[dropcap]E[/dropcap]l casting de Pedro Sánchez para formar Gobierno no ha sido peor que el que realizaron otros presidentes vitoreados por un sector de la afición. Que se lo digan a Aznar.
La diferencia fundamental es que los ejemplos anteriores han sido tan poco edificantes que nos han llevado al hartazgo. Precisamente por eso el actual está sometido a unas exigencias éticas de las que estaban liberados sus predecesores, que carecían de esas ataduras éticas.
Por poner un ejemplo reciente, hemos tenido un ministro del Interior en activo, Jorge Fernández Díaz, con Rajoy, que también fue grabado subrepticiamente en su despacho pisoteando la separación de poderes y todo lo que se pueda pisotear, alardeando de que la fiscalía afinaría una tropelía que estaba maquinando. Ninguno de los que ahora se llevan las manos a la cabeza movió una pestaña entonces.
Estos días que vemos dimitir ministros con la misma naturalidad con la que un cirujano te extirpa un bulto sospechoso por cuestiones de salud, comprobamos que en realidad es algo tranquilizador.
No estaría mal que nos acostumbráramos a ver cómo se asumen responsabilidades en la cosa pública con naturalidad y sin retorcer las cosas cuando alguien no puede defender su pasado o su presente. Pasar de poner el límite en lo legal, que ya viene de serie, y colocarlo en lo ético, en lo presentable, porque con lo que es de todos y con la salud no se juega.
La mujer del césar, ya se sabe. Así que, ojalá dimitan más ministros, todos los que tengan que hacerlo, ahora y en el futuro, claro. Por el bien de nuestra salud.
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