[dropcap]V[/dropcap]olviendo a hurgar en el baúl de los recuerdos he encontrado una vieja carpeta en la que estaba mi «Manual del Acampado» que tengo desde 1956.
En aquel curso 1955-56 estudiaba 3º de Bachillerato en el Instituto Cervantes, de Madrid, sito por entonces en la calle Fortuni. Este Centro de Enseñanza Media estuvo antes en la calle Prim, enfrente del Ministerio de la Guerra y posteriormente en la Glorieta de Embajadores.
El viejo caserón de la calle Prim fue derribado para instalar allí la Delegación Nacional de la O.N.C.E. y el Instituto Cervantes se trasladó al edificio desocupado del Instituto Alemán. Sus anteriores ocupantes dejaron muchas cosas. Entre ellas recuerdo vivamente una enorme maqueta del acorazado Bismark, que medía entre 1 y 1,5 m de largo (quizás debería decir «de eslora»). Muchos años después tuve ocasión de reproducir esa maqueta, que todavía poseo, de 25 cm. Mis recuerdos de aquellos siete años en el Instituto son muy entrañables. Allí adquirí mi vocación por el estudio y pasé de la infancia a la adolescencia. El plantel de profesores era extraordinario y guardo su memoria con todo cariño. Los libros de texto, entonces, no cambiaban cada año. Yo pude usar alguno de los de mi hermano, diez años mayor que yo. Pero la mayoría podían ser comprados, de segunda mano, en la «Felipa» y otras librerías, y al final del curso se podían revender.
Mis compañeros de clase emprendieron caminos diferentes, como es lo normal. De algunos de ellos sé que alcanzaron puestos importantes en sus profesiones. Hará unos quince años se me ocurrió seguir la pista de algunos. De uno, Jesús Cosías Fraile, me encontré con su reciente esquela. El impacto fue tan grande que decidí no indagar más.
Pero volvamos al curso 1955-56. No sé quien nos informó de que había unos campamentos organizados por Falange. Varios compañeros, entre ellos Jesús Cosías, decidimos apuntarnos. No hacía falta pertenecer al partido, pero teníamos que ir vestidos con su uniforme, diferenciándonos de los que sí eran, en que éstos llevaban un brazalete rojinegro con el yugo y las flechas en el brazo.
Y allá nos fuimos: campamento Somosierra, turno 1º, veinte días desde el 4 de junio de 1956. Estábamos encuadrados en la Centuria Monteleón (3ª), falange Santiago (1ª), escuadra Cervantes (5ª) (datos sacados de mi «Manual», en el que apuntaba consignas y comentarios. Se conservan en él los nombres del Jefe de Campamento, capellán, médico, practicante y asesores para las charlas que nos daban).
La vida en aquel campamento era mucho más disciplinada que en otro al que había asistido 3 años antes, organizado por la Parroquia de San José.
De mis notas en el «Manual» copio el horario de un día normal:
7,00: Diana, ventilación de las tiendas, aseo. 7,30: Misa (voluntaria). 8:15. Izar Banderas, consigna y oración. 8,30: Desayuno. 9,00: Relevo de guardia y arreglo de las tiendas. 10,30: Revista de las tiendas. 11,15: Gimnasia educativa. 12,00: Baño y ducha. 13,00: Comida y siesta. 15,50: Diana. 16,00: Canciones. 16,30: Educación política (eran clases de historia de España). 17,00 Actividad deportiva preferida. 19,30: Alto y uniformes (generalmente se hacía una marcha desfilando). 19,40: Arriar Banderas y Orden del Día. 20,00: Cena. 21,00: Fuego de campamento. 22,00: Retreta. 22,15: Silencio.
Este horario era algo diferente los domingos, en los que se podía recibir la visita de familiares de los acampados. Algunos días se organizaban marchas a lugares de los alrededores, siempre a pie.
Esta era la vida en aquel campamento, muy disciplinada y rígida, con pocas posibilidades de «hacer lo que uno le daba la gana«. Pero, eso sí, muy alegre, dada la gran camaradería entre muchachos de 13 a 15 años. Aprendí muchas cosas que luego me fueron muy útiles, como orientarme con la brújula o de noche con las estrellas, hacer fuego sin peligro de incendios, hacer nudos y muchas más… Las tiendas tenían base de tablones. Dormíamos colocando unas esterillas y, sobre ellas, un saco lleno de helechos que nos servía de colchón. No recuerdo si las sábanas teníamos que llevarlas nosotros o las daban en el campamento.
Los baños eran en una piscina habilitada en un arroyo de aguas cristalinas y muy frías. Había una fuente que parece que la estoy viendo, con un gran chorro. Todo estaba muy bien organizado: cocina, lavabos y letrinas. La limpieza en el campamento y alrededores era absoluta. Cada día, a los acampados de una tienda les tocaba limpiar, ayudar en la cocina o estar «de guardia».
Como yo era un estudiante destacado me ofrecieron que me hiciese de Falange. Lo rechacé. Creo que mi estancia en aquel disciplinado campamento forjó mi carácter, haciéndome desear la libertad de explorar por mi cuenta los lugares donde iba, el desear ver que había más allá. La gran suerte que tuve, años después, fue que encontré una mujer que tenía los mismos gustos que yo, que disfrutaba con las caminatas que nos dábamos por esos solitarios y maravillosos rincones de nuestra amada España. ¡Pobrecita mía! Ya no puede recordar nada de aquello. ¡Pero yo sí!
2 comentarios en «Campamento de verano»
Querido Emiliano,
Resulta muy agradable volver de vacaciones y ver que tu blog sigue imparable y que siempre tienes noticias y anécdotas para compartir. Sólo con describir detalles de ese horario que nos has escrito tendrías para una enciclopedia. Si me dieras a elegir me gustaría saber cuáles eran tus canciones favoritas, seguro que te acuerdas de alguna.
Un abrazo y hasta pronto,
Emilio
Querido amigo: El verano ha sido un poco duro, pero ya pasó. Como ves sigo al pie del cañón, contando lo que se me ocurre. Y respecto a lo que me dices de las canciones, me has dado una buena idea. Muchas gracias y un fuerte abrazo.