[dropcap]L[/dropcap]a política no siempre responde a las leyes de la lógica política, o al combate –tan desigual- de los intereses económicos, sino que en ocasiones parece obedecer a las leyes de la física.
Los flujos y transmutaciones de los votos nos recuerdan a los flujos y transmutaciones de la energía, y aunque los primeros no cumplen con la primera ley de la termodinámica (la energía no se crea ni se destruye), sin embargo fluyen, cambian de sitio, o incluso, en una deriva hacia lo peor pueden llegar a desaparecer en la nada. Y con ellos todo el modelo, que sin duda no es tan seguro en su estabilidad como el balance energético del cosmos.
La implosión del modelo por la desaparición de los votos en la nada cósmica de la democracia líquida, puede deberse a dos circunstancias plausibles: o bien a las obstrucciones del mercado, que decide la inconveniencia –para sus intereses- de lo votado y por tanto su inutilidad de facto, algo que vemos cada vez con más frecuencia (y sorprende la indiferencia unánime ante hecho tan grave), o bien a que las elecciones no se convoquen y nos contentemos con gobiernos fuertes, sobrevenidos de aquella manera, algo que no parece tan improbable ni está tan lejano en el horizonte que alumbra en modo penumbra.
Bolsonaro, el candidato brasileño, defiende y añora la dictadura militar. El mercado defiende y añora a los hombres fuertes, como Bolsonaro. He aquí un bucle de coherencias irrebatibles y de sintonías que acechan.
Los nuevos escenarios políticos que emergen en este Occidente decadente y posmoderno, no solo en Europa sino también en USA, parecen obedecer a una lógica física irrefutable y a un gran vacío abierto de par en par en las mismas entrañas del sistema (el cosmos político imperante), cuyo poder de succión está determinando las nuevas dinámicas electorales y el sorprendente flujo de los votos.
Todo empezó en aquellos ominosos tiempos en que el establishment en bloque se escoró a la derecha (como si el peso de un botín desmedido desequilibrara la nave), y la socialdemocracia europea, más fofa en sus convicciones de lo que nadie hubiera imaginado, abandonó su espacio natural para pegarse como una sombra (intercambiable) a los conservadores neoliberales, representantes ya entonces de una ideología económica y social de índole e inspiración extrema, y que venía precedida por toda una serie de avisos y desastres. Avisos que se confirmaron poco después en toda su crudeza y magnitud con la «gran recesión», es decir, con la renovada estafa neoliberal.
Y es tan grande y grave esta depresión última que es distinta de las anteriores, como oscuro e irreversible – o eso quieren- es el tiempo que inaugura. Ni siquiera la costumbre de las catástrofes cíclicas sirve ya de bálsamo. Todo es nuevo y se renueva con cada involución lograda, será un progreso imparable hacia atrás, en línea recta, sin etapas de arrepentimiento, sin deslices en el dogma, solo con incrementos de las pérdidas (de derechos).
Pero hablábamos del gran vacío.
Este deslizamiento y esta acción puramente mimética de la socialdemocracia europea, con origen en dirigentes políticos sin escrúpulos, vendidos al mercado y sus jugosas corrupciones, abre el primer boquete en el continuo del espacio-tiempo político, cuya desestructuración favorece ese viaje involutivo en el tiempo y a través de cuya brecha el pasado que creíamos superado y sepultado vuelve a nosotros, renovado en sus formas pero inmutable en sus intenciones.
Veremos por un tiempo, o solo por un instante (el que sea necesario para ocupar el poder), al fascismo defender los derechos de las clases oprimidas, de las clases trabajadoras “nacionales” frente a la agresividad de los mercados cosmopolitas. Sin embargo no deberíamos caer de nuevo en el engaño. El fascismo siempre ha sido el instrumento de la plutocracia. Es la contraprogramación del dinero cuando su imperio se pone en duda. Es la forma en que el mercado engaña al que oprime y explota, para seguir explotándolo.
El regreso del fascismo, empezando por la reivindicación simbólica de su pasado, incluso por elementos de la derecha que creíamos civilizada, ha puesto ya en marcha su estrategia preferida: señalar a la víctima propiciatoria, el inmigrante. Y siguiendo un esquema por todos conocido, aunque adornado con las formas y modos propios del catecismo posmoderno, ha externalizado su xenofobia y su racismo, de la misma forma que ya se externalizan la explotación laboral y demás crímenes ecológicos y sociales: desde el fraude fiscal a las cuotas de contaminación planetaria, pasando por la deslocalización de la precarización del trabajo.
Todo lo cual promueve y favorece el espejismo de la irresponsabilidad, y lo que es peor, la impunidad ante la violación de los derechos humanos. Externalizar es el método preferido para no ver ni sentir. Se externaliza al inmigrante o al trabajador explotado de la misma forma que en otros tiempos, igual de inhumanos, se relajaba al hereje al brazo secular, lavándose las manos que sin embargo no quedan limpias.
El imperio del mercado sobre cualquier otro tipo de soberanía y sobre cualquier resto de escrúpulo moral, va deshilvanando su lógica perversa hacia un final triunfante que no puede compartir con la democracia, y tampoco con los derechos humanos.
Sin embargo aún estamos en las etapas intermedias de ese viaje, y por tanto asistiremos a los consabidos capítulos -fruto de la farsa- en que el fascismo viene a reclamar el espacio vacío abandonado por los partidos socialdemócratas, para arrogarse el papel de defensor de los derechos sociales, de los trabajadores y de las clases medias.
Veremos por un tiempo, o solo por un instante (el que sea necesario para ocupar el poder), al fascismo defender los derechos de las clases oprimidas, de las clases trabajadoras “nacionales” frente a la agresividad de los mercados cosmopolitas. Sin embargo no deberíamos caer de nuevo en el engaño. El fascismo siempre ha sido el instrumento de la plutocracia. Es la contraprogramación del dinero cuando su imperio se pone en duda. Es la forma en que el mercado engaña al que oprime y explota, para seguir explotándolo.
Esto es lo que vemos hoy en Europa, paso previo a una etapa más avanzada que es la que ya está recorriendo Brasil antes que nosotros, dónde un aspirante a presidente se reconoce –ya abiertamente- nostálgico y defensor de la dictadura militar, no descarta la violencia contra los homosexuales, injuria a los negros, y aborrece de las mujeres.
Y sin embargo, pese a toda esa apología y elogio de la violencia –y esta es la nota importante que lo clarifica todo- este espécimen de “hombre fuerte”, suma de todas las infamias que el mundo moderno creía haber superado, es el hombre que agrada al “mercado”, y al que el mercado no ve ninguna pega. Antes al contrario, todo son ventajas. Como lo fueron en su día los crímenes de la dictadura militar de Pinochet de cara al funcionamiento desinhibido y criminal del mercado. Para el mercado, Bolsonaro es el “candidato deseable” como en su día lo fue Pinochet.
Y es que Bolsonaro dispone de un gurú económico, Paulo Guedes, de la barra de los Chicago Boys, apóstoles de la economía gansteril, que admira y defiende lo ocurrido en el Chile de Pinochet, al que también admiraba y defendió la señora Thatcher, nuestra señora de la libertad (aherrojada).
Aspira por tanto, el tal gurú, a cumplir con el esquema clásico de esta rama del crimen económico aliado con el método fascista. En su proyecto de futuro, las consabidas privatizaciones, reformas tributarias a favor de los ricos, eliminación de las pensiones y demás logros sociales (con la vista puesta en la desaparición definitiva e irreversible del Estado social) convive sin conflicto con la eliminación también drástica y sin contemplaciones de los derechos humanos y de la libertad civil.
Bien… esta es la hoja de ruta. No muy diferente de la que podemos acabar recorriendo nosotros.
El sueño de la razón engendra monstruos, que brotan de un gran vacío: ese espacio razonable que en otro tiempo ocupó la socialdemocracia.
— oOo —