentíamos su paz, sentados allí, a la luz veraniega de la Luna!
Pero ¿qué puedo contar de Bletisa que no se haya escrito ya? No hay ningún problema para encontrar todo sobre sus tradiciones, su historia, su arquitectura, sus ferias, su gastronomía, sus carnavales, su Semana Santa, sus corridas y encierros…Con toda razón la acaban de proclamar como uno de los Pueblos Más Bonitos de España. Pero hay cosas menos conocidas…
Muchas tardes, cuando mis hijos eran pequeños, cogíamos el 2CV y nos marchábamos a aquellos campos de sus alrededores, todavía abiertos, a pasarlas a la sombra de las encinas, con bucólica tranquilidad. Un lugar que frecuentábamos bastante era la escondida fuente monumental del siglo XVIII llamada Caño El Cerezo, por estar en la finca de este nombre. ¡Agua limpia y pura, donde los niños botaban barquitos de papel!
Desde la fuente partía una senda que llevaba a lo alto de los escarpes sobre el Tormes, desde donde se disfrutaban magníficas vistas. ¿Cómo no querer recorrer y ver que había más allá? Y llegábamos, subiendo y bajando, atravesando regatos, hasta la desembocadura de la Rivera de La Valmuza, en el llamado Palacio de los Dieces. Un lugar paradisíaco, donde vi galápagos en muchas ocasiones y donde soltaba los que me entregaban.
También se podía ir aguas abajo del Tormes, por lo alto de los escarpes graníticos, o por la orilla, hasta cerca de Ledesma. En ocasiones se podía atravesar un arroyuelo con poca agua y llegar hasta un puentecillo, dicen que romano, aunque yo creo que es, como mucho, medieval. Al regato, que baja desde la villa hasta ese puentecillo, se le llama Merdero.
Pero todo eso -¡ay!- es cosa del pasado. Hoy ya no se pueden hacer esos bellos recorridos, insalvables por las cercas de alambre que han proliferado por todas aquellas fincas. Es lo mejor que se ha podido hacer para mantener la pureza, la virginidad, de esos queridos paisajes, manteniéndolos a salvo de las masivas excursiones que llenan todo de ruido y basura.
Otra cosa es lo que ocurre con un lugar emblemático de los alrededores de Ledesma: la Puente Mocha, una espectacular construcción romana, que conserva restos de la calzada de la que formaba parte. Hace años que no lo visito, pero las últimas veces, sobre todo si era sábado o domingo, me encontraba con grupos de excursionistas vocingleros y ensuciadores, que profanaban -nunca mejor dicho- este santuario de la naturaleza y de la historia.
Pero antes de ponerse de moda el turismo masivo, si disfruté de la Puente Mocha en muchas ocasiones. Siempre acompañado por Pili, recorríamos las riberas de la Rivera de Cañedo, bien hasta su desembocadura en el Tormes, o hasta la carretera que va a Sayago.
Dos cosas sobresalientes nos ocurrieron en aquellas andaduras. Una, maravillosa, fue tener el privilegió de contemplar, desde el mismo puente, una cigüeña negra, que andaba buscando qué comer en la orilla. Cigüeñas normales hay muchas y se dejan ver con facilidad, pero ¡una negra…! ¡Con lo esquivas que son!
La otra aventura que nos aconteció por allí fue yendo aguas arriba de la Rivera de Cañedo, por la orilla derecha. Habíamos andado una buena distancia desde el puente y saltado varias cercas de piedra. Marchábamos por media ladera entre encinas, cuando, de pronto, Pili se paró en seco. Había un toro bravo mirándonos desde arriba, a unos 30 metros. ¡Y no estaba solo! Había cuatro o cinco más, que nos rodeaban algo más alejados.
Le dije a Pili, en voz baja, que no hiciese movimientos bruscos, que no gritase y, andando despacito, despacito, sin perder de vista al toro de arriba, que no nos quitaba ojo, nos fuimos alejando hasta llegar a la valla. ¡En saltarla sí que nos dimos prisa!
¡Nunca admiré tanto la valentía de mi Pili!
2 comentarios en «Por Ledesma»
Te devuelvo la palabra amigo que, «se me figura», según el gran Joan Manuel Serrat, «es decir ternura». Tú, nos regalas un relato sobre Ledesma, la antigua Bletisa, la vieja dama altiva, solitaria y gris y yo vuelvo la mirada y me veo sentado sobre un saliente de piedra en el inicio de la pared del tajamar, cobijado a la sombra del primer arco del puente viejo, casi rozando el agua con los pies desnudos en una de aquellas, ya lejanas, lánguidas y calurosas tardes de estío; disfrutando del fresco transcurrir del viento entre el portalón del arco y el mínimo espacio que dejaban mis pies sobre la tenue corriente del Tormes. La rudimentaria caña apoyada sobre una mata de juncos, también a la sombra, Huckleberry Finn a mi lado y al frente, en la otra orilla, la línea del agua pespunteada de juncos y el secarral pardo de la ladera preñada de rocas. No hay nada mejor que recordar los momentos de quietud que nos regala la vida. ¡Muchas gracias!
Me he alegrado mucho, querido amigo José Antonio, por hacer que recuperes el recuerdo de aquel feliz momento de pescador del río, en la paz y la calma veraniega de hace tanto tiempo. Son momentos que mucha gente tiene en lo profundo de su alma, pero que no salen de ella. Conseguir que lo haga es para mí muy gratificante.
Un fuerte abrazo, querido compañero de fatigas. ¡Mucha fuerza en tu sagrado deber y tu ejemplar devoción!