[dropcap]E[/dropcap]ntre 1961 y 1965 tuve una intensa actividad en el mundillo del rugby. En el 62 yo ocupaba el cargo de Secretario de la Federación Castellana, del Comité de Árbitros, de Entrenadores y otras muchas ocupaciones. En la sede de la Federación, sita en un modesto local de la madrileña calle de Arlabán, no había tarde en la que no hubiese un cálido ambiente de camaradería entre jugadores, árbitros y federativos de toda edad y creencia. ¡Sólo faltaba, aunque no hacía ninguna falta, una cafetera que nos acompañase!
Se hablaba de cualquier cosa, con discusiones amistosas, bromas y todo lo que hace grata una tertulia. Los martes, el presidente de la Federación, que por entonces era Salvador Ferradas, nos decía que empezásemos la Junta ordinaria semanal, nos sentábamos todos alrededor de una mesa y organizábamos lo que fuese. Siempre empezaba yo, leyendo el Acta anterior, con la palabra «Dicee…».
Después de las Juntas era frecuente que bajásemos a tomar algo en los bares de los alrededores. En una ocasión recuerdo que estábamos Tachunta, Cortázar, Margarito, Salvador Ferradas y yo. No sé cómo, la conversación derivó hacia Rusia, por un partido de fútbol que había habido o iba a haber… Entonces Salvador nos dijo que él había estado en la División Azul.
Fue Margarito el que, como bromeando, le saltó con «¿Ganarías la Cruz de Hierro? ¿No?»
«Pues sí. La tengo en casa«- contestó Salvador.
Ante la insistencia de todos, siguió diciendo: «Pues veréis. Fue como todos los días. Yo servía en una ametralladora y tenía ante mí una enorme muchedumbre de «ivanes» corriendo como borrachos hacia nuestra línea, gritando a todo pulmón sus pavorosos «hurra«. Yo disparaba sin cesar, mientras mi compañero «guripa» iba metiendo en el cargador la cinta con las balas. La máquina estaba al rojo, quemaba, pero seguíamos disparando, disparando… Yo estaba muerto de miedo, pensando que como se atascase la máquina o nos tirasen una bomba de mano acabarían con nosotros. Era como todos los días en aquella terrible Bolsa del Volchov, en la que tanta sangre española y rusa se derramó…
Era como todos los días… Pero en aquel, resulta que estaba detrás de nosotros un alto oficial alemán que quedó admirado al ver que no salíamos corriendo al ver aquellas inmensas masas de atacantes y aguantábamos en nuestro sitio, impertérritos, «a la española«, dispuestos a morir «clavados en el terreno«. ¡Como siempre! Y aquel día, por aquella casualidad, me concedieron la Cruz de Hierro de segunda clase. ¡Pero lo mismo se la podían haber dado a tantos valientes que estaban allí!
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Y esto que os he contado, ¿a cuento de qué viene? Me explicaré…
Durante treinta años he atendido a miles de niños que visitaban la Sala de las Tortugas, que estuvo durante trece en el Claustro de la Universidad de Salamanca y actualmente se encuentra en el sótano de la Facultad de Ciencias. He visto sus ojos abiertos de par en par al ver directamente los fósiles y escuchar mis explicaciones, que siempre me salían espontáneamente. Y he sido muy bien pagado con esas miradas de asombro. En cierta ocasión uno de mis oyentes, de unos ocho años, rebuscó en sus bolsillos, sacó dos cromos y me los dio, diciendo «¡Toma! ¡Te lo has ganado!». Los guardo como el gran tesoro que es.
Y así, año tras año. Pero el pasado 6 de febrero visitó la Sala de las Tortugas un grupo de 25 chavales del colegio Santa Catalina, de Salamanca. Como siempre, les atendí con todo mi cariño.
Era como todos los días…, pero en esta ocasión la profesora, Mariví Casado, grabó un vídeo y al cabo de un tiempo me lo regaló, ya montado. El detalle me ha parecido estupendo y quiero compartirlo con todos. Me ha recordado lo que me contó Salvador Ferradas hace 56 años: en esta ocasión Mariví Casado ha sido como aquel general alemán y el vídeo de la visita del colegio Santa Catalina, mi galardón, mi Cruz de Hierro con Hojas de Roble, Espadas y Diamantes. Así lo considero, como la máxima distinción que pueden haberme dado y como homenaje a la Sala de las Tortugas, en su XXX Aniversario, que se cumple este 31 de mayo.
He aquí mi galardón:
¡Gracias, muchas gracias, queridos niños!
6 comentarios en «Mi galardón»
Felicidades, Emiliano, por estos treinta años. Muchos somos los que hemos pasado muy buenos ratos en la Sala de las Tortugas. A ver si conseguis que tenga la visibilidad y la continuidad que se merece.
Un abrazo,
Emilio
Muchas gracias, Emilio. ¡DIOS TE OIGA!
Un abrazo
Feliz aniversario Emiliano. Me parece maravillosa la capacidad que tienes de valorar cada detalle. Muchas gracias por seguir transmitiendo tu sabiduría y tu experiencia con tanta pasión. Eres realmente admirable.
Un fuerte abrazo
Belén
Muchas gracias, Belén. ¡España y yo somos así, Señora!
Me alegra mucho que te haya gustado.
Un abrazo muy fuerte
Emiliano
Precioso y emotivo vídeo, en correspondencia con el calor, la delicadeza y la empatía con que el magnífico educador, Emiliano, se dedica a los niños. Suerte a la Sala, la merece.
Muchas gracias, amigo anónimo. ¡Qué la suerte la acompañe, que de verdad se la merece!