[dropcap]T[/dropcap]odo empezó cuando el 3 de mayo de 1968, efectivos de la policía francesa desalojaron a 300 estudiantes que protestaban en la Universidad de Nanterre, cercana a París. Un suceso al que siguieron manifestaciones públicas, en toda Francia, llegando a haber movilizaciones de más de un millón de personas en un solo día. En un momento en que, poco tiempo antes, parecía discurrir en una fase ascendente del ciclo económico, con el más o menos “dulce encanto” del neocapitalismo en la Francia de De Gaulle.
Era la sociedad del consumo en todo el mundo occidental, en tanto que después de cuatro años de guerra en Vietnam, los estudiantes norteamericanos se agitaban en rebeldía, rompiendo en público sus “drafts” (llamamiento a filas), y quemando la bandera de EE.UU. En tanto que en la China Popular, Mao había puesto en marcha la revolución cultural, para desterrar cualquier residuo o emergencia de espíritu del capitalismo, tras la recuperación económica que se había producido después de la empobrecedora experiencia del Gran Salto Adelante (1958/1961).
Otro episodio importante de 1968 fue la conocida como “Primavera de Praga”, desde el 5 de enero al 20 de agosto de ese año. Terminando con la intervención soviética (con el apoyo de todo el Pacto de Varsovia): los tanques rusos en Praga pusieron fin al intento de democratización del país.
¿Están relacionados esos tres momentos con los sucesos de mayo en Francia? Indudablemente, pero más que nada influyó la existencia de un malestar universitario, por la pérdida de ideales políticos claros entre la juventud francesa, no obstante haber asegurado De Gaulle, con la V República, una cierta “grandeur” de nuevo salvador de la patria. Por segunda vez, en 1958, en plena Guerra de Argelia. Como ya había hecho antes en junio de 1940, cuando el General, con su idea de la “Francia Libre”, no aceptó la rendición de su país ante Alemania, ni tampoco el régimen de Petain.
Con la planificación indicativa instaurada por Jean Monnet, las pretensiones de Rueff de volver al patrón oro (con la consiguiente acumulación de metal amarillo en París, que máximamente irritó a Washington DC, y al FMI), todo parecía rodar perfectamente, hasta que llegaron los lemas de “la imaginación al poder” y “sed razonables, pedid lo imposible”.
El problema de la llamada revolución de mayo de 1968, está en que no llegó a ser una revolución. No había una doctrina común a todos, y no se formó un pacto político impulsor, con verdaderos líderes –a pesar de Cohn-Bendit, Glucksmann, Geismar, Krivine, etc.—, teniendo un objetivo para el país. Mientras los jóvenes de la universidad se creaban su propio mundo de fantasía efímero, todo el establecimiento social permanecía alerta para dar su salto haciendo respetar el orden preestablecido: por un lado, los comunistas franceses le hicieron la contra a los estudiantes, en medio de un ambiente ideológico entre marxistas y existencialistas (con Sartre y Simone de Beauvoir de predicadores).
Después de la devaluación de la peseta, en 1967, en España continuó el desarrollismo: entre 1971 y 1973, el PIB español –dentro de la segunda fase del franquismo— creció un 7,7 por 100 de media acumulativa anual, en términos reales. El economicismo –con no pocos episodios políticos de fondo no comparables a los franceses—, lo arrollaba todo.
Al final todo se “resolvió” con los buenos modos de Georges Pompidou, Primer Ministro de De Gaulle, quien negoció con los sindicalistas y la patronal, los que luego se registraron en la historia como Acuerdos de Grenelle. Con un aumento del SMIG del 35 por 100, y el 10 por 100 para los demás salarios. A lo que se unió el 30 de mayo, el retorno a París de De Gaulle, tras entrevistarse, en Baden Baden, con el General Massu, jefe de las fuerzas galas en Alemania, que le dio la garantía plena de que si la revolución tomaba un aire peligroso, habría una especie de contragolpe militar.
En ese nuevo clima, hubo una gran manifestación de todos los antirrevolucionarios en los Campos Elíseos, que culminó con la decisión del Presidente De Gaulle de disolver la Asamblea Nacional, convocando al tiempo elecciones generales. En las que el General obtuvo 293 de los 578 escaños, la mayoría absoluta. Así terminó la historia de mayo del 68: sociológicamente interesante, revulsiva de muchas cosas, y que hoy se evoca en sus 50 años.
¿Y en España, qué? Aparte de que el 2 de mayo de 1968 vino al mundo mi hijo Moncho Tamames Prieto-Castro, habría que hacer otro artículo. En el que por el momento no voy a entrar. Pero sí apuntaré que después de la devaluación de la peseta, en 1967, en España continuó el desarrollismo: entre 1971 y 1973, el PIB español –dentro de la segunda fase del franquismo— creció un 7,7 por 100 de media acumulativa anual, en términos reales. El economicismo –con no pocos episodios políticos de fondo no comparables a los franceses—, lo arrollaba todo.
Post Scriptum: Quiero recordar también que en 1968 hice oposiciones a Cátedras de Estructura Económica de Barcelona y Málaga, que fueron especialmente moviditas (como dijo el propio diario Ya el 24 de agosto de ese año), con asistencias, algunos días de más de 400 personas a las pruebas: increíble. Y con la vigilancia de los grises en la cola a la entrada, y la policía secreta en el propio salón de actos.
Se iniciaron los exámenes en mayo y terminaron en agosto, en pleno verano, porque se suspendieron en dos ocasiones, ya que el Presidente del Tribunal era una persona que todo el mundo tenía fichada como arreglador de cátedras a su antojo, en un momento en que yo era para el Régimen un agente subversivo; con avisos que tuvo el tal Presidente, me dijeron, de la Dirección General de Seguridad, para evitar que yo fuese Catedrático.
Pretendía el Presidente que su candidato personal, cuyo nombre no voy a mencionar tampoco, saliera a costa de todo. Lo cual se apreció en el hecho de que dos miembros del Tribunal se retiraron del mismo, y que las puntuaciones de los primeros ejercicios fueron muy favorables a mi adversario. Y al final quedé yo, muy a pesar del Presidente, como Catedrático de Málaga, con la titularidad de Barcelona adjudicada al otro innominado opositor.
Por eso me fui a Málaga, y el otro opositor a Barcelona, donde no pudo dar ni una sola clase: los alumnos se lo impidieron al grito de “¡La cátedra es de Tamames!”. Tuvo que renunciar al puesto, y su vida ulterior se convirtió en un tormento: él mismo se lo había buscado.
También en 1968, invitado por el Banco Interamericano de Desarrollo, y su Instituto de Integración Latinoamericana (INTAL), estuve, con tres meses de permiso sin sueldo de la Universidad de Málaga, trabajando en Brasil, preparando un informe sobre ese país en los proyectos de integración de las Américas. En realidad, el 1968, por razones distintas del caso de Francia, fue para mí un auténtico año revolucionario.
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