[dropcap]E[/dropcap]n cierta ocasión acompañé a Luis Benito del Rey, arqueólogo de la Universidad de Salamanca, a Miranda do Douro, donde recogimos a su colega portugués Herminio Augusto Bernardo. El motivo de aquella reunión tripartita era cotejar por mi parte, como geólogo, si en un altar prehistórico del Santuario rupestre de «Penha das Casicas», en Vila Cha de Braciosa, había indicios de fuego ritual que lo hubiese alterado mineralógicamente.
Consiste este Santuario, muy oculto por el carrascal, en unos bloques graníticos con evidentes huellas de manipulación prehistórica, donde se efectuarían ceremonias sangrientas de ofrecimiento a la divinidad local. No aprecié ninguna alteración mineral en la roca, pero tampoco se podía descartar el uso del fuego.
Visto lo cual, aprovechamos para buscar otros indicios arqueológicos por la zona, con algunos resultados prometedores basados en mis conocimientos geomorfológicos. Fue así como nos acercamos al borde del profundo arañazo que el río Duero, o Douro, como lo llaman en Portugal, excava en esta región, a la que se le ha dado el justo nombre de «Las Arribes».
Allí, Herminio Augusto nos comentó que desde aquel lugar se podían ver los «Viriatos» en la parte española. Ante mi pregunta nos aclaró que llaman así a unos gigantescos lienzos blancos, de unos diez o doce metros de altura, portados en grandes mástiles, que acompañan a la romería que desde Fariza llega a la Ermita del Castillo.
-«Eso tengo que verlo«- pensé de inmediato. Y así, una tarde de junio fui con Pili a Fariza, donde nos dijeron que la romería se había celebrado el domingo anterior. Al menos disfrutamos del imponente paisaje que se aprecia desde la ermita, llamada así porque allí hubo, hace siglos, un castillo fronterizo.
Pasó el tiempo y un día propuse a mis Amigos del Camino de Santiago, de Zamora, participar todos en esta romería. La idea fue acogida con entusiasmo y allá fuimos. Como se celebraba por la tarde, aquel primer domingo de junio aprovechamos para visitar Miranda de Douro, en la alegre camaradería que nos caracterizaba. Alfonso Ramos de Castro, presidente de la Asociación, conocía a alguien –no recuerdo su nombre– que nos enseñó la Catedral y nos contó algunos detalles de su historia. Me llamó mucho la atención lo que pasó en… ¡Pero, que estoy diciendo! ¡Eso lo contaré otro día!
El caso es que pasamos una mañana dominical muy agradable en la preciosa villa portuguesa y por la tarde, nada más comer, nos fuimos a Fariza.
Una multitud llenaba todo. No sé si os he dicho alguna vez que las romerías zamoranas se caracterizan por su jovialidad y acogimiento de los romeros. ¡Parece como si nos conociésemos de toda la vida!
Entre toques de campana la Virgen del Castillo sale de la iglesia y se forma la procesión, precedida por el Pendón de Fariza y escoltada por los de los siete pueblos que forman la comarca, acompañados por Pendonetas, Cruces Parroquiales y Cristos Procesionales. Parece que forman, entre la multitud, todo un bosque de enseñas. Y además están los Viriatos, blancos, enormes, altísimos; tanto que cada uno, además de ser sostenido por una persona, tiene que ser apoyado por tres o cuatro ayudantes con vientos que controlen su verticalidad. El portador, hombre fornido, lo lleva en un bolsillo del grueso cinturón, pero cuando sale la Virgen de la iglesia, lo levanta y lo baila en su honor, proeza que no puede hacer cualquiera. Respecto a los Pendones, después he sabido que son antiquísimos, medievales, y que presidían las huestes concejiles en sus luchas contra la morisma. Si no estuvieron en Las Navas, posiblemente participarían en las tomas de Córdoba y Sevilla… Desde que los vi en esta romería miré con mucho respeto y emoción estos símbolos polvorientos que se guardan, casi olvidados, en la pared de tantas iglesias rústicas de Zamora, León, Burgos y Palencia. ¡Son los testimonios mudos de nuestra gloriosa historia!
Una peculiaridad de la romería de los Viriatos es que las andas de la Virgen la suelen llevar mujeres; todas quieren participar y lo hacen con orgullo. Las de nuestro grupo jacobeo, con Pili entre ellas, también tuvieron ese honor.
Tras una calurosa y multitudinaria marcha llegamos a la ermita donde la Virgen descansó, los romeros nos refrescamos la garganta y tuvimos un tiempo para merendar y disfrutar del abrupto paisaje, regresando después a Fariza y, luego, cada mochuelo a su olivo.
Recomiendo, desde estas líneas, que no os perdáis esta entrañable romería, donde nadie es extraño. Desde este año se celebra no el domingo, sino el primer sábado de junio. ¡Eso sí, no os olvidéis de llevar un sombrero o sombrilla, porque el calor aprieta lo suyo!