Opinión

La anomalía como quiste

La sede del CNI.

[dropcap]C[/dropcap]uando un mal se hace fuerte tras su cápsula fibrosa podemos hablar con toda propiedad de quiste. Y cuando un mal se enquista… mal asunto.

Lo dicho: no llegamos. Nuestra eterna aspiración a abandonar el ámbito de la anomalía se resolverá en frustración una vez más. Seguiremos siendo una democracia teórica que en la práctica no lo es, y así como somos normales, incluso demasiado, en la aplicación obediente del catecismo neoliberal que nos imponen los padrinos de la estafa (explosión posmoderna de fanatismo ideológico al que no le vendría mal un Voltaire con martillo para derribar los novísimos muros), en lo que tiene que ver con la democracia social y de derecho, no llegamos ni a este paso llegaremos nunca.

Y es que la anomalía a fuerza de repetirse se convierte en normalidad impostada, que tal cosa es un quiste. Un estado larvario de anormalidad profunda disfrazada de normalidad institucional, hasta que revienta.

Ni democracia social, merced al catecismo dogmático ya dicho, ni democracia de derecho, ya que no todos somos iguales ante la ley. Ni igual de eméritos ni igual de impunes.

Y es que el dogma tiene poco que ver con la libertad, como no sea con la libertad de tomarse ciertas libertades y mantenerse en el anonimato del delito. Dicho directamente y sin más circunloquios, no vivimos en una democracia sino en una trama gansteril, y como es propio de estos ecosistemas viciados, de vez en cuando el veneno se acumula y revienta. Veremos entonces a los capos mafiosos que otrora colaboraron como fieles camaradas en el delito, tirarse los trastos y regalarse con ráfagas de metralleta.

Que un delincuente, según se presupone del ex comisario de las cloacas, hasta ahora bien avenido con el ministro del ramo (Ministerio de las cloacas), pueda chantajear a un rey emérito de la España profunda, debe obedecer a una lógica accesible y que no precisa de mayores dotes de elaboración.

Que el CNI, comandado por todo un general vestido de civil, afirme que no es de su incumbencia enterarse de lo que hizo en su día (siendo rey) o hace ahora (siendo emérito) el anterior jefe del Estado, que tanto antes como ahora cobra de nuestros impuestos (para esto sí hay dinero público), puede inducirnos a la incredulidad y la risa.

Que el CNI, comandado por todo un general vestido de civil, afirme que no es de su incumbencia enterarse de lo que hizo en su día (siendo rey) o hace ahora (siendo emérito) el anterior jefe del Estado, que tanto antes como ahora cobra de nuestros impuestos (para esto sí hay dinero público), puede inducirnos a la incredulidad y la risa. Que sin embargo reconozca que se entrevistó con la amiga íntima del ex rey para advertirle, con o sin amenazas, que «sobre sus hombros recaía la responsabilidad de 45 millones de españoles» aconsejándole discreción y omertá, puede hacer que se nos salten las lágrimas, porque no esperábamos menos.
Y que conste que no hablamos -por supuesto- de relaciones personales o afectivas (allá cada cual) sino de posibles delitos económicos contra el patrimonio de todos, que tan escaso y recortado está, protagonizados por el principal y más alto representante del Estado. Investíguese y se sabrá con mayor certeza. La inopia en cuanto a los asuntos públicos no es un estado aconsejable para un Estado saludable o que aspira a serlo.

Y nosotros sin saber que nuestro ser nacional pendía no de un conflicto de fronteras sino de los hombros de esta mujer cosmopolita amiga del emérito, a la que todo un servicio de inteligencia tiene que mendigar (o amenazar) silencio. Triste condición esta en la que el futuro y la estabilidad de una nación depende de la discreta ocultación de la verdad.
¿Será el nuestro un régimen infantil para enanos mentales? ¿La consumación del cuento y la farsa? ¿La adivinable síntesis del matriarcado con el patriarcado en un paraíso fiscal? ¿El triste sino de la posmodernidad que nunca fue moderna?

El caso es que lo que por estos lares llaman «socialistas» (cualquier cosa) tampoco quieren que la verdad se sepa. Acabemos. Del racionalismo y el republicanismo de antaño han pasado a encerrarse en el frasco de las esencias más rancias con sus compadres de establishment, alérgicos a la luz.

Entre las cloacas del Estado y la cúspide del Estado hay tan poca distancia como entre el poder económico y la trama gansteril que nos explota y estafa (algunos sindicatos y algunos  «socialistas» no son impedimento).
No debe extrañarnos que como intermediario en los tejemanejes del ex comisario de las cloacas aparezca un ex presidente de Telefónica que pasaba por allí. Todo un símbolo. Da para una película de los hermanos Cohen.

Y es que a las «Américas profundas» de la era Trump (era oligofrénica dónde las haya) puede llegarse por evolución involutiva y lógica del modelo oficial, o pasando de la infancia premoderna a la decrepitud posmoderna saltándose la juventud gozosa, como es nuestro caso.

En resumen, nuestra cúspide es tan profunda como nuestra crisis, y se revela -a poco que se escarbe- a nivel de la ciénaga.
Y en una ciénaga autocomplaciente el lodo adquiere carácter tan espeso que el orden y la inmovilidad son los valores que más se cotizan, además del silencio.
Curioso es que al esclarecimiento de estos enigmas de la corrupción que todo ciudadano responsable debería exigir, algunos lo llamen la quiebra del Estado. No, lo que es la quiebra del Estado es la corrupción y su ocultación. Y si a esta ocultación colaboran los servicios de inteligencia y otros órganos principales del Estado, ya estamos en el ámbito de la tiranía.

Lástima pero está comprobado que sin aire la esperanza se asfixia y el futuro se frustra.

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