Opinión

Macron, el pedagogo

Pedro Sánchez y Macron.

[dropcap]E[/dropcap]stos principios y valores son hoy más necesarios que nunca. Todos juntos debemos velar para que nuestra sociedad sea una sociedad de la que podamos estar orgullosos: no esa sociedad de sin papeles, de expulsiones, de recelo hacia los inmigrantes; no esa sociedad que pone en duda la jubilación, el derecho a la Seguridad Social; no esa sociedad donde los medios de comunicación están en manos de la gente pudiente: todo ello, cosas a las que no habríamos dado ningún crédito de haber sido los verdaderos herederos del Consejo Nacional de la Resistencia»
(STEPHANE HESSEL / «Indignaos”)

En estos tiempos mediáticos donde proliferan los políticos estrella y de relumbrón, resulta coherente que uno de ellos, incapaz como todos los demás de levantar la voz a los mercados o de toser a los pollos de los paraísos fiscales, se desfogue y se encare, casi feroz, a un ciudadano adolescente que le llamó «Manu» al pasar mientras estrechaba la mano del pueblo. Hablo del famoso Macron.

Tan famoso y aclamado que hasta el PP quiere parecerse a el. Es decir, algo así como la mascara universal de la política única. Más de lo mismo.
Conviene no olvidar que esta “política única” (neoliberal) era vista en nuestro continente hasta hace bien poco como una cosa rara y desapacible, casi como una política monstruosa y tóxica.

Y el ciudadano adolescente le llamó así, «Manu», entiendo yo, utilizando el diminutivo afectuoso de Emmanuel en vez de «señor presidente», como exige el protocolo y reclamaba -muy dolido e «indignado»- el titular de la plaza.
Puede que, según dicen, el adolescente entonara antes algunas notas de «La Internacional» como lo harían en su día algunos de los republicanos españoles que liberaron París.
El caso es que los que alaban y defienden el protocolo con rigor prusiano, lo tienen claro: el protocolo es el protocolo y su jerarquía no admite deslices ni confianzas excesivas.

El momento debió ser de serio peligro para el «señor presidente» porque en un momento del sermón presidencial se ve a un fiero y fornido guardaespaldas situarse a la derecha de Manu y dirigir una mirada de pocos amigos al adolescente.

Otrosí, si alguien puede indignarse en estos tiempos tan peculiares (posmodernos, ya digo) es el poder, pero nunca nunca los ciudadanos responsables y obedientes. No está bien visto.
Y no está bien visto porque para indignarse hay que tener algo de dignidad -esto es de cajón-, y al día de hoy el cambalache del poder con el dinero está dejando huérfanos de tal cosa a los ciudadanos de medio mundo. O eso creen ellos.
Depositado el voto enseguida se olvida y quién se llamaba Felipe pasa a llamarse González, y quién se llamaba Emmanuel pasa a llamarse «señor» o «señor presidente». Y ni se admiten disidencias ni se toleran resistencias.

Precisamente la resistencia contra la opresión era lo que se conmemoraba en el acto oficial de marras, en el que un adolescente osó llamar «Manu» a todo un presidente francés de la republica…si, pero de la republica del dinero, es decir, de la plutocracia. El «presidente de los ricos», según ya es conocido Manu.

Ahora bien, aunque coherente resulta un poco chocante ver a un tipo bregado en mil batallas civiles (se supone), un triunfador como suele decirse y él se confiesa, cogerse un rebote de esa entidad por un hecho nimio, cual es la excesiva confianza en el trato de un imberbe ciudadano, que está aún asimilando el imaginario colectivo y su lugar en el mundo, y que para mí que lo hizo sin mala intención, y si lo hizo con ánimo rebelde -natural en toda adolescencia que se precie- pues es sano.

Con su manifiesto Stéphane Hessel llamaba a los más jóvenes a liderar una nueva resistencia contra una nueva opresión. Llamamiento que también consideraron urgente y necesario realizar otros grandes hombres como José Luis Sampedro o José Saramago.

Algo falla aquí, y no es el imberbe en su rebeldía o excesiva confianza.
O el rebote del señor presidente obedece a un mecanismo de compensación psicológica al saberse dócil y sumiso operario a las órdenes de don mercado (poderoso caballero), y por ello mismo presidente de opereta, o ciertamente las alturas del poder enturbian no solo la inteligencia emocional sino una mínima comprensión del prójimo de a pie en su fase adolescente.

En sintonía con su indignación, el «señor presidente» ha iniciado recientemente una ola de privatizaciones muy del gusto del «señor mercado», pero muy a traspié del espíritu de la nación francesa, donde lo «público» es casi consustancial a la República (res pública) y se defiende con fuerza y convicción ilustrada.

Así que de momento, el mercado está contento con «Manu» (seguro que el mercado no le llama «señor presidente»), pero muchos ciudadanos franceses me temo que no.

Y ya que hablamos del señor «mercado», conviene decir que esta identificación machacona del «mercado» (desregulado) y sus vicios con la señora libertad, casi como sinónimos, está incurriendo en soberbias y llamativas contradicciones no se si decir cómicas o trágicas, o en resumen tragicómicas. En cualquier caso perniciosas y poco saludables para la democracia y para la mayoría de los mortales, que aspiran a ser libres.

Lo de indignarse como Dios manda y el derecho recomienda está poniéndose tan difícil y prohibitivo que debe promoverse el chiste como evolución lógica y aún permitida del enfado, sacando de nuestra dignidad maltrecha un resto de energía para reírnos a gusto.

Y es que indignarse por determinados hechos indignos (cosa que se ha hecho toda la vida para progresar) empieza a estar tan mal visto por el libre mercado y sus guardianes (de ahí la ley mordaza) que no nos dejan otro recurso que reírnos a mandíbula batiente -sibaritas pobres- de nuestra inefable tragedia.

Ahora bien (y vuelvo al tema), confundir al señor mercado (desregulado) con la libertad es como confundir el alocado juego de los trading financieros y sus burbujeantes pelotazos con los derechos civiles conseguidos con sostenido y lento esfuerzo. Nada que ver.
Esta libertad gaseosa que nos quieren vender (la “libertad del zorro en el gallinero”) tiene más de río revuelto para ganancia de golfos que de libre albedrío guiado por el esfuerzo de la voluntad y la luz de la razón. Más de casino de tahúres al albur del caos que de proyecto colectivo y humano dirigido al bien general.

Parece ser que Macron quiso corregir a toda prisa el mal efecto que en el votante podía causar su enfado desmedido. Adornó para ello su bronca al adolescente con el ropaje de la intención pedagógica, pues calificarlo de sermón no hubiera estado bien en un acto de celebración laica (se celebraba la resistencia contra los nazis).
Fuera o no fuera pedagógica la bronca, lo cierto es que se necesita mucha pedagogía para convencer a jóvenes y adultos de que el interés del dinero (de los dueños del dinero) debe estar -en una república liberada- por encima del interés general de todos, y de que el poder de la democracia debe ceder ante la inevitable plutocracia.

Y esto nos recuerda lo que dice José Luis Sampedro en el prólogo del libro de Stéphane Hessel «Indignaos»:

«… el dinero y sus dueños tienen más poder que los gobiernos».

En 2011, con su pequeño manifiesto y a sus 93 años, Stéphane Hessel nos recomendó lo que hoy muchos gobiernos y sus académicos intentan prohibirnos: la indignación. La indignación ante la indignidad. La indignación ante la involución en marcha.

Hessel, judío, miembro de la resistencia francesa contra los nazis, redactor de la Declaración universal de los derechos del hombre de 1948, que defendió con valor los derechos de los palestinos oprimidos, nos llamó a una nueva resistencia en un breve manifiesto de título «Indignaos», que algunos dirán panfleto por su brevedad y falta de aparato académico, pero que se sostiene en la realidad contrastada de los hechos denunciados (hoy comprobados), en su propia experiencia de vida -no siempre fácil- y en la lucidez que aportan los años.

Que un hombre con su biografía, en la última etapa de su vida, sin nada que ganar y ya muy lejos de la rebelde juventud, crea urgente lanzar la voz de alarma pensando solo en el futuro de los demás, debería hacernos meditar.
Con su manifiesto Stéphane Hessel llamaba a los más jóvenes a liderar una nueva resistencia contra una nueva opresión.
Llamamiento que también consideraron urgente y necesario realizar otros grandes hombres como José Luis Sampedro o José Saramago.

Denuncia que esperemos no caiga en el vacío, silenciada por el ubicuo, omnipresente, y bien financiado catecismo oficial.

POSDATA: “La indignación debe ir seguida de compromiso” (Entrevista a Stéphane Hessel)

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