[dropcap]E[/dropcap]n la UIMP, en el encuentro que voy a dirigir del 21 al 23 de julio, en Santander, abriré las sesiones de trabajo con la referencia a un libro que estoy escribiendo desde hace seis años. Y que lleva por título De dónde venimos, qué somos y adónde vamos.
Ese trabajo es el resultado de una larga elaboración que fue nutriéndose de ideas concebidas tiempo atrás; junto a otras más recientes que me permitieron adentrarme en nuevas pistas muy promisorias. Las ideas pretéritas se remontan a una primera juventud ya lejana, en tanto que las ulteriores son fruto de meditaciones de la edad madura, y en parte nacidas a lo largo de la propia elaboración de estas páginas.
¿Y por qué un libro como éste, al margen de casi todas las más o menos notorias vocaciones del autor, y más distantes de sus actividades cotidianas? Muy sencillo: porque a medida que avanzamos en edad, algunos tenemos la fortuna de mantener vivo el deseo de conocer más y más sobre lo que nos rodea; en el afán de responder a inquietudes largamente sentidas; que nos llevan a franquear los límites de nuestras actividades convencionales.
“Pues no está mal -podría decir el escéptico de turno-: ¡Don Ramón dejando a un lado su oficio de economista, se nos mete en camisas de once varas, buscando el más acá, el más allá y no se sabe qué más!”. Crítica inevitable, y que no voy a discutir aquí si es legítima o no. Pero que en cualquier caso recuerda la vieja y zafia sentencia, que no aforismo, de “zapatero, a tus zapatos”.
Por eso, conviene evocar los buenos tiempos en que se indagaban explicaciones y razones últimas, sin someterse a ninguna clase de rígidas disciplinas autoritarias ni de permisos más o menos paternales.
Así sucedió en la Grecia del siglo de Pericles, cuando formidables filósofos, astrónomos, matemáticos, geómetras, rapsodas, y otros artistas de los más diversos géneros, se preguntaban sobre cuestiones del más alto interés que todavía hoy siguen vigentes en el ágora de la discusión.
Algo que también sucedió en el Renacimiento, al abandonarse las prédicas limitativas y compartimentadoras del Medievo, abriendo paso al libre pensamiento; para iluminar ignorancias que habrían perdurado y también a fin de intentar la superación de incertidumbres por tanto tiempo veladas o soterradas; muchas veces por la fe y las buenas costumbres impuestas por jerarquías y autocracias.
[pull_quote_right]Los avances de la ciencia están creando una situación similar a la que vivieron los aludidos grandes maestros de la Hélade clásica, de los sueños renacentistas, y de las búsquedas filosóficas y políticas del Siglo de las Luces. Y de ese país imaginario intelectual, de la ciencia y la filosofía libres, es del que nos sentimos ciudadanos quienes, de una u otra forma, buscamos, por aquí y por allá, las últimas verdades.[/pull_quote_right]A lo anterior, debe agregarse el recuerdo de los tiempos de la Ilustración, que dio vida a los primeros planteamientos ya claramente holísticos, con sistemas coherentes de ciencia, filosofía y política, que conducirían a procesos políticos revolucionarios. Como los acaecidos en el tránsito de las Trece Colonias a los Estados Unidos de América, o con la Convención francesa. De tal modo que en menos de veinte años (1776-96), a ambos lados del Océano, se destapó la caja de los truenos dialécticos, para definitivamente acabar con la sociedad estamental y dar nacimiento a las libertades públicas y a la democracia. Por las que, ciertamente, aún habría de lucharse durante muchos años para conseguirlas de verdad.
En todo caso, y aunque a veces no lo percibamos, los avances de la ciencia están creando una situación similar a la que vivieron los aludidos grandes maestros de la Hélade clásica, de los sueños renacentistas, y de las búsquedas filosóficas y políticas del Siglo de las Luces. Y de ese país imaginario intelectual, de la ciencia y la filosofía libres, es del que nos sentimos ciudadanos quienes, de una u otra forma, buscamos, por aquí y por allá, las últimas verdades.
Eso es, en definitiva, lo que ha impulsado la materialización de mi libro De dónde venimos, qué somos, adónde vamos; que seguramente muestra ostensiblemente el atrevimiento del autor. Que algunos considerarán, tal vez, como excesivo y hasta insano… Pero así son las cosas de la vida, querido lector. Incluso cuando ya se está en la edad octogenaria, se hace necesario adentrarse en las aguas procelosas del debate para si al final queremos arribar al buen puerto del entendimiento.
Nuestro recorrido para dar contestación a las preguntas que nos formulamos en el título del libro, lo realizamos siguiendo un íter que transcurre por nueve capítulos.
Y empezando por el primero, que reza de lo más altisonante: Universo, materia y energía, presentamos globalmente el gran escenario, que precisamente nos hace preguntarnos de dónde venimos: el universo, cuya grandeza empezó a intuirse por Copérnico y Galileo, y que hoy es objeto de análisis, en sus dimensiones micro, en los aceleradores de partículas subatómicas del Fermilab y del CERN.
[pull_quote_left]Podemos discernir, por falta de pruebas, al menos por el momento, los alienígenas ni están ni se les espera. Todo ello, para posiblemente asumir que el universo, y dentro de él la propia Tierra -donde nos hemos desenvuelto desde el Australopithecus al Homo sapiens-, tiene características claramente antrópicas.[/pull_quote_left]El capítulo 2 lleva por título Del big bang… ¿al big crunch?, y a lo largo del mismo se examinan las ideas del cosmos en expansión, desde el big bang; con la incertidumbre de si será indefinida, o habrá un big crunch, todo ello, insertado en una exploración, inevitablemente limitada, del universo en sus distintos aspectos: nebulosas, galaxias, estrellas, planetas, etc. Con una referencia a nuestra ubicación en una zona de bajas turbulencias de la Vía Láctea.
En el capítulo 3, entramos en un tema de inmediata inquietud: ¿Estamos solos en el cosmos?, para lo cual recurrimos a una serie de investigaciones realizadas para detectar las posibles formas de vida extraterrestre. Pudiendo discernir, a la postre, que por falta de pruebas, al menos por el momento, los alienígenas ni están ni se les espera. Todo ello, para posiblemente asumir que el universo, y dentro de él la propia Tierra -donde nos hemos desenvuelto desde el Australopithecus al Homo sapiens-, tiene características claramente antrópicas.
En el capítulo 4, una vez demarcado el escenario cósmico y lo principal de la pregunta de “de dónde venimos”, nos ocupamos del origen y la permanencia de la vida, para examinar los diversos intentos de explicación de la misma; ya naciera en la Tierra por fenómenos fisioquímicos, o llegara del espacio exterior; en virtud de una panspermia que ha sido evocada por tantos visionarios y científicos y desde tanto tiempo atrás. Pero en cualquier caso, lo importante es que esa vida evolucionó en nuestro planeta hasta el Homo sapiens; como también fue cambiando hacia el conocimiento del mundo en que vivimos, llegando a disponer hoy de los medios más potentes en términos de ecología, biología, y otros acervos científicos.
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