Opinión

Orbitolinas

Santiago Matamoros en "La batalla de Clavijo", por José María Casado del Alisal (1885, Iglesia de San Francisco el Grande, Madrid).

 

– ¡Qué! ¿Dónde estuvo este fin de semana?

– Pues fui a la boda de un sobrino, en San Vicente de la Barquera.

– ¡Hombre! Ese puerto me trae muchos recuerdos…

– ¿Lo conoce?

– Pues sí. He estado varias veces allí. La primera fue en 1963. Estaba en un albergue del S.E.U. en Santillana del Mar, para alumnos de Geología, y se aprovechó una mañana para ir a ver unas calizas con orbitolinas que había en la costa, en el mismo puerto…

– ¿Y que son las arbitrolinas?

Muestra de orbitolinas, separadas de su matriz.

– ¡Orbitolinas! Pues fueron protozoos, organismos unicelulares que vivían en los fondos marinos. Tenían una cubierta carbonatada y al morir formaba, con el barro y el tiempo, una caliza con los restos fosilizados. Fueron muy abundantes en el Cretácico, pero también se conocen en otras épocas.

«Dos años después le enseñé el afloramiento a mi compañero de clase Ramón Bonache, que quería unas muestras para sus colecciones. Cogimos algunos cantos rodados que, al cortarlos, pulirlos y darles una ligera capa de barniz, resultaban unos preciosos pisapapeles. Y en octubre del 73 volví con Pili, y me ocurrió algo muy gracioso…

-¡Ah, síi! ¿Y qué fue?

– Pues verá. Cuando estuve allí con mis compañeros en el 63, algunos aprovecharon para visitar los bares o tabernas del puerto y nos hablaron de lo ricas que estaban las famosas sardinas del Cantábrico. Parece ser que San Vicente es uno de los sitios donde se dan las mejores. El caso es que yo no las había probado y aprovechando nuestro paso por allá, propuse parar y comernos unas cuantas.

«Así lo hicimos. Le preguntamos a la mujer que nos atendió si nos las podía preparar. -«¿Cuántas?- nos preguntó. -«Pues. No sé… Una docena…»-contesté.

«¿¿¿UNA DOCENAAA???-nos dijo, abriendo los ojos como platos. Me extraño la cara que puso, pero le confirmé lo dicho, creyendo que las sardinas en cuestión eran del tamaño de las que se ven en las latas de conserva.

«Al cabo, nos trajo una fuente con nada más que media docena de sardinas, cada una de las cuales mediría unos quince o veinte cm. Aquella buena mujer comprendió que no teníamos ni idea del volumen de nuestro pedido. ¡Y aún era demasiado con media docena! A Pili le costó terminar la segunda.

– ¡Quedarían hartos de sardinas para toda la vida!

– ¡Qué va! Volvimos muchos años después. Todo había cambiado en San Vicente, pero las sardinas seguían tan ricas como siempre.

«Por cierto, le voy a comentar una anécdota en relación con las orbitolinas. Cerca de las Pirámides -sí, las de Egipto- hay un lugar donde abundan las calizas con nummulites, algo parecido a lo que le estoy comentando, pero en este caso del Eoceno. Ya sabe usted que las Pirámides se construyeron en el Imperio Antiguo. Pues bien, en la época ptolemaica pensaban que aquellos nummulites eran los restos consolidados de las lentejas que comían los obreros. Esto le dijeron a Estrabon durante su visita, a lo que él repuso que no, que en Grecia conocía montañas con calizas similares y que allí no se habían construido monumentos tan enormes ni habían tenido que alimentar a esas ingentes masas de obreros.

– Dirían aquello porque las lentejas eran un alimento muy habitual en la antigüedad. ¿Noo?

-¡Efectivamente! Eran muy apreciadas. Recuerde que el bíblico Esaú le cambió a Jacob su primogenitura por un plato de lentejas…

– ¡Es verdad! Aunque yo siempre he pensado que era un modo de decir que hubo un cambio en la vida de los hombres primitivos, que cambiaron su vivir fundamentalmente cinegético por unos hábitos sedentarios, agrícolas… La pugna entre dos mentalidades diferentes…

– Sí… Claro… Pero no deja de ser significativo que hablase de las lentejas y no de garbanzos o alubias…

– Me estoy acordando, de algo que me contó un buen amigo, Santiago Jiménez… ¿Le conoce?

– ¡Ya lo creo! Es un gran investigador y protector de las icnitas de dinosaurios de La Rioja. ¿Y qué le dijo?

– Pues… andaba buscando unas de aquellas pistas en un bosque y se encontró a un guarda forestal, al que preguntó si sabía dónde estaban aquellas «huellas del caballo de Santiago Matamoros«, que es como las llaman las gentes de por allá. Aquel hombre le llevó hasta el sitio y le comentó que, desde luego, no eran de caballo, preguntando a Santiago si sabía que animales las habían hecho.

«Él llevaba en la mochila un librito con dibujos y le mostró algunos con imágenes de dinosaurios. El guarda dijo entonces:

«¡Pues no! ¡Estos animales hace tiempo que no los veo por aquí!»

– ¡Muy bueno! Yo también sé anécdotas de este tipo.

– Pues ya me las contará mañana, que hoy se nos está haciendo tarde…

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