[dropcap]E[/dropcap]n 1993, Pili yo descubrimos otro paraíso más de esta bendita España. Me estoy refiriendo al Norte Palentino, maravilloso por sus monumentos románicos y rupestres, por sus impresionantes paisajes, por la paz que se respira y, por qué no decirlo, por el goloso olor a galletas que impregna el ambiente en Aguilar de Campoo. A partir de entonces buscamos muchas ocasiones para pasar unos días allí, programando infinidad de andaduras, alguna de ellas repetida con gusto.
En cierta ocasión asistí en Salamanca a la presentación de un libro sobre monumentos románicos, impartido por el autor y otro experto. Oí decir a uno de ellos que había que prescindir de las pequeñas iglesias y centrarse en el estudio de las catedrales.
No me considero experto en arte, pero no estoy de acuerdo. Visitando la infinidad de templos del Norte de Palencia te sumerges de lleno en aquel tiempo en que se construyeron, en el que toda la población, con sus escasos medios, logró infundir una espiritualidad que llena de paz el alma. Y si la contemplación de una de esas pequeñas joyas te deja boquiabierto, que decir de todo el conjunto, que constituye la mayor concentración de arte románico de Europa.
Si tuviese que decir cuál de todas esas perlas palentinas es mi preferida, después de haber contemplado la mayoría, diría que, como templo, la ermita de Santa Cecilia, en Vallespinoso de Aguilar, sorprendente por su adaptación a un agreste peñasco. Y entre los canecillos y capiteles, siempre que oigo hablar del románico palentino me viene a la cabeza la degollación de los inocentes, en la iglesia de Santa Cecilia, de Aguilar de Campoo.
¿Y qué decir de los monumentos eremíticos rupestres que proliferaron por aquel entorno? Merece la pena ir hasta allí, en soledad, y trasladar el alma hasta aquellos duros tiempos…
En 2005 Pili y yo nos programamos una excursión al carst de las Tuerces, que goza fama de gran belleza geológica. Para llegar no fuimos directamente, renunciando a subir una empinadísima cuesta. Dimos una gran vuelta, en la que pudimos contemplar un lenar, que, para los que no saben de qué se trata, es un paisaje cárstico incipiente, no de tanta belleza como lo que era nuestra meta, pero que no dejaba de ser curioso.
Después de unas dos horas llegamos al famoso carst, formado, como es típico, por formas caprichosas de calizas erosionadas distintamente según su composición litológica, las más famosas con forma de setas. En la parte más meridional un reticulado de fracturas había formado un laberinto de calles perpendiculares…
Pero no me voy a extender en hablar de este paisaje, bellísimo, sí, pero tanto como otros muchos entornos calcáreos que hay en nuestro país y en todo el mundo. De muchacho me llevaron a la Ciudad Encantada de Cuenca, quizá el lugar más emblemático de España en este sentido.
Como detalle anecdótico de aquel día recuerdo que había muchas endrinas, y aprovechamos para coger algunos frutillos para hacer pacharán.
Para volver no lo hicimos por donde habíamos venido, demasiado largo. Bajamos por el camino que discurría por una enorme pendiente, herbosa, que daba vértigo en algunos puntos, obligándonos incluso a bajar sentados. Al llegar abajo, compensamos la angustia del descenso con las aguas de una maravillosa fuente, que surgía en un gran chorro de una oquedad. Fría y de delicioso sabor.
Hacía mucho tiempo que no bebía un agua así. De inmediato evoqué lo que llamábamos en Madrid el «agua gorda» de la Fuente de la Salud, que estaba, y supongo que seguirá estando, bien dentro del Parque del Oeste.
Algunas veces en que yo enfermaba y mi madre me llevaba al médico de cabecera, uno de aquellos de entonces, que te palpaba la tripa y no necesitaba más, me recetaba algo y me recomendaba que fuese a diario a beber agua a la Fuente de la Salud. Y yo me pregunto ¿qué es lo que curaba? ¿Su sabor medicinal, o la pureza del aire y el esfuerzo de llegar andando hasta allí? A mi hermano, convaleciente de un accidente aéreo, le dijeron lo mismo, y lo hizo. Fuese por lo que fuese, sin duda era salutífera.
Hoy sé que aquel sabor de agua gorda se debe a su contenido en carbonato cálcico, procedente de alguna de las capas de calizas o de areniscas calcáreas o margosas tan frecuentes en el Mioceno.
Pero no era aquella la única fuente de agua gorda que había en Madrid. En el mismo Puente de los Franceses estaba una, la del «Sopapo», a la que me llevaban mis padres cuando visitaban a unos parientes que vivían en el Paseo de San Antonio. Su origen era similar. Y otra era una fuente pública que estaba al lado del edificio de Correos, en la calle de Alcalá. ¡Cuántas veces fui a refrescarme en ella, paseando en las frescas noches veraniegas! Estas dos fuentes se perdieron, como tantas que dieron el nombre de Magerit a la después Villa y Corte. Desaparecieron barridas por la construcción subterránea. En mi infancia las había por todas partes aún. Recuerdo una, escultórica pero de mal sabor, que estaba en el chaflán de la calle Hortaleza con la de Santa Brígida, la Fuente de los Delfines. ¡No había quien la bebiese! En el patio del edificio donde nací había un grifo que debía estar conectado al manantial de dicha fuente, con la que compartía el mal sabor. Cuando había restricciones de agua municipal, ella si funcionaba, aliviando la penuria a los vecinos. Otra parecida había en la entonces llamada Plaza de San Gregorio, hoy de Chueca.
Algunos dicen que las aguas gordas son insanas. No es cierto, salvo que vayan acompañadas de algún elemento nocivo. Lo que ocurre con ellas es que el calcio es incompatible con el jabón, dificultando la limpieza casera. Y además pueden dejar un poso sulfatado. Por ello las autoridades municipales tienden a suprimirlas o transformarlas.
Para ello están las depuradoras, una de cuyas funciones es la sustitución del calcio por el sodio, lo que se puede conseguir con filtros de zeolita, un tectosilicato de cuya estructura puede que os hable algún día.
¿Por qué será que todo aquello que más nos gusta es lo que nos prohíben? ¡Ahh! ¿Quién lo sabe?
3 comentarios en «Agua gorda»
Gracias Emiliano. Domi
De nada, Domi. Ha sido un placer.
Un abrazo
Emiliano
Como Palentino no puedo estar mas de acuerdo contigo, amigo Emiliano.
Siguiendo el tema del Norte Palentino, las fuentes de agua gorda y la geología, debo mencionar la existencia en el pueblo de Velilla del Rio Carrión de una fuente muy peculiar, intermitente (del tipo Vauclusiano), conocida desde tiempos remotos a través de los escritos de Plinio el Viejo, el famoso geografo y naturalista romano. Me refiero a las Fuentes Tamáricas. Estas fuentes (en la actualidad solo una) tienen asociada una curiosa leyenda que de ser cierta las puede hacer peligrosas de visitar:
«Las Fuentes Tamáricas en Cantabria sirven de augurio. Son tres, a la distancia de ocho pies. Se juntan en un solo lecho, llevando cada una gran caudal. Suelen estar en seco durante doce días y, a veces, hasta veinte, sin dejar ninguna señal de agua, mientras que otra fuente contigua sigue manando sin interrupción y en abundancia. Es de mal agüero intentar verlas cuando no corren, como le sucedió poco ha al legado Larcio Licinio, quien, después de su pretura, fue a verlas cuando no corrían, y murió a los siete días.»
Plinio el Viejo. Naturalis historia, XXXI, 23
A su lado se encuentra una iglesia consagrada (lógicamente) a San Juan Bauitista, llamada también «de las Aguas Divinas».
Un abrazo,
S.