[dropcap]S[/dropcap]i no nos pareció bien en su día que Fernández Díaz, ministro réprobo del gobierno del PP, frecuentara las cloacas del Estado y los seres tenebrosos que la habitan (aunque eso sí, con conocimiento y licencia del ex presidente Rajoy, cuya mano derecha decía ignorar lo que hacía su mano izquierda, allí en los bajos fondos, contra sus adversarios políticos), no puede parecernos bien tampoco que la nueva ministra de «justicia» del «cambio» (nada menos que de justicia y nada menos que del cambio) practique o haya practicado un trato fácil y desinhibido (¿vino o cerveza, Lola?) con aquellos mismos habitantes del submundo, comisarios polivalentes, policía patriótica de su exclusiva patria, espías a dos bandas en beneficio propio, vividores del desecho común, que en singular camaradería con algunos representantes de la legalidad más pura y prístina del Estado, de este Estado, claro (jueces y fiscales) parloteaban en sus ratos libres de lo divino y de lo humano, pero también de lo público.
Esa promiscuidad de «gremio» bien avenido alguna explicación lógica tiene que tener, que no sea la que nos tememos. Ya veremos si lo que llegan son explicaciones lógicas o más revelaciones peligrosas sobre amistades turbias.
En cuanto que no se trate del morbo de las relaciones personales y conversaciones privadas sobre asuntos de ese ámbito (privado) entre fulano y mengano, Lola o Villarejo, sino de conversaciones entre policías corruptos y fiscales en ejercicio, sobre asuntos que interesan también a lo público, no puede desestimarse la responsabilidad de prestar atención a lo que allí se decía.
Ni coincidimos ni coincidiremos nunca con aquella doctrina postulada en su día por Felipe González según la cual a la democracia también se la defiende en las cloacas, porque ese aserto de converso sin dudas, es tan dudoso como decir que a la dictadura también se la defiende con las leyes (así lo hizo Hitler, quemando el Parlamento después), o al liberalismo con la abolición de las libertades, como propugnaban los Chicago Boys de ayer y de hoy mismo, que aunque son cosas que vemos todos los días y ya asumimos por costumbre, no por ello discurren dentro de los cauces de la razón ni de la legalidad democrática, más bien al contrario.
A la democracia se la defiende cerrando las cloacas y sellando las fosas sépticas (además de colocando en su sitio a los corruptos, a los dictadores, a los policías delincuentes, y a los golpistas), porque si no ese submundo de tanto tráfago subterráneo se obstruye y después desborda su pestilencia sacando a la luz la auténtica naturaleza del engranaje, más allá de la liviana capa cosmética que lo disfraza y oculta.
Y nos ocurre entonces como en el relato de Óscar Wilde al retrato de Dorian Gray: se acumula tanta verdad allí debajo que la mentira explota aquí arriba.
Quizás lo más cómico de todo este asunto es contemplar a PP y Ciudadanos, que tanto se cuidaron de dar un sólido y prolongado respaldo a la corrupción y al último gobierno corrupto (aún duraría de ser por ellos), escandalizarse por los indicios de corrupción nueva que ahora se descubre, como si la que ellos protegían y alimentaban con mimo fuera de mejor calidad.
Ni la de los Hunos ni la de los otros nos convence. No tenemos sueños tan baratos.
Quiero ser optimista y decir por tanto que vamos de mal en peor y progresando en ese sentido.
He dicho bien, no me he equivocado: ir de mal en peor es una forma como otra cualquiera, pero esta inexcusable (a la fuerza ahorcan), de aspirar a soluciones reales y duraderas.
Y la pregunta es:
¿Tendremos una democracia que pueda llamarse así, es decir, homologable y tirando a normal, en el plazo pongamos de 10 años? ¿O deberemos esperar otros cuarenta años más?
De momento, para lo que sí parece que habrá que esperar es para tener unos presupuestos decentes que beneficien al pueblo español en su conjunto, y no solo a los agentes financieros, dueños del cotarro.
Y es que efectivamente, el principal empeño de PP y Ciudadanos (la derecha de la derecha) es que no haya nuevos presupuestos, sino que se prorroguen y reciclen los presupuestos de Rajoy, es decir, los presupuestos de Merkel, es decir, los presupuestos de los banqueros alemanes.
No parece tampoco que la resistencia del gobierno de Sánchez ante esta campaña contra los intereses del pueblo español (sustanciados quizás algún día en unos presupuestos más justos y solidarios), vaya a ser numantina. Y esto nos hace sospechar cierto componente de farsa para encubrir el paradigma actual, que algunos consideran inexorable: el poder que decide ya no pasa por las urnas.
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